Los Magostos
(UNA TRADICIÓN RECUPERADA)
José Cabañas González noviembre de 2000.
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Con gran satisfacción hemos venido conociendo del creciente arraigo que en nuestro pueblo está adquiriendo una celebración otoñal y festiva año tras año repetida durante ya más de seis y cada vez más aceptada, como es la jornada o convite de castañas asadas que en torno a los primeros días de Noviembre auspician y organizan los esforzados promotores de la Asociación Cultural Jamúz. Esta satisfacción nos invade y colma por un doble motivo: Saber del sano jolgorio y la amistosa y enriquecedora convivencia que para nuestros convecinos, grandes y pequeños, tales jornadas representan, y tener el convencimiento de que en la medida que estas arraigan se recupera con ellas una tradición amplia y secularmente asentada en el entorno geográfico y cultural de nuestro pueblo.
Nos estamos refiriendo a la fiesta tradicional conocida en todo el norte peninsular como Magostos (así en Galicia y El Bierzo), o sus variantes idiomáticas (Maguestu en Asturias, Magustos en Portugal, Castanyadas en Cataluña o Kastañarre-eguna en Euskadi) consistente en la reunión de familiares, amigos o vecinos en fechas cercanas al día de difuntos para compartir al lado del fuego castañas y chorizos asados regados con vino. No tenemos memoria de haber nosotros conocido esta precisa tradición en nuestro pueblo, y nos inclinamos a pensar que la misma desaparecería hace ya largos años. Nos consta, por otra parte, que se celebraba aún hace escasas décadas en una tierra tan cercana a la nuestra como es La Maragatería.
Insistiendo en lo muy grato que nos resulta la recuperación en nuestro pueblo de esta tradición que, si acaso no fuere del todo nuestra, no deja de sernos cercana y propia de nuestro habitat cultural, especialmente en estos tiempos en que nos invaden por esas mismas fechas con ánimo de plana homogeneidad y devastador lucro modas foráneas como la de Halloween, ajena a nuestra cultura y costumbres y que se nos impone por la fuerza de la mercadotecnia yanqui y para mayor beneficio de las multinacionales de la distribución, nos ocuparemos de reseñar por lo breve algunas de las peculiaridades de este ancestral rito.
Cabe de entrada decir que es El Magosto una fiesta tradicional del Ciclo de Invierno, resto de un ritual medieval de celebración religiosa en honor de los difuntos y de su recuerdo, presente como ya hemos indicado en todo el norte de la península ibérica y en la cual en torno al día de las Ánimas y alrededor de una hoguera asentada en una plaza, era o monte cercano al lugar se juntaban las gentes del mismo para asar y comer castañas (alimento básico y de enorme importancia en la dieta campesina hasta el siglo XVIII y el auge de la patata) recién recogidas, acompañadas por el vino nuevo de la cosecha y también con el paso de los años por los chorizos aún frescos de la reciente matanza. Se cantaba y se bailaba al son de gaitas y panderetas, se jugaba y se gastaban bromas, rematando los rostros tiznados por el negro de tizones y castañas. Era costumbre, además, que los jóvenes recorrieran previamente las casas recogiendo para El Magosto los donativos de castañas, o de los frutos de la zona donde aquellas no existían (como los llamados "Tosantos" en Andalucía).
Con el tiempo, y dentro del mismo esquema de compartir comida, bebida y fiesta en honor de los difuntos, aparecieron productos alimenticios más elaborados, como los "tostones", "dobladitas", "roscos", "panellets", "puchas" o "nuégados" de diferentes y específicos lugares de la península. También se propagó por América esta costumbre, dando lugar, por ejemplo, a los curiosos caramelos con forma de calavera o esqueleto que en Méjico dan a los niños y con los que honran a sus muertos, llegando hasta nuestras actuales especialidades comerciales como los "huesos de santo", continuadores de esta tradición aunque la mayoría de sus consumidores desconozcamos hoy su procedencia.
Los alimentos señalados son tomados en el ritual que nos ocupa por los vivos en honor de los difuntos, pero existía además en esta misma tradición de honra a las Ánimas una suerte de manjares que eran para los difuntos, destinados a ellos, puesto que se consideraba que en tales fechas volvían a visitar sus hogares, y así en Portugal y zonas de Francia como Ariége y Rousillón se comen castañas el día de difuntos y se dejan para ellos algunas en la mesa y en los peldaños de la escalera. En algunos lugares de América se prepara tal día el plato preferido por el difunto al que se honra, dejándoselo en una habitación o encima de su tumba, siendo comido en la siguiente jornada por sus familiares aunque careciendo ya de "la sustancia " que de él tomaron los difuntos. No hace muchos años era práctica común en toda la península colocar un pan sobre las tumbas de los familiares, que más tarde quedaba para sacerdotes y sacristanes, pero también ya "sin la sustancia" de la que se habían apropiado las Ánimas. Recordamos a propósito de este ritual haber conocido aún una época en que en nuestro pueblo se ofertaban al Oficiante con los hachones y velas ardiendo en el responso de la Misa del día de difuntos ciertas cantidades de trigo, variación quizá de la costumbre citada aunque compartiendo seguramente origen y significado.
Ponemos aquí fin a las breves y modestas consideraciones en torno a esta felizmente recuperada celebración animando a que con la colaboración de todos se potencie más cada año la singular, vieja y rica costumbre de los Magostos, a la vez que rendimos recuerdo a otras antiquísimas tradiciones que también lo fueron de nuestra tierra, como los Filandones -reuniones de mozos, hombres y mujeres al fuego de las noches de invierno para hilar éstas lino o lana-, o los Esfoliones -como las anteriores, fiestas de labor en las que se juntaban mozos y mozas para deshojar las mazorcas del maíz-, estas si, nos tememos, irremediablemente perdidas.