José Cabañas González Ourense, junio de 2008
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Desde que en 1931 la Sociedad General Azucarera de España y la Compañía de Industrias Agrícolas constituyen e instalan la Azucarera de La Bañeza, S.A., ésta viene formando parte del paisaje urbano de la ciudad y es esencial componente del escuálido parque industrial de nuestra comarca, a la vez que referente de primer orden en las coordenadas laborales y sociales de nuestros paisanos. La activa presencia de “La Fábrica” ha marcado a diversas generaciones de trabajadores de nuestra tierra y de sus pueblos, tanto a sus asalariados temporeros, “de campaña”, como a los fijos, los “de año”, auténticos privilegiados éstos dentro de la menguada clase obrera local. Hoy, cuando tan solo esta factoría transformadora de remolacha permanece viva en nuestra provincia, entre los sobresaltos que con cierta frecuencia cuestionan su futuro, traemos a estas páginas algunos acontecimientos relacionados muy de cerca con ella en nuestro reciente pasado:
Ya al poco de su asentamiento se produjeron entre sus trabajadores algunos paros en demanda de más empleo, y en el año 34 una huelga general que duró dos días y reclamaba aumento de sueldo. No hubo altercados ni se produjeron daños, tal vez debido a que el Capitán de la Guardia de Asalto enviada para mantener el orden “obligó a echar el cierre, para que no corriera la sangre, a algunos bancos y comercios que pretendieron abrir sus puertas”. Durante el periodo republicano tomó cuerpo entre los obreros de La Fábrica el Sindicato Nacional Azucarero, afecto a la UGT, y llegado el 18 de julio del 36 fueron muchos de ellos los que en La Bañeza se opusieron activamente a la sublevación militar. Cuando ésta triunfó saldó cuentas cruel y desmedidamente con los más, asesinando a unos, encarcelando a otros y obligando a ausentarse a los restantes.
Algunos de los trabajadores de La Azucarera represaliados fueron: José Rodríguez Fernández, “paseado” en octubre del 36 en la matanza colectiva de Valverde del Camino; Santiago Huelmo Velado, fusilado en León en febrero del 37; Santiago Antunez Vela (Presidente del Sindicato Azucarero), desaparecido en Asturias; Adolfo Fernández de Mata, encarcelado; Cayetano González Lorenzo, Juan Rodríguez Cámara, y Alberto Jiménez, huidos a Asturias; Indalecio Alba Casasola, escondido como “topo” y después encarcelado; Carolino Fernández del Rio, Antonio Soria Jiménez (Vicepresidente del Sindicato), Vicente Alonso García, Marceliano Nadal García, y Francisco Calvo Riesco, encarcelados,…
Fue precisamente Carolino Fernández del Río (“Cienfuegos”), natural de San Esteban de Nogales y vecino de La Bañeza, de 32 años, casado y jornalero, quien protagonizó entonces el primero de los sucesos que en esta ocasión queremos acercar: Había sido uno de los numerosos detenidos después de que el 21 por la tarde, martes, tomaran la ciudad las tropas sublevadas, y liberado en los siguientes días, se incorporó a su trabajo en La Azucarera. Presos continuaron otros muchos trabajadores, y necesitadas sus familias, así que a Carolino le pareció oportuno, incluso en aquellos tiempos de temores y zozobras, ejercer la solidaridad recogiendo el día 8 de agosto en una colecta entre sus compañeros de la Fábrica Azucarera la cantidad de 92,50 pesetas que entregó a quienes de aquéllas más ayuda precisaban.
