LA IDENTIDAD DE LAS PERSONAS QUE APARECEN EN LA IMAGEN DEL CARTEL
La fotografía está tomada de la portada del libro de Rafael Torres DESAPARECIDOS DE LA GUERRA DE ESPAÑA (1936-?), y en el solo se indica que la misma es de Xavier Miserachs.
Utilizada en los carteles del Homenaje realizado el 20 de septiembre de 2003 en nuestro pueblo, causó un cierto impacto en muchas de las personas que los contemplaban, especialmente por lo inquisitivo de la mirada de la mujer, y el desamparo que a la vez transmite. Varias fueron las conjeturas sobre la identidad de estas personas. Los más entendían tratarse de una madre y de su hijo desaparecido. Todo lo que entonces nosotros sabíamos era que, por el contrario, se trataba de dos esposos, él desaparecido, y ella mirándonos desde y después de los muchos años transcurridos de la desaparición de su marido.
Pasó un cierto tiempo, y un día llegó a nosotros, como una pieza más del inmenso rompecabezas del horror fascista, la historia de los esposos de la fotografía, la historia de Leonardo Cortés Ramos, de Villoruela, en Salamanca, a diez kilómetros de Cantalpino, asesinado con otros siete más el 24 de agosto de 1936, y cuya fotografía, realizada pocas fechas antes de su asesinato, nos muestra su viuda 43 años más tarde:
Interviú, Nº 177, 4-10 octubre 1979
SALAMANCA
Así fue el terrorismo falangista
Por ÁNGEL MONTOTO Fotos: XAVIER MISERACHS
Cuarenta y pico años sin hablar. Cuarenta y pico años sabiendo que el cuerpo del padre, del hermano, del marido, yace mal enterrado al borde de cualquier camino. Cuarenta y pico años de rabia contenida y miedo desbordado. Los asesinos han seguido allí, haciendo que convivían... Salamanca conoce muy bien la historia de aquellos falangistas que no fueron a montar guardias junto a los luceros porque lo suyo no era la trinchera, sino el robo, el asesinato y la violación. Por primera vez, algunas de las víctimas relatan a INTERVIÚ lo que fue aquella grosera represión.
-Al diputado Manso le colocaron banderillas negras antes de rematarlo.
Todavía lo cuentan en voz baja, mirando desconfiadamente a uno y otro lado, con un algo de escalofrío perenne. La historia de los rejones, en cualquier caso, parece no ser cierta: al diputado Manso, simplemente, lo asesinaron en un repecho del monte de la Orbada. No obstante, resulta significativa la versión de la «corrida» que precedió al crimen, pues nos da la medida del terrorismo que se le supuso a la retaguardia salmantina.
-Cuando los militares se sublevaron -me explica doña Fe, viuda del diputado Manso- le dije a mi marido que nos fuéramos, pero el me contestó que nada malo había hecho y que debía quedarse en Salamanca... Sí, si, los primeros días de la guerra mi marido no creía que le fueran a hacer nada, pues siempre había actuado transparente y todos aquí conocían su honestidad. Se equivocó: nos saquearon la casa y a el se lo llevaron preso... En efecto, fue el día veinticuatro de julio, la víspera de Santiago matamoros, cuando lo asesinaron. Aquí nadie quería, o se atrevía, a hacerlo, pero el general Cabanellas dio el visto bueno, aunque ahora su hijo lo niegue; en fin. el caso es que lo sacaron de la cárcel y sin juicio ni diligencia alguna se lo llevaron al monte y allí lo asesinaron... Fue a buscarlo a la cárcel Bravo, que luego seria director del periódico «La Gaceta Regional» y alcalde franquista de Salamanca; Bravo fue uno de los más responsables de aquí... Me han dicho que cuando Bravo fue a sacar de la cárcel a mi marido y a Prieto Carrasco, que había sido alcalde durante la República, les explicó que los trasladaban a Valladolid, pero cuando Prieto Carrasco guardaba sus cosas en un maletín mi marido le puso una mano en el hombro y dijo: «No necesitamos equipaje. Nos llevan a fusilar», y luego se giró hacia Bravo y le llamó matón y asesino y qué se yo cuántas cosas más... Desgraciadamente, Pepe, mi marido, tenia razón: se los llevaron a La Orbada y allí, al borde de un camino, los asesinaron juntos... ¿Confesarse, dice usted? ¡ Esto es un cuento! Mire, yo soy muy cristiana, escríbalo usted, y le aseguro que la historia de que mi marido pidió confesar es mentira. Mi marido tenia la conciencia tranquila, era un hombre bueno que siempre ayudó al débil y por eso le asesinaron; asesinaron su conciencia tranquila.
