José Cabañas González Ourense, febrero de 2007.
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“Somos víctimas del silencio de nuestros padres y responsables de la ignorancia de nuestros hijos” (Dulce Chacón)
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En nuestra última contienda civil, territorios como Galicia, Castilla La Vieja y León se convirtieron, a causa del rápido triunfo en ellos del Golpe de Estado que la originó, en depósitos de víveres, de pertrechos, y de hombres para el ejército franquista. Tal ocurrió también en nuestra tierra y en nuestro pueblo, siendo en éste bien nutrido el número de los que participaron en la lucha a lo largo de los tres años de hostilidades. Fueron 133 los alistados[1] a medida que iban siendo llamadas a filas sus respectivas Quintas, desde la del año 1929 a la de 1941, de los cuales 10 cayeron a lo largo de aquellas fechas de discordia en diversos Frentes y lugares.
No hubo, a pesar de lo apuntado, solo combatientes de nuestra comarca en las filas sublevadas, ni tampoco solo de nuestro pueblo: algunos quedaron encuadrados al tiempo de la asonada en la zona leal y desde ella combatieron, y otros se pasaron a esta y a sus fuerzas cuando tuvieron ocasión, incluso a veces desde las líneas enemigas. De algunos de ellos, y de sus vicisitudes, ya nos hemos ocupado[2].
Quienes se denominaron a sí mismos “nacionales” se impusieron…, y finalizaron los combates, y acabo la guerra…, y no llegó la paz sino la victoria. A los luchadores de nuestra tierra, si sobrevivieron, les tocó diversa suerte: muerte a veces, presidio, exilio, represión y privaciones si fueron derrotados; la de los vencedores no fue tan drástica ni cruel, pero tampoco condujo a los más a disfrutar de plácidos laureles. Volvieron a su pueblo nuestros triunfantes soldados a continuar sobreviviendo a duras penas, como antes, entre estrecheces y miserias, agravadas, también para ellos, por las tribulaciones y carencias añadidas por la larga posguerra; y sufrieron también ellos los años de hambre y miedo de la prolongada dictadura…
Pasó el tiempo, y el Régimen que tan escasas satisfacciones había dado a quienes por él y para él se batieron, decidió, allá por 1964, que le era preciso celebrar lo que llamaron sus 25 Años de Paz[3], y a ello se dispuso con un desmesurado alarde de medios y festejos.
La paz loada era ficticia. El Régimen ya no asesinaba, como en los años cuarenta, en grandes cantidades[4] y a diario, pero poco tiempo antes había represaliado a los intelectuales partícipes en el que llamaron Contubernio de Munich y creado el Tribunal de Orden Público para el castigo de la disidencia política que seguía poblando las prisiones, mantenía silenciadas la guerra en Ifni y en el Sahara y las huelgas de los mineros y su violenta represión[5], y todavía en 1963 “suicidaba” al poeta Manuel Moreno en Córdoba y ejecutaba al comunista Grimau y a los anarquistas Granados y Delgado. Animo de celebración no debía de abundar en los poco pudientes de un país que había abandonado tan solo diez años atrás las cartillas de racionamiento y el estraperlo y el mercado negro que desde 1939 las había acompañado.
Convenía entonces mostrar, en extensa operación propagandística, las supuestas bondades del franquismo (a la vez que se encubrían sus vergüenzas), y se dispuso que en ella participaran quienes habían integrado sus disciplinadas huestes de antaño, y fueron, así y para la ocasión, concentrados en la capital de la provincia nuestros ya a la sazón viejos soldados tornados aquí de nuevo en labradores o alfareros, cuando no en ambas cosas a la vez a las que aún algunos añadían la simbiótica condición de obreros de “campaña”[6], todo ello para no alcanzar a más que malvivir en medio de pésimas condiciones y de salarios de miseria propiciados por el mismo Régimen que impone la celebración y que en ella les incluye. Y no estaban los tiempos para oponerse a los designios de aquel omnímodo poder y a las presiones de sus acólitos en nuestros pueblos[7]….
Numerosos fueron los antiguos luchadores transportados para el evento desde nuestro pueblo a León, donde, además y sin lugar por su parte a objeción, se les encuadró en las organizaciones de excombatientes del franquismo, posiblemente a cambio del abono de algún estipendio o cuota, en unos tiempos en los que en nuestra tierra y especialmente en las economías campesinas, de estricta subsistencia, la liquidez monetaria era harto escasa y se practicaba asiduamente el trueque de productos[8]. Dos años más tarde, cuando se instaura la Seguridad Social Agraria y se asigna al campesino el pago de la cuota empresarial, especialmente gravosa[9], algunos de aquellos labradores antes soldados tendrían dificultades para pagar puntualmente los famosos y perennes “cupones”, poniendo en serio riesgo la pensión de su vejez.
