o---:::---o--[    Actualizado:05-06-2006   ]--o---:::---o

 

                                                Otras víctimas. Algunos verdugos.                                         

                 José  Cabañas  González                                                                                                         abril de 2004.

                                                                       

¡ Las miles de horas, de siglos / que hicieron falta / para hacer un hombre ¡

LUIS PIMENTEL.- (de su Poemario CUNETAS)

 

 

La ignominiosa tragedia desatada en nuestro pueblo, Jiménez de Jamuz, en el otoño de 1936, en los albores de la guerra civil, con su extenso rosario de muertos y de vidas truncadas por el dolor y la infamia[1], tuvo desgraciado y parecido correlato en otros muchos lugares.  En aquellos que desde los inicios de la sublevación de los traidores fueron retaguardia “nacional”, la macabra representación de la barbarie y la desolación transcurrió por parecidos derroteros. Así ocurrió en Galicia, donde la nómina de los mártires rebasó ampliamente los cinco mil sacrificados a los oscuros e inútiles dioses de la oposición al avance y al progreso. AlgunPlaya de Fontesos de ellos fueron, en la pequeña parroquia de Alcabre, cercana a Vigo, los directivos de la Sociedad Agrícola Emilio Comesaña Sobreira , presidente de la entidad, de 43 años, casado y con siete hijos, carpintero; José Comesaña Pérez, secretario, de 26 años, casado y con dos hijos de dos años y medio el uno y de ocho meses la otra, albañil; su hermano Antonino Comesaña Pérez, contador, de 28 años, casado y con dos hijos, almacenista; Fernando Costas Iglesias, vocal, casado y sin hijos, electricista. Apresados el 30 de septiembre del 36 por falangistas y guardias civiles, fueron conducidos, como tantos otros acusados de “profesar ideología socialista”, al tristemente célebre Frontón de la calle Berdiales, desde donde fueron sacados en la madrugada del 6 de octubre para ser “paseados” en el Pasaje de Vincios y enterrados en San Vicente de Mañufe, términos uno y otro del no lejano municipio de Gondomar.

 Los crímenes continuaron en Alcabre: En la amanecida del 10 de noviembre fueron prendidos, uno en el puerto y el otro en su casa, los fogoneros de buque Adolfo Monroy Figueroa, de 43 años, casado y con nueve hijos, y Gildo Andrés Castro,  de 31 años, soltero, y asesinados en una cuneta de la carretera Porriño-Redondela a la altura de Mos, lugar donde, extramuros del cementerio, se les enterró.Homenaje 17 agosto de 2002

Fueron ellos los mártires de Alcabre, a los que, en buena medida por la obstinada devoción de Telmo Comesaña Pampillón, hijo de aquel José Comesaña Pérez, tributaron los actuales vecinos perdurable homenaje de reconocimiento y gratitud el 17 de agosto del año 2002 en un sereno y marinero paraje de la Playa de Fontes.

Es Telmo, con sus dos años y medio breves e inocentes cuando le arrebatan al padre,  quien nos cuenta cómo surgió en él la necesidad y la idea de aquel homenaje:

No fue una idea. Las ideas son inmediatas; el resultado de este trabajo fue fruto de días y de años de búsqueda para encontrarle sentido a la falta de un padre, y por consiguiente el ¿por qué?

             Pienso que cualquier niño o niña al que le falta el padre, son las personas que les cuidan las que, en el momento en que ese niño va despertando a la vida, les van explicando amorosamente las circunstancias que les rodean: enseñándoles las fotos y los recuerdos de familia, recordándoles los cuentos que les contaba y lo que los quería.

            Los niños y niñas hijos de “rojos paseados” se criaron de una forma diferente: amorosamente atendidos por gente vestida de negro y triste, sin recursos, ultrajada, con el miedo siempre en el cuerpo: miedo al vecino que espoleaba a los hijos para que les apedrearan, “matadlos, ostia, matadlos, que son hijos de un comunista” (este despreciable sujeto que no perdía ocasión para ultrajar a la viuda…); miedo a la Guardia Civil  -que fueron los que se llevaron de casa al padre-, miedo al infierno, miedo a dios, miedo al cura, miedo a la maestra,…miedo al miedo.