Doña Fe, generosa y entera, nos cuenta muchas más cosas de aquella juerga sucia que fue la represión franquista en Salamanca. Habla y no acaba de ese personaje con nombre de tebeo, Diego Veloz, hijodalgo neófito y terrateniente, que asoló con sus hordas falangistas los humildes hogares del campo salmantino. Historias y más historias, todas rezumantes de odio y sangre.
El Golpe de Estado rápido había fracasado y los militares necesitaban una retaguardia que no crease problemas; para ello nada más fácil que cerrar los ojos ante el terrorismo de los falangistas. INTERVIÚ ha elegido al azar varios pueblos, a caballo entre La Armuña y la carretera de Madrid, como muestra de la represión fascista en la provincia de Salamanca.
«LES IBAN CANTANDO EL ENTIERRO
Hemos llegado al Pedroso de la Armuña y ni una brizna de viento alivia el calor despiadado, seco; tampoco alivió, el 9 de agosto de 1936, la espera de Valentín Póveda Gallego, Paulino Póveda Gallego, Salvador González Gómez, Agustín González Herrero, José Caballero, Manuel Martín y Simón Rodríguez. A los cuatro primeros los asesinaron en el monte de La Orbada; el resto cayó en la Fuente de la Platina, junto a las tapias del cementerio de Salamanca. No tuvo mejor suerte Manuel Herrero, fusilado tras un conciso juicio de un tribunal militar. Los crímenes de estos ocho hombres se reducían a su condición de izquierdistas; en El Pedroso ni siquiera había habido enfrentamientos sociales graves, pero el 8 de agosto una mano misteriosa empuñó una pistola y disparó al aire; el 9 llegaban los falangistas.
Todo el pueblo sabe que quienes llamaron a los asesinos fueron Don Manuel, cura párroco; Marcelino García, que hasta hace poco tiempo fue alcalde; Agustín Franco y Emilio Martín.-Don Manuel, el cura -asegura la viuda de José Caballero- fue una piel de las malas, fue el peor; ahora vive en Salamanca y dice misa en la iglesia de San Juan Bautista.
El escritor Agustín Salgado, que próximamente publicará su novela «La Grama» sobre los asesinatos del Pedroso, nos explica:
-En efecto, la responsabilidad de don Manuel fue enorme: él llamó a los falangistas y él confesó o trató de confesar a los ocho detenidos... Si, eran nueve que iban a llevarse el primer día, pero a última hora y gracias a las influencias de uno de la CEDA, dejaron libre a don José, el médico, que así logró salvar su vida... Ahora el cura niega que confesase a aquellos hombres, dice que él no sabía que los fueran a fusilar pero, aún así, le queda la responsabilidad de no haber impedido que se los llevaran. En otros pueblos, los menos desgraciadamente, el cura se opuso a los falangistas y allí nada ocurrió.