Menos oportuna consideró su atrevida acción el Cabo de la Guardia Civil Pedro Lagarejos, que lo volvió a encarcelar el día 20 al tener noticias de ello, por “contribuir al auxilio de los que atentan con sus ideas comunistas y socialistas contra el movimiento salvador de España”. Menudeaban las detenciones, y el 23 de agosto caían en manos falangistas dos bañezanos huidos y escondidos hasta entonces, que, “convenientemente interrogados”, declaran que en la noche del 20 de julio, cuando la Guardia Civil había abandonado La Bañeza para dirigirse a León[1], hicieron guardia armada en su Cuartel junto a Carolino y otros para dar cuidado y protección a las mujeres y a los hijos de aquellos beneméritos. Por lo declarado por Carolino sabemos que residía desde hacía un año en la ciudad, y antes en Melilla, donde había pertenecido al lerrouxista Partido Republicano Radical, y añade, sorprendentemente, que “fue autorizado para efectuar la recaudación por la autoridad competente, es decir, el Comandante Militar de la Plaza”. Más tarde, inusualmente y al contrario de otros de los participantes con él en la guardia del Cuartel (dos ejecutados, y uno condenado a 20 años de prisión), Carolino no llegó a ser procesado en el Sumario que enjuició “los sucesos de julio” en la Bañeza[2], posiblemente por la mediación y la solidaridad recibida ahora a su vez de Herminio Fernández de la Poza, su correligionario, candidato por aquella formación y por León en las elecciones de febrero del 36, militar que, hallándose en La Bañeza desde primeros de julio, se puso de parte de los insurgentes a su triunfo, y Jefe de las Milicias de Segunda Línea hasta octubre de aquel año[3]. De cualquier modo, en la fecha del 6 de diciembre de 1936 continuaba Carolino Fernández del Río sobreseído pero preso en la bañezana Cárcel del Partido a disposición de la Autoridad Gubernativa.
Tiene que ver el otro suceso con la Azucarera y la Guerrilla antifranquista. No fue nuestra comarca terreno muy propicio para el despliegue y las operaciones guerrilleras, aunque, así y todo, en la Sierra del Teleno y durante un par de años, pasada la mitad de los cuarenta, llegó a tener sus bases, desde las que merodeaba también por La Cabrera y el sur de las tierras bercianas, el temerario maqui Manuel Ramos Rueda (“Pelotas”). No tenemos referencias de encuentros con guerrilleros en nuestros montes, muy frecuentados entonces dado el intenso aprovechamiento de que eran objeto, y sobre actuaciones de la guerrilla, tan solo conocemos de dos documentadas: una incursión de la partida que aquél mandaba en el pueblo de San Pedro Bercianos el 28 de julio de 1946, domingo, que se saldó con la muerte allí del dueño de un estanco, Ambrosio Fernández, derechista destacado, y su sobrino, Marcos Berjón, y la de un guerrillero que, herido en el enfrentamiento, apareció muerto al día siguiente en el lugar de Meízara-Fontecha. De ello nos da cuenta Secundino Serrano en su obra “La Guerrilla antifranquista en León. 1936-1951[4]”. La otra acción guerrillera, también luctuosa, fue la del 5 de septiembre de 1942 cuando el mítico Girón al mando de un numeroso grupo de resistentes asaltó en el término de Morla, a la altura de la aldea de Pozos, el coche de la empresa Fernández que cubría la línea Truchas-La Bañeza para apropiarse de los fondos del recaudador de impuestos que en él viajaba. La confidencia de los Enlaces de la zona no resultó esta vez muy precisa, y el cómputo de heridos (8) y de muertos fue elevado: dos Guardias Civiles, escolta del agente de contribuciones, con los que se entabló el tiroteo; dos campesinos, de Quintanilla de Yuso el uno y el otro de Castrocontrigo; el cura de La Cuesta; una viajera y otra más que tan solo era una niña[5].
Del suceso, relacionado con La Azucarera y la Guerrilla, que ahora relataremos no nos consta haber sido historiado por nadie de quienes han investigado la resistencia armada contra Franco, y de el hemos sabido a través del encausamiento a que fue sometido a primeros de 1942 por tenencia ilícita de armas Antonio Jiménez Díaz, de 34 años, natural de Barrios-Xinzo, en Ourense, tratante de ganados, gitano, y residente entonces y por largos años en nuestro pueblo (en el barrio de El Cueto, en una casa enfrentada a la de Isidoro, y también en la que, al lado de El Culto, fue después de Argelina). Antonio y su extensa familia (apodados “Los Calés”), incluidos sus suegros (Marcelo y su esposa) y cuñados, gozaron siempre de muy buen concepto y del aprecio de sus convecinos. Económicamente no les debía de ir mal, como denota haber sido los primeros en permitirse erigir un panteón en nuestro cementerio, a la memoria de una de sus hijas fallecida a corta edad.