Nadie les dice lo que pasó, todos esconden la realidad, todos tienen miedo, por tanto cierran la boca. Preguntan, y las respuestas son acompañadas de lágrimas y sollozos; tienen miedo de que se enfrenten y les pase algo; quieren protegerlos…

En memoria de los asesinadosEn la escuela-iglesia o iglesia-escuela, tanto da, la educación nacional-católica les lleva por la senda de la ignorancia, inculcándoles –lo que ellos llamaban- virtudes cristianas: el sacrificio, la sumisión, la total entrega a la “Iglesia de Dios única y verdadera” y al martirio si fuera necesario para mejor ganar el “Reino de los cielos”; y misas, confesiones, comuniones, catequesis y rosarios de la aurora y de los otros; y…a odiar, rechazar  y perseguir a los mayores enemigos de la iglesia católica única y verdadera: comunismo, ateismo, masonería; aunque lo peor eran los librepensadores, todos ellos “rojos sin Dios” que irán al infierno donde será el llanto y el rechinar de dientes. Y persecución; tenía que ser cura: “Dios ha puesto en tu camino una santa persona que va a pagarte la carrera”…..

    El niño se va haciendo mozo y escucha cosas: “Los mataron por que eran Rojos”. “Los mataron por que tenían ideas”. “Cuando los mataron sería por que algo hicieron”. “La culpa fue de ellos por que no escaparon”. “Si hubieran ido a la iglesia no les pasaba lo que les pasó”. “Eran anticlericales”. “Los que los mataron aún están vivos”. “Los mataron los falangistas”. “Eran buena gente. A ese y a otros como ese los enseñaron a leer”…..

El mozo tiene que trabajar y ayudar al sostenimiento de la familia y sigue sin entender nada; comenta, pregunta, a los amigos, en el trabajo……… No hay respuestas claras: “Pasó lo que pasó”. “Te tocó a ti”. “Mala suerte”. “Paciencia”. “No se puede hablar”. Sigue el  miedo. El terror horroriza.  

El mozo se hace hombre, forma una familia, trabaja intensamente, va madurando en su limitado espacio: trabajo/hogar, y poco a poco va entendiendo y se da cuenta de muchas cosas, pero….. ya es tarde, por que llega a viejo. Solo queda rehacer la memoria.

Echa mano de los libros de historia que se están escribiendo, también de los que se escribieron en el exilio, y comprueba que en unos y en otros se refleja el sufrimiento de un pueblo: Miles de asesinados y de huidos, de mujeres con la cabeza rapada por ser esposas, hijas o familiares de las víctimas, con nombres y apellidos, profesión y, en algunos casos, donde y cómo los asesinaron,. ….., y el padre no figura en ningún libro, ni el tío, ni tampoco los otros de Alcabre. Busca certificados de defunción, habla con historiadores, les facilita documentos, los anima para que hagan otras ediciones donde se recojan los nombres de estas víctimas anónimas. Se enfurece cuando escucha, o cuando le dicen: “Hay que olvidar”. “Hay que Descendientes de las víctimasperdonar”. “Hay que dejar de remover esas cosas”. Y se pregunta: ¿qué es?, ¿el miedo?, ¿la ignorancia?, o ¿será que quieren esconder el pasado de los suyos?. Posiblemente de todo un poco. ¡¡Oh¡¡…..o de todo mucho.

El viejo se sorprende de que muchos quieran enterrar el pasado y que les hiera hablar de los paseados, y se sorprende más al verlos llenos de placer cuando el Papa de Roma sube a los altares a curas y monjas asesinadas en la guerra incivil, ¡¡para esos, para esas, nunca es tarde; para ellos eso no es remover¡¡

Y tomando una frase de Castelao, decimos: “Os tempos son chegados”, para los niños, para los mozos, para los viejos. Nosotros, levantémonos y demos un grito y digamos: !!BASTA YA DE ULTRAJES¡¡. !!NO AL OLVIDO¡¡.

Nuestros padres, hermanos, tíos, primos, etc. Que fueron asesinados y en muchos casos tirados en las cunetas de los caminos y/o enterrados en fosas comunes, son tan dignos como los curas y monjas que la iglesia está subiendo a los altares, siempre con la complacencia, colaboración y presencia en Roma de miembros de los gobiernos español y gallego.

Nosotros no podemos olvidar, nunca podremos olvidar, y para ello hagamos un homenaje a todos aquellos que perdieron la vida violentamente.

……………Y así fue, y así es”.   

 

Alcabre, VIGO.                                                                            22 de agosto de 2002.          