-El día nueve -continúa la viuda de José Caballero- se nos dijo que nadie saliera de sus casas... Si, dieron un pregón antes de la amanecida y ya a las 9 de la mañana vinieron a buscar a mi marido. Armaron mucho alboroto y mi hijo, que era un niño, empezó a llorar y al padre le dieron una patada tremenda porque les dijo que no asustaran al niño. Después se lo llevaron al ayuntamiento y allí lo tuvieron todo el día hasta que lo montaron en un camión... No, a mi José no lo mataron en La Orbada porque ellos mismos hicieron dos grupos: los que fusilaron inmediatamente y los que debían ir a la cárcel de Salamanca. Al llegar a Salamanca , tuvieron la desgracia de ser entregados a uno que llamaban el Capitán Centellas y que era el padre de Don Manuel, el cura de aquí -en este punto no me acuerdo sobre si se trata del padre o del hermano- y el canalla dijo: «¿A qué me traes carne viva?». Aquella misma noche los asesinaron. Cuando nos enteramos, hacia dos días que estaban muertos y los habían dejado sin sepultura: fue horrible después de muertos les habían pasado un camión por encima... yo vi las marcas de las ruedas en el pantalón de mi José...
La viuda de Salvador González, Rosaura Gómez, le pregunta a su hijo Luis, que nos acompaña, si no les harán nada por contar «aquello». Luis la tranquiliza y la señora Rosaura apenas coge su pañuelo porque sabe que de «aquello» no se puede hablar sin que las lágrimas le acudan a los ojos:
-A Salvador lo vinieron a buscar, a las diez de la mañana los falangistas y dos de la «guardia cívica» del pueblo... ¡Ya lo creo que recuerdo sus nombres: Segundo Rodríguez y Emilio Martín, que ahora se ha retirado de sargento de la Guardia Civil Total que se lo llevaron al ayuntamiento para interrogarle pero no encontraron como encausarle. Salvador nada había hecho y le dejaron en libertad; pero al cruzar la plaza se topó con dos del pueblo que dijeron a los falangistas que a que soltaban a «ése, que es de los peores» y le volvieron a detener...
¿Los dos de la plaza? Si, eran el Baltasar García y el Teodoro Rodríguez... Si, logré verle; le llevé algo de dinero, un papel y un lapicero, para que me escribiera desde donde fuera a estar, y café. No quiso el café y se abrazó de mí y del niño éste -señala a su hijo Luis- que tenia nueve meses. Por la tarde los subieron a un camión, atados, y ya en el camión les cantaban el entierro... si, si, los falangistas se reían de ellos y les cantaban el «réquiem», pobrecillos. El resto ya lo sabe: los asesinaron al borde de un camino...No, no acabó la cosa con estos asesinatos, que luego se llevaron también al Manuel Herrero; y a varias hijas de los fusilados las raparon y las hacían cantar el «caralsol»; lo mismo que a la viuda de Manuel Martín, que un día le cambiaba los panales a su hijo y decía en voz alta: «¡Que por cuatro sinvergüenzas te tengas que ver tú así!» y se la llevaron al ayuntamiento y la ataron a una columna y tuvo que ir su padre a ponerse de rodillas para que la soltaran, pues tenia que dar el pecho al niño...
«ME VIOLARON CINCO FALANGISTAS»
-No recuerdo demasiado bien... no, no entren en casa... les daré la lista, pero no digan mi nombre.
Es el miedo, el miedo de Cantalpino. donde las hordas falangistas mataron a una mujer y a veintidós hombres; donde se robó y violó.
Juan Giménez, conocido como Juan Dinga, no teme «contarlo todo, aunque mi nombre salga en los papeles»
-Yo pasé en la cárcel cinco años y tuve suerte, porque a los otros los mataron.
Nos sentamos alrededor de una mesa con el señor Juan, con su actual esposa, la señora Alejandra, y con un hijo del primer matrimonio de ésta.