Así fueron los hechos (en verdad curiosos y un tanto confusos): en torno al inicio de 1942 corría un cierto temor por los atracos que gentes de Castrocalbón o de Calzada de la Valdería estaban sufriendo en nuestra Sierra de Casas Viejas y en los descampados de su contorna, especialmente en las fechas de ferias y mercados, tanto que Antonio, que como “corredor de ganado” se movía por aquellos y otros lugares, había comprado a un quincallero, hacía tres meses y por 20 pesetas, una pistola “Marte”, de fabricación belga y del pequeño calibre 6,35, “para su lucro en la reventa, y para defenderse si lo atracaban”. El 17 de enero a las siete y media de la noche, sábado, día de feria en La Bañeza, son asaltados en la carretera que desde la Portilla conduce a San Esteban de Nogales cinco vecinos de este pueblo por dos sujetos “con linternas y pistolas de pequeño calibre”, y uno de ellos incrimina a Antonio en el atraco. Registrada su casa se le halla la pistola con seis balas; se le encarcela y procesa demostrando no haber tenido relación alguna (a pesar de las coincidencias en las armas) con aquel atraco; se le juzga por poseerla sin licencia, y se le condena, en atención a no tener antecedentes penales, a los buenos informes que de su conducta emiten la Guardia Civil, el Alcalde, y el Jefe Local de F.E. y de las J.O.N.S. de nuestro Ayuntamiento (Pedro del Palacio), a su nula peligrosidad, y a ser considerado afecto al Glorioso Movimiento Nacional, tan solo a una multa de 250 pts. Había estado preso desde el día 18, primero en la Cárcel del Partido, en la Bañeza, y desde el 31 de enero en León, en la Prisión Provincial[6].
También las pruebas de balística descartan la participación de Antonio en el atraco… ¿Qué había ocurrido el 17 de enero en La Portilla? Por ese tiempo el Maquis dejaba atrás los largos años de grupos de “huidos” sobreviviendo con escasas conexiones e iniciaba su paulatino proceso de organización que desembocará en las pioneras Federación de Guerrillas Populares y la posterior Federación de Guerrillas de León y Galicia que la seguiría, desplegada y actuando extensa y activamente en El Bierzo y Las Cabreras. Como ilustra Secundino Serrano en la obra antes citada, esta Guerrilla, para el Régimen “bandoleros y atracadores” solamente, resistía con los golpes económicos que con la información suministrada por los muchos colaboradores del Servicio de Información Republicano (SIR) daba contra vecinos significadamente franquistas y bien situados, y también y singularmente entonces en ferias y mercados. De la feria de La Bañeza, precisamente, regresaban ya anochecido ese día, con sus caballerías, cinco vecinos de San Esteban de Nogales, los hermanos Manuel y Segundo Alonso Calvo, de 39 y 58 años; Esteban Martínez Ferrero, de 34; Francisco Gutiérrez Martínez, de 17; y Josefa Prieto Fernández, de 23 años, cuando en el Monte de Fanales y sitio de Valdevilla, junto a la laguna, le salen al paso dos individuos exigiéndoles el dinero que llevaban.
Se apoderaron de 6.000 pts. de Manuel y de 200 de Segundo; Esteban (que dice en su declaración ser pobre) se resistió por ello a ser desposeído y comenzó a gritar (también regresaban a sus casas otros grupos de vecinos), por lo que uno de los asaltantes lo agredió y los dos le dispararon cada uno un par de tiros, huyendo después campo a través. Llevaron al pueblo al herido, donde el médico titular le realizó una primera cura y dispuso se le evacuara a una clínica bañezana para ser allí operado, y dieron cuenta al Alcalde del suceso[7]. Los sujetos eran jóvenes, de unos 25 años, vestían bien, con trajes claros, zapato bajo y abrigo y gabardina; “su porte y carácter denotaban no ser trabajadores del campo sino más bien gente de población y con medios de aseo”, según declara uno de los asaltados.