 

Telmo Comesaña Pampillón

 


 

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              Escucharemos ahora, después de oír a una de las innumerables víctimas, la voz de alguno de los imprescindibles actores de este desgarrado y atroz drama: quienes con celo se aplicaron a ejecutar la programada y sistemática infamia: los verdugos. Y es una voz, la de uno de aquellos integrantes de alguna de las numerosas Milicias Cívicas o Brigadas del Amanecer que sembraron luto, dolor y muerte por tantos lugares, avergonzada y vergonzante, que se expresa al cabo de los años y amparada en el protector anonimato de una carta remitida en 1979 al historiador Carlos Fernández Santander, autor de la obra “Alzamiento y Guerra Civil en Galicia (1936-1939)”.

            Esta es la entonces dolorida voz de quien se confiesa verdugo, tal como en la referida obra se recoge:

 

CARTA ANÓNIMA ENVIADA AL AUTOR DE ESTE LIBRO POR UN FALANGISTA, MIEMBRO DE LAS BRIGADAS DE REPRESIÓN QUE ACTUARON EN GALICIA EN 1936

“La Coruña, 3 de julio de 1979

Sr. D. Carlos Fernández

Muy Sr. mío:

            Acabo de leer en “El Ideal Gallego” un reportaje publicado por usted sobre la represión del alzamiento de 1936 en Galicia y no puedo cuando menos de sonrojarme, aunque sea interiormente, al recordar aquellos hechos dramáticos en los que yo voluntariamente tomé parte.

            Sé que es demasiado tarde para hacer, aunque sea de forma anónima, este descargo de conciencia, pero espero de la infinita misericordia de Dios para que me sea admitido. Yo fui uno de aquellos jóvenes, de posición media y de educación religiosa tradicional, que se afilió en los primeros días del alzamiento a Falange Española como salvaguarda de posibles sospechas y aleccionado por aquella frase evangélica de que “el que no está conmigo, está contra mí”. Recuerdo las palabras de mi padre cuando me decía  que “si no extermináis a los rojos, ellos lo harán con vosotros”. Participé en las brigadas de represión que comenzaron a actuar en esta ciudad en agosto de 1936 y pronto se vio nuestro trabajo. Hay una escena que nunca podré olvidar: la muerte a culatazos de un joven, no más de 20 años, al que sacamos de la cárcel con la disculpa de un traslado. Su rostro ensangrentado, sus gritos de ”¡¡matadme por favor!!” los estoy viendo y oyendo todavía, a pesar de haber transcurrido más de cuarenta años del hecho. La Falange de los puños y las pistolasYo hubiese querido morir también aquella noche de oprobio y de vergüenza.

            A veces para consolarme, he leído todos los libros que sobre crímenes parecidos cometieron los del bando contrario. Sé de memoria la matanza de Paracuellos, la carnicería de Albacete, las torturas de las checas madrileñas y catalanas, los fusilamientos de religiosos. Pero de nada me ha servido. Cuantos más años he ido teniendo, más han sido las noches en vela que he pasado. He pensado también, como usted bien dice, que estos hechos tienen menos justificación, nunca la deberían tener, cuando el que los comete se proclama católico.

            He comprobado también que mi sentimiento de culpabilidad no es único y que muchos de los compañeros que participaron en aquellos hechos piensan lo mismo que yo. Incluso sé de uno que acabó en un centro psiquiátrico.

            Hay otra escena que no se me borra: la de un viejo socialista, casi tendría 70 años, tan flaco que yo le creí tísico, al que un compañero le pegó un rodillazo que casi le queda incrustado en el pecho. Quedó tendido el viejo, medio muerto, vomitando la sangre a borbotones. Yo sentencié: “Un Pablo Iglesias menos”.

            ¡Dios mío, Dios mío¡ ¡Perdón¡ qué dirán de mi, de nosotros, los hijos, la mujer, los nietos de ese pobre viejo. Hacen falta muchas personas como usted que recuerden todos estos hechos, sin sensacionalismos, con el ánimo de que recordándolos todos no vuelvan a suceder jamás y de que las dos Españas de Machado, eternamente irreconciliables, se fundan en una sola, sin odios, sin venganzas, sin sangre: solo amor y comprensión.

            Permítame este desahogo, ya en la proximidad de los setenta años de una vida siempre fácil, pero de una conciencia sin descargar. Para que ello sea posible, solo pido a Dios ¡perdón, perdón, perdón¡”

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Ourense, abril de 2004.