—Aquí asesinaron a muchos y a la Eladia Pérez, la Jaboneta, también. Fueron a buscar a su hijo Guillermo, a quien «pasearon» más tarde, y ella no quiso abrirles; así que el Cagalubias, Anastasió González, le disparó y la mató; luego la llevaron al cementerio y su cuerpo no cabía en la hoya y el Cagalubias le cortó la cabeza con la pala... ¿El Cagalubias? Ya murió el muy cabrón, y antes de morir deliraba y gritaba que le quitaran de encima a la Eladia... Los asesinos fueron gente del pueblo y forasteros... ¿Falangistas? Sí, falangistas, curas, frailes y hostias. Don Pablo Martín Dorado, el cura, era de lo peor, daba la bendición a los «paseos»... También les cortaron el pelo al cero a unas cien mujeres y, lloviendo y todo, las sacaron en procesión, la música tocando y los falangistas gritando arribaespaña y vivafranco y... ¡me cago en la madre que los parió!... A mi me hicieron muchas, pero a otras las violaron... ¡a ésta la violaron!
Durante unos segundos -siglos de asfixia, rabia y vergüenza- un silencio espeso llena la habitación. El hijo de la señora Alejandra aprieta los puños y traga saliva. Al fin. Es él quien habla con una entereza y dulzura que nos ayudan a levantar la vista de los cuadros del mantel de hule:
—Yo sabía todo lo que pasó aquí, pero no sabia que a ti te hubieran violado...
-Si, fueron cinco falangistas -la señora Alejandra cuenta la historia y sus ojos parecen mirar hacia dentro de si misma- Sacaron de la cama a mi marido, que en paz descanse, el pobre, y le plantaron una pistola en el pecho, y allí, delante de él, me violaron. Unos me tenían cogida por los brazos y otros, por las piernas, y aquí Santa Inés, a lo que quieran hacer, y las pistolas encima de la cama... en presencia de mi Desiderio... ¡ El pobre Desiderio!...Además nos robaron todo lo que pudieron... Si, si, eran de aquí, de Cantalpino... ¿Qué si vive alguno? Pues si. Lorenzo Almaraz, llamado El Gordo, que vive en Valladolid, y su hermano Ángel Almaraz, que vive en Salamanca; los otros tres violadores murieron ya...
Por desgracia, esta violación no fue un hecho aislado. En Poveda de las Cintas, a pocos kilómetros de Cantalpino, la historia se repitió, esta vez con la mujer del secretario del ayuntamiento. Los violadores aún viven: ___mundo Velázquez y Benigno ___cador.
Pero sigamos con Cantalpino. La amplia encuesta realizada por INTERVIÚ para encontrar a los falangistas responsables, por acción o por incitación, dio como resultado una larga lista de la que elegimos a tres personajes todavía vivos: Manuel Alonso -El Tarugo-, Benjamín Santos -EL Pielero- y Desiderio Andrés Hernández El Boti___
Manuel Alonso, al margen de otras responsabilidades, era el mandamás de la Falange en Cantalpino y sacó en procesión a mujeres que previamente habían sido rapadas. Su mujer dijo: «No quiere recordar ni quiere hablar de aquellas cosas. El no da explicaciones »
—A Benjamín Santos le sorprendimos en la calle.
—¿Participó usted en los sucesos de agosto del treinta y seis ?
—No, no...
—¿Hubo fusilamientos?
—Pues creo que sí los hubo.
—Aquí hubo fusilamientos y a usted le señalan como uno de los asesinos.
—Le han engañado o quiere usted decir una cosa por otra.
Desiderio Andrés tampoco se reconoció culpable, al contrario:
—Ni participé en «paseos» ni preparé listas; a mi me hicieron jefe de Falange en febrero del treinta y siete, y desde este momento no se sacó a ningún individuo del pueblo, porque ésta fue la condición que yo le puse al jefe provincial, que no se llevaran a nadie si no era con una orden de la autoridad.