Cuando en la Bañeza la Guardia Civil tiene noticia del atraco dispone vigilancia en los alrededores por si sus autores se dirigieran a esta localidad. Y, efectivamente, sucede que pasadas las doce de la noche, hora en la que ya muchos se retiran de los cafés a sus casas y de una camioneta descargan al herido Esteban Martínez para ser atendido en la Clínica del Doctor Martiniano Pérez, sita en la calle Astorga, dos desconocidos abordan en la Plaza Mayor a un sereno al que requieren por un “coche de punto” para viajar a Astorga. Al divisar a una pareja de la benemérita los extraños emprenden la marcha a paso largo, y sin obedecer el alto que les dan corren calle arriba entre la gente que en ella se agolpaba, perseguidos hasta las afueras de la villa. El joven Francisco Gutierrez, que ha acompañado desde el pueblo al lesionado, reconoce en los que huyen a quienes unas horas antes los habían asaltado. A los disparos que los perseguidores les hacen se les suman otras fuerzas y todos prosiguen la búsqueda de los fugitivos, que amparados en la noche se desvanecen por los caminos y senderos del extrarradio. Cuando sobre la una de la madrugada los Guardias Civiles alcanzan la portería principal de la Fábrica Azucarera ésta se halla abierta, y en su interior, en el suelo, muerto en medio de un charco de sangre, el guarda jurado Florencio Amez Vázquez. El guarda de la Azucarera formaría parte del somatén falangista bañezano (aunque tal vez solo hubiera sido encuadrado en el mismo por su condición de guarda jurado portador de un arma), pues aunque el Régimen ocultaba el carácter de hechos como aquellos y su autoría y relación con la guerrilla, ello no se ocultaba en los estadillos o partes mensuales que sobre el estado del orden público en las provincias se remitían a las autoridades, y así en el de febrero de 1942 se dirá que "en algunos pueblos,..., existen aún patrullas de huidos que se dedican a asaltar en los caminos a los pacíficos vecinos que van o regresan de sus tareas....; todos los camaradas prestan servicios ... en colaboración con los puestos de la Guardia Civil. No se ha evitado que hayan muerto en defensa del orden y de nuestra doctrina los camaradas Florencio Amez Vázquez, de La Bañeza, ... muertos a tiros cobardemente por estos grupos. La sangre de estos camaradas es la prueba evidente de lo que aún resta por hacer".
Inspeccionado el lugar, hallan un guante de piel y dos casquillos de pistola del calibre 6,35, y deducen que el vigilante “habría oído los disparos de la fuerza contra los atracadores” y visto a los que huían, y “dado su carácter decidido y amante del Cuerpo, trató de cortarles el paso y facilitar su detención, disparando aquéllos entonces sobre él”. Falangistas armados de escopetas se presentaron voluntariamente al conocer lo ocurrido para auxiliar a la Guardia Civil en la persecución por carreteras y vía férrea; se apostaron unos en puntos estratégicos y en pueblos del contorno mientras otros batían los alrededores, y se avisó a los Puestos limítrofes, todo sin resultado alguno en su captura. El 19 de enero dos muchachas bañezanas entregan en el Cuartel una gabardina que han encontrado el día anterior a unos 100 metros de la entrada de La Fábrica y que los atracados de San Esteban de Nogales reconocen como la que portaba uno de sus asaltantes. La prenda luce la etiqueta “Palomequi. Confecciones de lujo. Madrid”, y en sus bolsillos aparecen una boina casi nueva, el periódico “El Pueblo” del día 16, un pañuelo blanco y una linterna con sus pilas.
Esteban Martínez presentaba dos heridas de arma de fuego, una con entrada en seno frontal y salida en la órbita ocular izquierda, y la otra en la región lumbar derecha con proyectil alojado en la cara posterior del hígado. Su pronóstico fue en principio grave, pasando a leve en los siguientes días al no producírsele complicaciones. Tardó en curar 21 días, y no le quedó defecto ni deformidad física alguna.
A Florencio Amez, de 46 años de edad, le habían disparado dos veces, en el pómulo izquierdo y en el tórax, en la línea mamilar, a bocajarro según mostró la autopsia que de su cadáver se efectuó en el Depósito del Cementerio Municipal de La Bañeza, y en la que los facultativos recuperaron uno de los proyectiles que había acabado con su vida. Fue muerto súbitamente, “perdiendo con rapidez su instinto de defensa a pesar de estar armado convenientemente y con medios superiores a los de sus agresores”. Su viuda solicitó y obtuvo autorización para inhumar sus restos en Santa Maria del Páramo, de donde ambos eran naturales.
Lo sucedido en el Monte de Fanales y en La Azucarera bañezana caía dentro de las competencias de la reciente Ley de Seguridad del Estado, de 29 de marzo de 1941, por lo que se hizo cargo del procedimiento la jurisdicción militar en su plaza de León: Se comprueba la coartada de Antonio Jiménez Díaz en la noche de autos, y se verifica haber acompañado en el mercado al convecino Pedro Miguélez Barrios, para quien intermedió en la compra de un potro, y más tarde en el regreso a nuestro pueblo y en la merienda que juntos celebraron, y se ordena el peritaje balístico que demuestra que, a pesar de las curiosas coincidencias de haberse encontrado el 28 de diciembre en La Portilla con un arma similar y con uno de los atracados días más tarde, y de ser aquélla de idéntico calibre a las usadas por quienes asaltaron a los vecinos de San Esteban de Nogales y dieron muerte al guarda de La Fábrica, no se trata de la misma arma y nada tuvo Antonio que ver con ninguno de esos actos.