 


[1] Nuevos datos (PROA del 19-02-37) en la indagación “viva”  sobre nuestros desaparecidos nos muestran ahora que, contra lo que siempre se ha mantenido, Pablo Martínez Ferrero, casado con LupeLa Torala”, no fue paseado con los de Jiménez, sino juzgado en Consejo de Guerra colectivo en León junto con 44 vecinos más de La Bañeza “por los sucesos del 18 de julio” y acusados de formar entonces la “milicia roja”,  el 10 de diciembre de 1936;  fusilado junto a, por lo menos, 16 más de esta ciudad el 18 de febrero de 1937, y con ellos inhumado en el cementerio de León.

 



 

:: EL TESTIMONIO DE ARGENTINA COMESAÑA FERNÁNDEZ  ::

 

Añadimos ahora (noviembre de 2005) el testimonio de una de las hijas de los asesinados de Alcabre, Argentina Comesaña Fernández, hija de Emilio Comesaña Sobreira, recogido el 23 de abril de este año por otro descendiente de aquellos mártires, Telmo Comesaña Pampillón, hijo de José Comesaña Pérez.

Es este:

 

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Testimonio de Argentina Comesaña Fernández                        

    Tomado en Alcabre el día 23/04/05

    Por: Telmo Comesaña Pampillón

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    "Mi padre, Emilio Comesaña Sobreira, de 50 años de edad y carpintero de profesión, fue asesinado en la madrugada del 6 de octubre de 1936 en la carretera de Vigo a Gondomar, en el lugar de Vichicans, parroquia de Vincios, juntamente con Fernando Costas Iglesias y otros dos hombres más; unos 300 metros antes, en A Pasaxe – Vincios, ya mataran a los hermanos Antonino y José Comesaña Pérez. Todos fueron tirados a la cuneta; los llevaron a enterrar a Mañufe-Gondomar; allí estaba el maestro de escuela D. Rogelio de la Granja, que era presidente de la comisión del cementerio, y evitó que los enterraran en una fosa común fuera del cementerio.

 

    Mi madre, Aurora Fernández, quedó viuda con siete hijos (cuatro mujeres y tres hombres) y su madre, mi abuela, que vivía con nosotros. Mi padre, era  el presidente de la Sociedad de Agricultores de Alcabre; Fernando, Antonino y José formaban parte de la directiva.

 

    El local de la sociedad estaba en el barrio de Viñagrande, en el bajo de la casa del Sr. José “O Cacola”, marido de la Sra. Matilde “A Canelas”. En la Sociedad, además de las cuestiones propias de la agricultura atendían los problemas de los socios, tales como ayudar en las labores del campo a personas necesitadas o impedidas. El único día de la semana que tenían libre era el domingo; recuerdo un día que comentaba: ya tenemos todo preparado para el domingo poder atarle las viñas a la Sra. Purifica “A Penaca”, que tenía el marido impedido. Enseñaban a leer y a escribir a los analfabetos, que eran muchos, tanto hombres como mujeres. La noche de fin de año la celebraban con baile amenizado por una orquesta; el patio de la casa lo adornaban y lo iluminaban. Por entonces, no había los medios actuales para divertirse, y los domingos bailábamos en la carretera del Barreiro, frente a la casa de Fernando, que nos ponía música en un gramófono que colocaba en la ventana para que los jóvenes pudiéramos divertirnos.

             Mis hermanas y yo trabajábamos en la conservera de Bernardo Alfageme.

     Después del levantamiento, a  mi padre empezaron a vigilarlo Ricardo Salgueiro “O Camacho”- casado en Alcabre  con María Comesaña, hija del Sr. José “O Chamica” - y el hijo del sargento Moreno; los dos falangistas venían a preguntar por él, querían saber donde estaba, le seguían los pasos. Iban pasando los días y la represión aumentaba; el miedo estaba presente en todo momento; a mi padre le aconsejaban que se marchase de aquí, pero él se negaba y decía: no puedo dejar sola a mi mujer con siete hijos. Mi madre le decía que sería peor que nos dejara para siempre. Una tarde lo encontré en el camino da Castaña frente a la casa del Sr. Benjamin Collazo “O Choucho”, hablando con el Sr. Manolo “O Carolo”, y me dijo: dile a tu madre que ya voy ahora (el Sr. Manolo lo estaba convenciendo para que se fuera. Él se fue y salvó la vida); le di el recado a mi madre que estaba muy preocupada y se quedó mas tranquila.