«LOS ASESINOS ERAN DEL PUEBLO»
La viuda de Leonardo Cortés con una fotografía hecha poco antes del asesinato
Nadie mató. Sea como fuere, aquel veinticuatro de agosto la sangre no paró en Cantalpino. La impunidad de los asesinatos animó a los asesinos. Tres falangistas llegaron a Villoruela —menos de diez kilómetros de Cantalpino- y comenzaron las detenciones: Leonardo Cortés, Leoncio Cortés, Eustasio Ramos, Elias Rivas, Daniel Sánchez, Esteban Hernández, Francisco García y el chico de 18 años Benigno Hidalgo fueron encerrados, mientras las fuerzas vivas discutían su suerte. Ya de noche, los subieron al camión de Julián González. A los tres falangistas se les sumaron los fascistas del pueblo: Lucas Sánchez, Miguel González -que hasta hace poco fue alcalde— Laureano Vicente, Jesús Vicente, Carlos Holguera -de diecisiete años— Abundio Rubio y Matías Martín.
La viuda de Leonardo Cortés, dos de sus hijos y un hermano de Benigno Hidalgo, recuerdan aquella fecha sangrienta:
—El veinticuatro por la tarde hubo una tormenta tremenda, con inundación y esas cosas. Fue entonces cuando llegaron los falangistas y se juntaron con los del pueblo para hacer las detenciones; por cierto, cuando fueron a prender al Daniel, estaba todavía calado porque horas antes estuvo ayudando a todos, sin preguntarles si eran de izquierdas o de derechas... A mi marido lo vino a buscar Primitivo Conde, que era de sangre criminal y que aún anda vivo por Salamanca... Sí, se reunieron los falangistas y los del pueblo en casa del Cástulo de la Torre, y allí se decidió el asesinato y se nombró a los que debían ir...
¿Que qué hacíamos nosotros? Bueno, pues dos de las mujeres de los detenidos, la María Engracia Cortés y la Angeles del Pozo, se fueron a pedir ayuda a las monjitas. Pero las monjitas les dijeron que aquello era una Cruzada... Ya pasada la medianoche, los subieron a un camión, atados con cuerdas, y los llevaron al término de Salvadiós y allí, en una cuneta, los fusilaron... Si, fueron los del pueblo, que en los pueblos se sabe todo; incluso sabemos que Carlos Holguera no se atrevió y estuvo bocabajo en el camión para no ver lo que sucedía... Mi hermano. Benigno Hidalgo, trató de escapar y le dio una patada a uno, pero le alcanzaron a los cincuenta metros... Si, el Lucas Sánchez dice que él no mató a nadie, pero cuando se pelea con su mujer ella le llama asesino y le recuerda los ocho muertos... Los asesinos fueron siete del pueblo, el que llevaba el camión y los tres falangistas forasteros.
Julián González conducía el camión. Lo despertamos de su siesta y le preguntamos si participó en el crimen:
—No, yo solo les llevé y tuve que alumbrarles porque era de noche.
—Alumbrarles ¿para que ?
—Bueno, pues... para el fusilamiento. Oiga, yo era un mandado.
—¿Lo llevaron a la fuerza?
—Mire usted, mi camión era de los pocos que había por aquí y me llamaron y yo no sabia...
—¿Quiénes fueron los asesinos ?
—Falangistas, falangistas forasteros...
—¿ No había gente del mismo pueblo?
—No recuerdo, creo que no... Ha pasado mucho tiempo.
Y, sin embargo, Julián González se traiciona porque cuando tiene que responder a la pregunta de «por qué», contesta que eran envidias y problemas particulares, incluso nos cuenta de una riña en un baile...Eso, riñas de baile o enseñar la Internacional, como el maestro de Cantalpino; cualquier excusa era buena para implantar el terror. Un terror que perdura en la provincia de Salamanca.
fuente: Interviú, Nº 177, 4-10 octubre 1979
24 años más tarde, aquellos hechos son narrados otra vez. Ahora por el hijo de uno de los asesinados, en reportaje publicado por el periódico El Adelantado de Salamanca el día 24 de agosto de 2003, domingo.