El 9 de julio de 1943, el Comandante del Puesto de la Guardia Civil de La Bañeza participa al Coronel Juez Instructor del Juzgado Militar de León que “las gestiones practicadas para venir en conocimiento de los autores de uno y otro hecho no han dado resultado positivo, ni se ha averiguado que tuviesen relación con individuos de esta comarca”. Nosotros creemos que por los diversos detalles que el suceso presenta, por el lugar y por el momento, aquél habría sido una de las acciones de abastecimiento económico, desapercibida hasta ahora para los historiadores, de la nutrida Guerrilla Galaico-Leonesa que entonces campaba por El Bierzo, por la Sierra del Eje y por la Baja Cabrera.
El Régimen franquista al no reconocer categoría militar ni política a aquellos combatientes, a los que redujo a simples bandoleros y atracadores, rebajó y negó también con ello el valor, la cualidad, y el reconocimiento del sacrificio soportado por quienes como Esteban Martínez Ferrero o Florencio Amez Vázquez y sus familias hubieron de ser desgraciadas víctimas de sus forzadas actuaciones de lucha, oposición, y resistencia.
Ourense, junio de 2008.
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[1] Pasaron antes por Valencia de Don Juan, y al llegar a la capital se pusieron a las órdenes del ya sublevado y triunfante General Carlos Bosch. Regresaron a La Bañeza el 16 de agosto, y continuaron con las detenciones que habían iniciado el día 21 de julio los militares rebeldes aquí acantonados.
[2] El proceso se sustanció con cientos de detenidos de toda la comarca y 103 encausados, de los que 55 fueron procesados; de ellos 17 condenados a pena de muerte y fusilados en León el 19 de febrero de 1937; los restantes condenados a prolongadas penas de prisión (a 20 años los más, y a 12 algunos).
[3] De ser como creemos, no habría sido Carolino el único a quien ayudaría; también lo hizo en las mismas fechas con el jiminiego Celso Argüello Argüello. Su hermano Julio Fernández de la Poza “avaló” y libró de ser represaliado, ya en 1939, a Gabriel González González, otro de los republicanos derrotados.
[4] Esta acción de la guerrilla pudo estar relacionada con el asesinato en 1936 de un Maestro, “paseado” entonces en las afueras del lugar. Muchas de las actuaciones guerrilleras fueron castigos o revanchas contra quienes habían antes ejecutado o propiciado la represión. (H. Heine. Actas Congreso Culleredo. Pág. 730).
[5] La viajera murió casi un año después, por las lesiones sufridas.- El episodio está narrado con detalle en la obra “El monte o la muerte”, de Santiago Macías. Temas de Hoy. 2005.- A él agradecemos habernos facilitado el acceso al Sumario que recoge los hechos que en esta ocasión tratamos.-
[6] Se le decretó libertad provisional el 29-05-1942 hasta su Consejo de Guerra en León el 11-11-1943. En uno de los documentos del Sumario se le define peculiarmente como “de profesión gitano”, (en el de Antecedentes Penales aparece como “cestero”).
[7] Es en su declaración ante el Juez Municipal cuando Esteban Martínez incrimina a Antonio Jiménez al señalar haberlo visto el 28 de diciembre por la noche en La Portilla con una pistola (la que le hallan y por la que lo procesan).
Nota.- Lo escrito en negrita está tomado de la obra War Zone. La Segunda Guerra Mundial en el Noroeste de la Península Ibérica, de Emilio Grandío y Javier Rodríguez González (editores), publicada en abril de 2012 por la Editorial Eneida, una investigación que presenta entre otras novedades la del enfoque y la visión de la guerrilla organizada en España en el contexto de aquel conflicto bélico mundial y las luchas partisanas y de liberación nacional por entonces emprendidas y desarrolladas en los países europeos sometidos por las dictaduras totalitarias del Eje, participando de los condicionantes y compartiendo algunas de las características presentes en aquéllas.