Un día mi padre compró, a un pañero que vino por casa, una pieza de seda y nos dijo que la había comprado para nosotras, para que hiciéramos unas pañoletas para taparnos la cabeza porque los falangistas nos iban a cortar el pelo.

 

    Días después llegaron los falangistas a cortarnos el pelo, pero mi padre consiguió impedirlo; pasados unos días cuando fuimos a comer (mi madre nos llevaba la comida a Roade) estaba mi padre esperándonos para decirnos que teníamos que ir al cuartel de falange (el cuartel de falange estaba en Bouzas, en lo que había sido el ayuntamiento) para cortarnos el pelo, pero, que no tuviéramos vergüenza.

 

    Mi padre se negaba a huir, pero ante el aumento de la represión tomaba algunas precauciones: las noches las pasaba envuelto en una manta debajo de las viñas.

 

    Cuando fuimos al cuartel de falange estaban allí Aníbal Vicente “O Cotón”, Ricardo Salgueiro y otros “señoritos” de Bouzas que raparon a Aurora y a Carmen. Al salir del cuartel estaba la familia de José “O Barbeiro”, que fueron los primeros en insultarnos, y cuando subíamos por la Rúa Ferreiros la Sra. Teresa “A Coxa” nos preguntó que nos pasaba, y cuando se lo comentamos quedó horrorizada; pero Sra. Concha “A das Pedras”, que vivía na rúa Nova (hoy Casiano Martínez) dijo: lo que tenían que cortarle a éstas era la lengua. Por aquellos días también le cortaron el pelo a mi prima Peregrina, fueron a su casa y su hermano Benito que trató de impedirlo fue apaleado.

 

    Una noche  golpearon en la ventana de la habitación donde dormíamos las hermanas; yo me levanté y abrí la contra y la vidriera y en esto saltó dentro Aníbal Vicente Blanco “O Cotón”, y detrás tres o cuatro mas; fueron a por mi padre y lo maniataron; el se agarró a un barrote de la cama y lo rompió, luego le dio un vahído y quedó inconsciente (padecía del corazón). Los “valientes” falangistas se sentaron por allí y nos recomendaron que les diéramos alcohol; como no volvía en si se fueron dejando el aviso que se presentara en el cuartel. Salieron de aquí y se fueron a la casa del vecino Sr. Evaristo “O Martiño” y se llevaron preso al hijo, José. A la mañana siguiente vinieron a casa la madre de José y su hermana Elena para avisar de su problema y para interesarse por mi padre. Mi padre entonces ya estaba desmoralizado y comentó que ya estaba todo perdido, que iban a por ellos.

    A mi padre lo encarcelaron en el Frontón, rúa María Berdiales, sin ningún cargo; estuvo preso algunos días; mi hermana Sara le llevaba el desayuno y le pedía a los guardianes que le dejasen ver al padre, y ellos se negaban. Una mañana le contestaron que allí ya no estaba, y ante la insistencia de Sara por saber donde estaba le dijeron que lo habían llevado para Pontevedra, y seguidamente le entregaron sus pertenencias (el abrigo, un mechero-chisqueiro, la boina y unas calderillas). Sara fue directamente a la fábrica de Alfageme donde estábamos trabajando y entró llorando desesperadamente dándonos la noticia. El dueño de la fábrica nos llevó a su casa y le pidió a su mujer que nos diese una tila para tranquilizarnos; luego nos puso un coche y nos mandó a casa. Cuando llegamos al Cristo estaba en la puerta de casa Carmen “A Masada” (mujer de Antonino) con los dos hijos, y allí, todas lloramos nuestra amargura.

     Cuando encarcelaron a mi padre mis tíos Dorindo y José hicieron gestiones para que lo soltaran, y les aconsejaron que presentaran un certificado de buena conducta del cura de Alcabre, y que con ese certificado le soltaban porque no tenía ningún delito. Fueron a ver al cura, Manuel Comesaña Goberna, y este se negó rotundamente, argumentando que él no le conocía de nada, que no iba a la iglesia. Con esa negativa firmó su sentencia de muerte.

 

    Mi padre no era de iglesia pero a nosotros nunca nos impidió que fuésemos a misa o al rosario.

