…Muero inocente y perdono…
(del Testamento del Capitán Rodríguez Lozano)
José Cabañas González septiembre de 2004 +++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Enfrento estas líneas pocas fechas después de haber sido plasmado en el B.O.E. el Decreto de creación de la Comisión Interministerial para el Estudio de la Situación de las Víctimas de la Guerra Civil y del Franquismo, acordada en la reunión del Consejo de Ministros del pasado día 10 de septiembre, y ya anunciada en la histórica reunión de dicho Consejo el 23 de julio en la ciudad de León, en el excepcional y emblemático lugar, arquitectónica joya de la filigrana plateresca, del actual Hostal de San Marcos.
La reunión en tan señorial edificio de nuestro Presidente del Gobierno y sus Ministros alumbró la esperada y justa decisión que puede, si todo transcurre como el cumplimiento de los anhelos de tantas personas y la dignidad, la gratitud, y la equidad históricas exigen, venir a saldar de una vez por todas, aunque muy tardíamente, la histórica deuda que la actual democracia aún sustenta con tantas y tantos como a lo largo de tanto tiempo, y a costa de tanto dolor y para nuestro actual disfrute, la posibilitaron.
Creo no equivocarme al pensar en el esmerado y especial interés que debió de animar a nuestro actual Jefe del Ejecutivo a tomar tal decisión y hacerla pública, rodeado de su Gabinete, precisamente en este lugar, hoy lujoso Parador y hace no tanto tiempo Acuartelamiento de la Remonta Militar primero, último bastión de la resistencia popular republicana en la ciudad, y más tarde, desde el 26 de julio de 1936 (“año del disparadero, o mejor del disparate español”, en palabras de nuestro insigne paisano Victoriano Cremer en su “Libro de San Marcos”) Campo de Concentración, de los más feroces y brutales entre tantos, y, también en definición del ilustre escritor, “el más abominable de los infiernos”.
Tengo la seguridad de que tuvo que ser especialmente emotivo y evocador para quien como José Luís Rodríguez Zapatero es nieto de una de las numerosas e injustas víctimas de la ilegal violencia desatada por quienes con su deslealtad y traición propiciaron la pasada guerra civil, disponer esta voluntad entre los muros que antaño albergaron el dolor y la impuesta desolación de su abuelo y de tantos (…más de veinte mil, Victoriano entre ellos, pasaron por allí y allí penaron…), tal vez en las mismas estancias que fueron entonces los siniestros cuartos de torturas “del lavadero” o “de la costura”, y paseando por los mismos espacios de los que, según Cremer, aquellos mártires “…volvíamos a las celdas muertos, sabiendo lo que era morir de noche, porque nuestros guardianes jugaban a matarnos con fingimientos espectaculares. Nos fusilaban de mentira contra los tapiales del patio”.
Inmerecidamente terrible debió de resultar para el Capitán Juan Rodríguez Lozano, defensor de la legalidad republicana en el Gobierno Civil hasta el día 20 de julio, en que con los demás es rendido, el tormento de su encierro en tal sumidero humano, al que con su fusilamiento el 18 de agosto en Puente castro ponen fin sus verdugos, y no menos terrible el de Josefina, su esposa, una Mujer de San Marcos, enfrentada como tantas esposas, madres e hijas de los mártires, entre el desamparo, la hostilidad y el abandono, a la incertidumbre de la espera del negro destino de los suyos.
Titánicas mujeres, “muertas guardianas de la muerte,.. alucinantes mujeres de miradas ansiosas, de gestos dominados por el miedo, de entrecortadas palabras fundidas”, esperando siempre, “..corriendo hacia las puertas, hacia el puente, buscando una señal que les asegurara la existencia viva de sus gentes,..a la espera de encontrar una ocasión, que rara vez conseguían, para hacerles llegar sus bultos, sus ropas, su comida, su mensaje de amor y sacrificio,..obligadas a caminar continuamente, puente arriba, puente abajo, durante todo el día y toda la noche, sin cesar en la vigilancia…Y las mujeres estaban allí, esperando con la mirada abrasada,..relevándose de día y de noche,…esperando, suplicando, muriendo,..llenando la mañana de alaridos cuando alguno de sus hombres había sido “sacado”, corriendo alocadas hacia los campos, hacia las tapias de los cementerios, hacia los caminos perdidos en busca de los desaparecidos…. Y se llenaba el mundo de desaforadas mujeres que escarbaban el monte, que removían las tierras, que arrastraban los cadáveres de los montones de muertos para encontrar los suyos, sus muertos…,cargándolos sobre las espaldas o transportándolos en brazos, cayendo sobre las piedras, sangrantes y clamorosas como vírgenes al pie de una cruz de fusiles”.
“¡ Santas y purísimas mujeres vulneradas de la guerra!...¡Dios, qué mujeres las de San Marcos, las mujeres de los presos, las santas, las feroces, las increíbles mujeres de San Marcos!... ¡Lo que hicieron, lo que penaron, lo que perdieron aquellas mujeres de la guerra --¡ay Dios, qué miserable guerra! -- no lo dicen las Crónicas..!”
Mujer de San Marcos también, entre tantas, Eulalia, de Santa Lucía, esposa de Vicente Sánchez González, de 54 años, socialista y cofrade, allí preso lo mismo que Joaquina, su hija – también la suya, Rosario, después profusamente perseguida-, en San Marcos primero y en Gijón y en Saturrarán más tarde y por más tiempo después de haberle sido arrebatado por la muerte Tomás, su esposo. Visitando y socorriendo entre congojas las dispersas penurias de los suyos.., por tanto tiempo hollando el infortunio de la atalaya desde el cercano puente y la explanada del presidio, con su nieta Cuqui de la mano, a la espera del rostro de su hombre, del cruce de su última mirada cuando de allí lo saquen al suplicio.., muriendo también ella un poco cada día en esa centinela de la vida.., confiada en que la pregonada piedad de los Cruzados de Dios y de la Patria no les permitirá matar en el señalado y santo día de la Virgen.., descuidada por esa sola vez de la temprana guardia de la muerte,..y por los secuaces de la muerte sorprendida: el 15 de agosto de 1939, junto con trece más, es fusilado su marido.