(que recogemos, con nuestro agradecimiento, de la web de la Asociación Salamanca Memoria y Justicia).
Tal es el contenido del reportaje:
EL COMIENZO DE LA GUERRA CIVIL EN VILLORUELA
Uno de los vecinos del pueblo narra la noche en que su padre, junto con otras siete personas, fue detenido y fusilado en una cuneta de la vecina localidad de Salvadiós. Tan solo defendía ideas contrarias al fascismo, como la libertad del hombre.
JAIME CORTÉS / VILLORUELA
Hoy, hace 67 años, sucedieron los siguientes hechos. El 24 de agosto de 1936 hubo en Villoruela una gran tormenta con inundaciones, sobretodo en las eras. Esa misma tarde se presentaron en Villoruela tres falangistas; acompañados por vecinos del pueblo, se encargaron de detener a las siguientes personas:
Eustasio Ramos (51 años), Elías Rivas (43 años), Leonardo Cortés (43 años), Leoncio Cortés (41 años) (estos dos hermanos), Daniel Sánchez (35), Esteban Hernández (29) Francisco García (25) y Benigno Hidalgo (18), Antonio Jorge, Salomón Ramos, Serapio Ramos y Félix Sánchez.
Cuando fueron a detener a estas personas, los que fueron a buscarlos ya dieron contestaciones de carácter criminal a mi madre, Lucila. A la mujer de Leonardo Cortés, cuando salió a la puerta, le preguntaron que dónde estaba su marido; respondió que no sabía y la contestación fue: "No se preocupe, que aunque esté bajo tierra le encontraremos".
"LO MISMO LE VA A DAR"
Daniel Sánchez estuvo jugándose la vida para salvar la de otras personas con sus mulas y su carro para cruzar la riada de la era sin tener en cuenta de qué color ni de qué partido eran. Cuando le fueron a buscar a casa les dijo la mujer: "Esperen ustedes, que se está quitando la ropa, está todo calado"; la contestación fue: "No se preocupe usted, que lo mismo loe va a dar". A Esteban Hernández, cuando fueron a casa les dijo su madre: "esperen, que no tiene calcetines"; la contestación fue: "no se preocupe, que no le van a hacer falta". A Benigno Hidalgo, cuando le fueron a buscar, les dijo su madre: "le tengo que poner una inyección"; "no se preocupe usted, se la vamos a poner nosotros", le contestaron.
Ya detenidos todos, les llevaron al Ayuntamiento y les ataron con cuerdas los pies y las manos. A unos por amistad y a otros porque trabajaban para ellos, sueltan a cuatro: Antonio Jorge, Salomón Ramos, Serapio Ramos y Félix Sánchez. Las otras ocho personas quedan detenidas en el Ayuntamiento.
Los señores que entonces componían el Ayuntamiento eran los siguientes: alcalde, Matías Martín; concejales, Cástulo de la Torre, Eufrasio Lázaro y Victorino Martín, y secretario, Juan Antonio Sánchez. Convocaron una reunión en casa de Cástulo de la Torre y deciden que las ocho personas que están detenidas deben ser fusiladas. Acuerdan nombrar a unos vecinos del pueblo para que vayan a fusilarlos.
A altas horas de la noche fueron a Villoría para ahablar con el señor Santos, propietario de un camión, que puso a disposición, y que fue conducido por su hijo, Julian González.
Ya en Villoruela, hicieron subir al camión a los ocho detenidos, aún atados de pies y manos, y los trasladaron al término de Salvadiós, un pueblo de la provincia de Ávila.
Allí, en un cruce de caminos, los fusilaron y los dejaros tirados. Allí mismo los enterraron unos vecinos de Salvadiós.
Hubo pueblos donde la intervención del alcalde y los curas dieron su fruto y no ocurrió nada, pero aquí parece que todos estuvieron de acuerdo.