 

    El cura D. Manuel llevaba el odio con él. Recuerdo un domingo que fui a misa y en el momento de ofrecer las oraciones por los muertos dijo: un padre nuestro por los muertos en la guerra, menos por los muertos en las cunetas. No aguanté más y tuve que salir de la iglesia.

 

    Tiempo después, vinieron a casa a pedir dinero para sustituir una campana de la iglesia que se había roto. Mi madre les contestó que no les daba nada porque al que ganaba el dinero lo habían asesinado. Tampoco le dieron nada en la visita de pascua.

 

    Recuerdo también un día que mi hermano Pepe llegó a casa con vómitos y no quería hablar, pero, cuando le insistí me confesó que venía de la playa de Fontes de ver los muertos tirados en las piedras.

 

    Después de expulsar al maestro Soliño, estuvo sustituyéndolo Eduardo Comesaña Goberna (el hermano mas joven del cura de Alcabre) y este sujeto a mi hermano Pepe lo tenía masacrado; un día llamé a la puerta y salió Eduardo y le pregunté: ¿qué haces tú aquí? y me contestó que era el maestro. Le dije que él no era maestro ni era nada y que fuera la última vez que le pegara a mi hermano; le pegué una bofetada que le retorcí la cara.

 

    Mi padre era un buen hombre, un buen esposo, un buen padre, razonable y cariñoso".

 

 

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                                                                             Placa con dedicatoria a los Mártires de Alcabre.

 

"Outra vez, outra vez o terror !

Un día e outro día,

sen campás, sen protesta.

Galicia ametrallada nas cunetas

dos seus camiños".

 

Luis Pimentel

 

   EN LEMBRANZA DOS ASESINADOS

NA SUBLEVACIÓN FASCISTA

DE 1936

 

PRAIA DE FONTES, 17 AGOSTO 2002

 

A VV. NOSA TERRA

 

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        Conocimos más tarde (en abril de 2006) el testimonio indirecto de otro de los verdugos participante en la represión y los asesinatos del verano y otoño de 1936. Se trata del relato que en el prólogo a las memorias del Diputado Agrarista por Pontevedra Antón Alonso Ríos ("O Siñor Afranio. Ou como me rispei das gadoupas da morte. Memorias dun fuxido") hace Xosé María Álvarez Blázquez quien publica las mismas en 1979, y editadas ahora por A Nosa Terra en su colección O fardel da Memoria.

        Esta es la narración tal y como en dicho prólogo aparece:

 

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PRÓLOGO A "O SIÑOR AFRANIO"

Xosé María Álvarez Blázquez

        — ¡Ya cogieron a Alonso Ríos! ¡Por fin cayó el gran zorro!

        Estas exclamacións cheas de gozo vesánico e outras polo estilo, con variantes faunísticas pexorativas, escoitámolas en Tui durante meses, dende o mesmo 26 de xullo de 1936, día en que as tropas sublevadas entraron na cidade, logo de vencer a resistenda das forzas militares e civís leáis á República. A noticia da captura do bravo líder agrarista era lanzada a todo pulmón pola histeria enrabexada de femias en estado de inconsolábel soltería e un certo dubidoso varón con faldas, que fixera do seu balcón almiar sinistro, a falla de mellor pulpito. Aganábase o home, proclamando «urbi et orbe» a nova, arreo desmentida pola realidade, amparado nas sombras da noite e as negruras do propio espirito, de muecín da morte. De camino, a voz noitébrega non esquencía nunca encirrar aínda máis aos sabuxos armados de fusil para que non se desen descanso na cazata.

        A caza do home foi un deporte, acompañado de cantos triunfáis, no que incluso partillaron mociños imberbes, moi fachendosos cos seus uniformes e moi inflamados de aires heroicos. Eles, na súa inconsciencia adolescente, deron morte ou axudaron a matar a homes feitos e dereitos, pais de familia, traballadores, ideólogos, xente de ben, a quen nin tan sequera os victimarios coñecían de nada. Non falo ás toas. Fun testemuña pacenté e confidente «a fortiori» dos brados de arrepentimento e as confesións dooridas dun daqueles mozos practicantes do asasinato deportivo. Era un señorito madrileño de «moi boa familia», a quen sorprendeu a guerra veraneando nunha pequeña vila mariñeira da provincia de Pontevedra. Adiantárase nas vacacións ao resto da familia e, por mor dos sucesos, quedou isolado deJa. Tamén el colleu o fusil e foi facer fazañas, coidando acaso que no seu corpo barudo de dazasete anos encarnara Minaya Albar Fáñez.

