UN RECUERDO Y UNA PROPUESTA
Españoles con futuro,
Y españoles que, por serlo,
aunque encarnan lo pasado
no pueden darlo por bueno.
GABRIEL CELAYA.
José Cabañas González agosto de 1998.
Agradeciendo la gentil acogida brindada por los responsables de la muy valorada y siempre querida REVISTA JAMUZ a este escrito, pretendo referirme desde el mismo a un pasado histórico relativamente reciente y cercano; a unos dolorosos hechos acaecidos en nuestro pueblo, Jiménez de Jamúz, el 19 de septiembre de 1936, hace ahora nada menos que 62 años, en el inicio de la pasada Guerra Civil y como consecuencia de la vorágine de odio, destrucción y muerte desatada por aquella, para, sintiendo con el poeta que aquellos hechos nos encarnan, proclamar, rompiendo aquí y ahora el silencio, que lo entonces sucedido no puede de ningún modo ser dado por bueno.
Desde la perspectiva actual, la alusión a lo ocurrido hace tanto tiempo admite sin duda múltiples versiones y acercamientos. Tengo que confesar que en mi caso la primera gran preocupación que me invade mientras trato de escribir sobre lo acaecido en aquella fecha es ser capaz de hacerlo desde el inmenso respeto que todos y cada uno de nuestros convecinos y convecinas envueltos de uno u otro modo en la tragedia se merecen. Ese sagrado respeto a los sentimientos y a las vidas de todos los afectados por los hechos, muchos ya desaparecidos, otros, familiares más o menos cercanos de los más directos actores del drama, excluye, por supuesto y como no puede ser menos a estas alturas de la Historia, cualquier otro afán en la rememoración del suceso que no sea el tratar de que el mismo sea conocido en toda su ya histórica verdad por el amplio número de convecinos, de Jiminiegos más o menos jóvenes, que sin duda lo desconocen, así como el de extraer para todos las múltiples y positivas enseñanzas que el mismo destila, rindiendo a la vez el merecido, aunque a mi entender tardío, homenaje a sus víctimas.
Sentado lo anterior, siendo consciente de que sin duda la referencia desde aquí a los hechos, a pesar del inmenso tiempo transcurrido, aún hará aflorar en algunos corazones sentimientos y dolor sino olvidado si dormido, confiando en ser disculpado por ello, y atendiendo a la vez a la obligación moral que considero nos compete a nosotros, actuales Jiminiegos beneficiarios en nuestro pueblo de un bienestar y una paz de los que las víctimas de aquellos no gozaron, de reivindicar aún ahora, superando esos comprensibles y legítimos sentimientos, el buen nombre y la memoria de aquellos hombres, se me ocurren desde mi particular perspectiva de Jiminiego de más de cuarenta años, una serie de consideraciones:
Se refiere la primera a lo extremadamente poco que se conoce, o que algunos conocemos, de lo ocurrido en nuestro pueblo en la dramática fecha, así como lo difuso y nebuloso de ese escaso conocimiento, y esto contrasta sobremanera considerando la inmensidad de la tragedia acaecida. Sin duda, en toda la historia de nuestro pueblo, nunca antes por causas no naturales, por mano de semejantes, fueron borradas tal número de vidas jóvenes de un solo golpe, (confieso desconocer con exactitud cuantas -¿Diecisiete?, ¿Veinte?- como también la relación exacta de las víctimas), en una acción ocurrida a poco más de dos meses de la rebelión militar origen de la aciaga Guerra Civil, e históricamente enmarcada en la sistemática represión general ejercida , sobretodo en el inicio de la contienda, en la retaguardia de la entonces autodenominada Zona Nacional, aunque no solo en dicha zona.
Con respecto al escaso conocimiento que numerosos convecinos tenemos de lo acontecido en esa fecha a nuestros antepasados, se me ocurre que como primer paso del debido reconocimiento a la memoria de las víctimas, de alguna manera debería de establecerse ya para la Historia la verdad de lo ocurrido, al menos en lo relativo a cuantos y quienes fueron los represaliados de nuestro pueblo, por qué la represión se ejerció precisamente sobre ellos, qué cargos y responsabilidades públicas ejercían y de que ideologías se reclamaban, (No está de más recordar que, históricamente, en la fatídica fecha, la Legalidad quebrantada por los alzados en armas es la Constitucional de la Segunda República Española, produciéndose al amparo de dicha Legalidad tanto las elecciones democráticas de cargos públicos como el ejercicio de los Derechos en aquella Constitución reconocidos), qué ocurrió exactamente con todas aquellas vidas, (es interesante resaltar que técnicamente se trataría de víctimas desaparecidos, puesto que nunca más se supo ni siquiera de sus restos), cómo transcurrieron sus últimos días, dónde fueron asesinados,..etc..etc.. Muchas preguntas aún hoy sin respuesta, y muy pocas certezas... De algún modo la memoria de las víctimas reclamaría que alguien investigara en las fuentes adecuadas dando respuesta a tanta pregunta. Tambén la memoria de aquellos hombres, y la caridad, imponen hoy no preguntar ni preguntarse por los victimarios; estos ya han sido juzgados por la Historia.