Había también buenas personas en Villoruela que trataron de evitar que esto ocurriera, pero fue inútil. A María Engracia García y a Ángeles del Pozo se les ocurrió ir al convento a contarles a las monjas lo que estaba pasando y lo único que las monjas dijeron es que si no habían hecho nada por qué habían estado huyendo, a lo que muy acertadamente las vecinas antes citadas contestaron: "A Jesucristo también lo persiguieron y por nada lo crucificaron".
Los responsables de que ocurriera tal barbaridad fueron los del pueblo, el Ayuntamiento y los curas que en aquella época estaban en Villoruela.
Después del sufrimiento que nos había causado, nombraron ente los vecinos del pueblo una guardia llamada cívica cuya misión era privar nuestras salidas de casa, nuestras demostraciones de sufrimiento, entre otras cuantas cosas.
LAS NOCHES LLORANDO
Nos pasábamos las noches enteras llorando con mi madre y mis abuelos en la cocina y el día esperando noticias para saber que habían hecho con ellos. Hasta pasados unos días no supimos que los habían fusilado.
Hace falta tener mucha paciencia y resignación para convivir toda una vida con los criminales que fusilaron a tu padre. Pueden hacerse una idea de las calamidades y sufrimientos que tuvimos que pasar. He tenido siempre muy presente una frase que mi madre nos decía con mucha frecuencia: "Hijos, no quiero veros nunca con las manos manchadas de sangre".
Muchas personas tendrán la incertidumbre de por qué los fusilaron. Pues bien, os diré que los únicos motivos que tuvieron fueron la forma de pensar diferente al franquismo, es decir, por defender la libertad, los derechos de los trabajadores, la seguridad social y la educación.
Quiero que la juventud, al menos de mi pueblo, Villoruela, entienda que los fusilaron por defender el derecho más grande de toda persona: la libertad.
Vecinos de Villoruela y de toda la provincia: ustedes saben que este año han estado expuestos al público los archivos de Villoruela, pero lo que no saben muchos de ustedes es que de fecha 15 de agosto de 1936 al 16 de junio de 1939 no existe ningún documento, ni libro de actas. ¿Quiénes fueron los que hicieron desaparecer dicha documentación?.
ACTAS DE DEFUNCIÓN
En el libro de actas de defunciones aparecen con fecha 13 de marzo de 1937 inscritos por el juez Iñigo de la Torre estas ocho personas como desaparecidas, cosa incierta, ya que la verdad es que fueron fusilados. Para acreditación de estos hechos tengo unos permisos y unas acreditaciones oficiales de cuando se hizo el traslado de los restos de estas ocho personas, desde Salvadiós a Villoruela, el 21 de mayo de 1978. Todos ustedes, vecinos de Villoruela, saben que estas ocho personas fueron fusiladas; ahora nadie quiere ser responsable de estos hechos.
CUERPOS.-
EL 21 DE MAYO DE 1978 SE TRASLADARON LOS RESTOS MORTALES A SU LOCALIDAD NATAL.Tengo 74 años, me quedan pocos de vida y antes de morirme, si puedo, quiero dejar muy alto y muy claro la dignidad y la honradez de mi padre y de los demás mártires de Villoruela. Me hubiese gustado haberlo podido hacer hace 50 años, pero de todos es sabido que eso era imposible.
Todavía hay personas que piensan que no se deben decir estas cosas, que no se consigue nada. Tienen razón, pero al menos si tendremos el derecho de manifestar nuestras expresiones, pues en cuarenta años tuvimos que estar con la boca cerrada.
No quiero que sigamos como en el franquismo. Yo preguntaría a estas personas: si les hubiera pasado lo que a mí, ¿qué pensarían?.
Yo puedo presumir de ir con la cabeza muy alta; los asesinos no tienen esa suerte. Las guerras no son buenas para nadie; siempre mueren inocentes y casi nunca los culpables.