        Cazou no monte a labregos inermes, sacou a mariñeiros de debaixo das camas e do fondo dos alboios, para deixalos tesos nas cunetas ou nos cons da beiramar. O meu "amigo" aínda non estaba na idade militar. Para fuxir daquela sanguiñenta roda na que se meterá ingresou voluntario no exército e foi destinado ao destacamento de Intendencia en Santiago, onde eu me atopaba entón como soldado. Estábase a organizar o Hospital Militar de San Caetano, enorme casatón que fora colexio de xordomudos. Isto era no mes de Xaneiro do 37. Polos longos pasígos desertos, con a penas un par de lámpadas amortuxadas nos extremos, paseábamos de noite para escorrentar a friaxe e matar o tempo. O meu "amigo" vía pantasmas e berraba entolecido. Eu sospeitei de seguida a causa, mais nada preguntei. Foi el mesmo quen rematou por me confesar as súas torturas, as que cometerá e as que o acometían. E souben que tamén el andará no monte coa súa trinca na procura desesperada de Alonso Ríos. Eran ordes; había que tópalo fose onde for, vivo ou morto. Máis de quince días andaron os daquela zona batendo o monte metro a metro na procura da alimaña. ¡Nada! Por alí non andaba o fuxitivo... (¡Andaba, andaba! ¡Ben o sei agora!).

— ¿E ti coñécelo? —pregunteille.Matilde Ríos, nai de Antón.

        — ¡Qué hei coñecer! Eu non coñecía a ninguén... ¡Agora, si! ¡Agora teño as súas caras de terror chantadas na alma!

        Calou un anaco. No lonxe palpexaba unha bombilla. Estábamos rodeados de sombras.

— ¡Velas ai están! ¿Non as ves?

Sacudíame abraiado, agarrándome polos ombreiros. Repetía:

— ¿Non as ves ti, coño? ¿Estás cegó?

—Non vexo nada... Asoségate; son figuracións túas...

        Unha daquelas noites quixo axoenllarse diante de min e pedirme perdón. Non llo consentín. Eu tíñalle contado a vida e morte do meu pai, fusilado en Tui dous meses antes.

        —Estás equivocado —díxenlle. Non son eu quen para te xulgar ou perdoar. Ademáis, penso que ti fuches outra víctima. Aproveitáronte. Se non pensase deste modo non estaría aquí a falar contigo. Dis que cres en Deus; poida que te purifiques polo arrepentimento...

        —Xa llo pido, pero vai ser imposíbel. Eu ben sabía que Deus manda non matar. Xa pedín para ir ao frente... Matarei ou mataranme... Eu son de José Antonio. Morrerei pola súa doutrina... Eramos amigos. ¡Mira!

Fotografía familiar do exilio en Buenos Aires.        Mostroume unha foto onde varios mozos, antre eles o meu "amigo", rodeaban ao fundador da Falanxe.

        —Era un home honrado...

        —Tamén é un home honrado Alonso Ríos, ese que ti andaches a buscar no monte para cázalo coma un lobo.

        — ¿Quen é ese home? ¿Por que andan tras del tan asañados?

        Conteille o que sabía. Faleille do seu idealismo loitador a prol do labrego marxinado; dos anos duros da emigración, do labor de escolante, do verbo aceso e do ollar sereno, da nidia honradez do home entregado á misión de emancipar aos pobres.

        — ¿Estasme a falar dun apostólo?

        —Si.

        Calou. Calamos os dous e seguimos andando polo pasigo. De súpeto parouse e agarroume polos ombreiros, como adoitaba. Era moito máis alto ca min, máis ancho e corpudo. Berroume:

        — ¡Non quero que me teñas pena! ¿oíches?

        —Non te afrontes por iso —respondínlle—. Nunca pensei terche pena. As miñas penas van por outro camino.

        Dous ou tres días despois desta conversa o meu "amigo" marchou ao frente. Nunca máis souben del. Acaso morreu na guerra, acaso viva. Podería dar aquí o seu nome. Non o fago, por respecto á súa dor e a aquela tensa e difícil amizade duns días. Si —cousa improbábel— caesen estas liñas ñas súas mans recoñeceríase deseguida e estou ben certo de que non me faría desdicir.


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