Mujeres de San Marcos, por extensión, aquellas lavanderas que, como nos narra Manuel Rivas en “El Lápiz del Carpintero”, con el código de colores de sus tendales alertaban a los huidos y hablaban con los encarcelados en la vieja prisión provincial de A Coruña, tan cercana al antiquísimo faro de la Torre de Hércules que alumbraba en los tiempos del plomo, la piedra y el oprobio las noches de “saca” con sus fogonazos de luz haciendo resplandecer las camisas blancas de los fusilados junto al mar, en los acantilados del también cercano y tenebroso Campo da Rata… Sangre inocente de tantas “hemorragias internas” empapando las ausencias, las vidas y las míseras coladas de aquellas sufridas y valerosas mujeres…
Titánicas, invencibles mujeres las que nos rescata del silencio y del olvido Dulce Chacón (..tan huérfanos nos dejó de su escritura..) en “La Voz Dormida”: compartiendo sus noches con los muertos, escondidas en los nichos y en las tumbas del Cementerio del Este, burlando la prohibición de los verdugos y atisbando en los amaneceres helados y sangrientos del Madrid de la posguerra las ejecuciones de tantos de los presos de sus innumerables cárceles; rojas samaritanas armadas de tijeras que rasgan y cosechan retazos de sus ropas rompiendo con ellos el impuesto anonimato de los asesinados para llevar con el testigo de la tela el consuelo del saber de su final a las familias.
Indomables mujeres, Mujeres de San Marcos, las miles que fueron ejecutadas o soportaron largas condenas en las cárceles franquistas desde el inicio de la dictadura, cuando estaban a punto de experimentar en sus vidas y para el futuro un vuelco igualitario que un sangriento y brutal golpe militar vino a impedir desandando lo avanzado y acuñando sólidas doctrinas de subordinación al hombre, según los mandatos de la Santa Madre Iglesia, y una férrea legislación restrictiva de sus derechos, que perduró durante décadas. Santas mujeres laicas como las que, doloridas, transitan por la obra de Carlota O´Neill “Una Mujer en la Guerra de España”: Regina, su madre, y su hermana Enriqueta, supervivientes por sí y para los otros a costa de todo, sobrepuestas al propio dolor siempre …; sus pequeñas hijas Mariela y Loti, tan pronta y ferozmente privadas del padre y arrebatadas de la madre, arrojadas a los inhumanos orfanatos que el franquismo disponía para los retoños de los vencidos; la propia escritora, asesinado de inmediato su marido Virgilio Leret, leal defensor de la plaza legítimamente encomendada, y encarcelada por casi cinco años en el infame presidio-fortaleza de Victoria Grande, en Melilla; testigo de su propio dolor y del inconmensurable sufrir de tantas otras mujeres como con ella compartieron injusto cautiverio; padeciendo todo el extenso catalogo de las represiones que a los disidentes reservaba el abyecto régimen.., y narrándolas magistralmente, ejerciendo testimonio de cargo contra aquel y cumpliendo el sagrado mandato de sus compañeras de infortunio de “dar fe”, de “escribir algún día lo que has visto, para que el mundo conozca nuestros sufrimientos,…para que la muerte de los nuestros no se pierda en el olvido…”
Mujeres de San Marcos más cercanas a nosotros, más nuestras si cabe, las que en la amanecida del 20 de septiembre de 1936, domingo, se dirigieron, con el alma en vilo y con fundados temores y presentimientos de tragedia, desde nuestro pueblo a la apartada ciudad, al infame caserón, a preguntar por la suerte de los suyos, a suplicar por saber del destino de sus padres, de sus hijos, de sus esposos y hermanos. Largo y azaroso viaje en unas fechas en que cadáveres de “paseados” sembraban profusamente las cunetas y los caminos de nuestra tierra (…otras cunetas o descampados poblaban ya, sin que ellas lo atinaran, la yaciente humanidad de sus hombres aún ayer llenos de vida…). Y fueron así ellas también Mujeres de San Marcos, y arrastraron su ruego y su dolor, que no su llanto (llorar no las dejaron…), por la explanada y por el puente, y llevaron su súplica al portón…, y nada obtuvieron sino imposiciones de silencio y amenazas de seguir los pasos de los suyos…, y regresaron sin saber, sumidas para tantos días en el dolor mudo, en la incertidumbre, en la añoranza, en el abandono y la indigencia, en la escondida desolación, en el temor, en el escarnio y en la burla de quienes aplaudían al verdugo…, víctimas también al poco algunas (asesinatos diferidos y a distancia) de tan insoportable dolor en tan breve tiempo acumulado.
Intrépidas y santas mujeres de nuestro pueblo las que acompañadas por “el ti Galo”, solícito y valiente Cireneo, emprendieron aquel viaje al desconsuelo: Amalia y Esperanza, Lucía, Rosalía y María, Modesta, Manuela, Bernarda y Pilar, Serafina y Teresa, Petra y Carolina, Paula, Mónica y Ángela, Gilda, Isabel, Lupe, Domitila..., y tantas otras valerosas mujeres vulneradas de la guerra, santas y dolorosas Mujeres de San Marcos todas ellas.
Ourense, septiembre de 2004.