No obstante lo poco que algunos conocemos de la tragedia, existen en torno a la misma algunas certezas que entendemos hoy irrefutables: La de que jamás debió de ocurrir; su irracionalidad y sin sentido vista hoy, 62 años después, con toda la inmensa carga de dolor que supuso para tantas personas de nuestro pueblo. La intolerancia como su origen en los causantes de la misma. La inutilidad de tanto dolor causado, puesto que, afortunadamente, la historia de los pueblos avanza, a la larga y a pesar de parciales retrocesos, en direcciones de concordia, de consenso, tolerancia y paz. Es también irrefutable la certeza de que todas y cada una de las personas entonces represaliadas lo fueron injustamente, siendo nuestros convecinos asesinados nada más, y nada menos, trabajadores, padres de familia, hijos y hermanos que sencillamente pretendían y laboraban por lo que creían mejor para su pueblo, para nuestro pueblo, desde el respeto a la legalidad vigente.
Por todo lo señalado, me atrevo desde estas páginas, ahora, 62 años después, cercana la fecha del 19 de septiembre, a proponer la realización formal de un HOMENAJE a nuestros convecinos, a nuestros antepasados víctimas de la represión ejercida en nuestro pueblo en 1936. En numerosos pueblos y villas con bastantes menos víctimas que en el nuestro se vienen celebrando desde hace algunos años. Este homenaje, de realizarse, vendría por fin a plasmar nuestro reconocimiento como vecinos de Jiménez de Jamúz a aquellos hombres de nuestro pueblo que entonces fueron muertos por mantenerse fieles a la legalidad; supondría además la reivindicación de su honrada memoria, y rescataría sus vidas y sus muertes del injusto olvido histórico en que se hallan sumidas.
Desde aquí, desde el actual ejercicio de la Democracia y las Libertades que todos hoy disfrutamos, me permito hacer un llamamiento, en los términos referidos, a cuantos vecinos de nuestro pueblo se sientan interesados, a cuantas Instituciones, Corporación Municipal, Iglesia, Partidos Políticos, Sindicatos, etc., consideren que algo pueden aportar en el , a mi entender, merecido Homenaje a unos hombres que fueron entonces en nuestro pueblo injustamente desposeídos de toda Democracia, de toda Libertad, e incluso de la propia vida.
No es, por otra parte, gratuito el llamamiento a las Instituciones aludidas, considerando que entre el numeroso grupo de nuestros antepasados entonces asesinados los había integrantes de la última Corporación Municipal legal y democráticamente elegida por sus propios convecinos, como los había pertenecientes a diversos Partidos Políticos, todos democrática y legalmente constituidos, y a Organizaciones Sindicales de trabajadores y Gremiales de artesanos alfareros, todas ellas perfectamente legales en el momento de la ilegal insurrección militar. La Iglesia, en fin, que mayoritariamente entonces discriminó entre unas y otras almas, y que recientemente debatía la procedencia de disculparse por esa discriminación de antaño, tendría aquí una estupenda ocasión de realizar ahora, con motivo del Homenaje que desde estas líneas se propone, el primer funeral por las almas de aquellos represaliados. Tampoco los Maestros de nuestras Escuelas, formadores de los niños y jóvenes de nuestro pueblo en valores de concordia, tolerancia, paz y respeto deberían ser ajenos a la iniciativa; sin duda, tienen, como tenemos todos, amplias enseñanzas que extraer de la tragedia aquí entonces ocurrida sobre a que abismos de barbarie y de dolor conducen la intolerancia, el odio y la violencia.
Quisiera ya apuntar unas últimas consideraciones con respecto al Homenaje que se pretende, por si alguien desde alguna o algunas de las Instituciones señaladas decidiera hacerlo realidad: Debería de ser un Homenaje unitario, global, de todo nuestro pueblo a aquellos nuestros antepasados, y realizado, por su-puesto, con exquisitos sensibilidad y tacto, huyendo, no hay ni que decirlo, de todo atisbo de revanchismo e incluso de reproche hacia absolutamente nadie; los hechos de que se trata hace ya mucho tiempo que son Historia nuestra, de todos. Podría ser el Homenaje la ocasión idónea para iniciar o completar una exhaustiva investigación histórica de lo ocurrido, se trata indudablemente de un importante episodio de la historia de nuestro pueblo que merece ser por todos conocido. El Homenaje, de realizarse, debería de trascender de algún modo los concretos límites del tiempo, del lugar, e incluso de las víctimas, y hacerlo extensivo, en unos tiempos en los que lamentablemente en tantos lugares y también todavía en nuestro propio país tantas vidas siega la intolerancia, a todas las víctimas de la violencia; de este modo vendría a cumplirse para todos el mensaje de reconciliación que Don Manuel Azaña, Presidente de la República Española cuando ocurrieron en nuestro pueblo los hechos que aquí rememoramos, lanzaba en Barcelona en el segundo aniversario del comienzo de la Guerra Civil, emocionado epitafio entonces para los muertos de ambos bandos, y en el que aludía a la "...obligación moral de los que padecen la guerra de sacar de la lección del escarmiento el mayor bien posible..."recomendándonos a las futuras generaciones "...que piensen en los muertos y que escuchen su lección..", la de todos los caídos por la violencia, que "...abrigados en la común tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella,, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad y perdón."
Ourense, agosto de 1998.