Volvieron de León nuestros viejos guerreros seguramente cansados y aturdidos por los fastos de la magna celebración; dada la fecha, preocupados los más por las cosechas y los diarios quehaceres y por las maneras de continuar sacando, mal que bien, a sus familias adelante, y todos con un par de condecoraciones o medallas, algunas publicaciones hagiográficas de “La Cruzada”, y un diploma en el que, entre cascos, flechas y banderas, campeaba el lema “en la guerra tu sangre, en la paz tu trabajo”. Y ciertamente ilustra tal reseña lo que el Régimen franquista, la escogida élite que más provecho de él logró, hizo entonces con tantos españoles, obteniendo de los vencidos su sangre en la contienda y después de ella, y el producto y beneficio del trabajo de los supervivientes, sobre todo si éste lo era esclavizado, en la paz de los cementerios, las cárceles, y el miedo, y de muchos de los vencedores y también derrotados parecido botín, aunque en menor escala, de sangre y de plusvalías de labores que, dado el calamitoso estado en que se mantenía la economía nacional, a duras penas les permitían sobrevivir en dignas condiciones. La inscripción hacía, desde luego, especial honor a la verdad en cuanto a los soldados “nacionales” movilizados de nuestro pueblo, y se ceñía acertadamente a la que había sido y era su utilización por el franquismo, …solo que en su caso lo fue también mientras por él estaban combatiendo.
Conocíamos ya, por las Actas municipales de nuestro Ayuntamiento, como en la sesión extraordinaria de la Gestora que lo regía del 10 de febrero de 1938, convocada al efecto por Oficio del Gobernador Civil de la provincia, habían sido cesados en sus cargos quienes entonces eran Alcalde, Tomás González Esteban, y Primer Teniente de Alcalde, Justo Murciego Fernández[10]. Los motivos, escuetos según el Acta: “por incumplimiento de órdenes de este Gobierno”, y se añade “no poder enterar al Alcalde de su cese por no haber comparecido ni haber podido ser citado, por encontrarse, según averiguaciones, en las filas de Falange en León, acordando hacérselo saber por conducto de su Jefe”. Esto es cuanto las Actas reflejaban.
Intrigados por las razones de aquel cese, vinimos a obtener nuevas luces a propósito del mismo mediante la gentil ayuda del amigo Porfirio Gordón, quien en sus arduas y provechosas investigaciones en el Archivo Histórico de León encontró la Sentencia de la Audiencia Provincial[11] correspondiente al Sumario número 54 de 1937 que, por el delito de malversación de caudales públicos, contra el Alcalde cesado desde el Juzgado de La Bañeza entonces se instruyó. En tal Sentencia, dictada en la ciudad de León el 2 de diciembre de 1938, III Año Triunfal, se dan por probados para Tomás González Esteban, de 30 años, soltero, con instrucción, labrador, de buena conducta, insolvente, natural de Jiménez y vecino de Santa Elena de Jamuz (se dice, aunque no era, a lo que parece, ni lo uno ni lo otro), los siguientes hechos:
“Por los meses de mayo, junio y julio de 1937, siendo Alcalde de Santa Elena de Jamuz y como tal presidiendo la Junta Municipal del subsidio-pro-combatientes, al hacer personalmente el pago mensual de las cantidades atribuidas a los respectivos beneficiarios, dejó de entregar, sin fundamento alguno, diversas cantidades de las que son conocidas las siguientes”. Describe este primer Resultando una lista de diez mujeres (tres de ellas ajenas a nuestro pueblo) y un varón del Municipio, todas madres o esposas de alistados a las que con tal asistencia, y como expone a su vez el primer Considerando, “se trata de satisfacer las más perentorias necesidades de nuestros heroicos luchadores, que por hallarse sirviendo al honor y la vida de la Patria, no pueden, con su trabajo, cubrir las necesidades que el subsidio atiende”.
Sigue la enumeración de las damnificadas y el detalle de los meses y las cuantías que a cada una le detrajo, de manera que, apropiándose “indebidamente y con ánimo de lucro” en cada una de sus mensualidades (variables, según los casos, entre las 90 y las 150 pesetas) de 30, venía a adeudarles 540 Pts. después de “haber devuelto las 30 pesetas caprichosamente retenidas a Jacinta Martínez Martínez, cuando se enteró el procesado de que las Autoridades practicaban diligencias en averiguación de estas irregularidades; la misma devolución intentó, pocos días después, cerca de las perjudicadas de Jiménez de Jamuz, negándose las interesadas a recibir las diferencias”.
Fueron afectadas por estos hechos[12], además de la ya aludida, Guadalupe Alija Fernández y Esperanza Manjón Sanjuán[13], y las siguientes de nuestro pueblo: Josefa Pastor Murciego, esposa de Rogelio Pastor Vivas, en filas por la Quinta del 32; Ángela Benavente García, esposa de Pedro Cabañas Pastor, alistado por la Quinta del 31; María Alonso Castro, madre de Justo Bolaños Alonso, reclutado con la Quinta del 35; Cecilia de Blas Gordón, madre de Andrés Bolaños de Blas, combatiente de la Quinta del 35; Eminencia Bolaños, esposa de Nicanor Toral Lobato, enrolado por la Quinta de 1930; Rosa Martínez Toral, esposa de Felipe Pastor Vivas, soldado de la Quinta del 30; Adelaida Pastor Vivas, esposa de Aquilino Macías Castro, contendiente de la Quinta del 31; y Ángel González Carnicero[14], padre de Ángel González Álvarez, movilizado con la Quinta del 31 y más tarde mutilado de guerra.
Prosigue narrando la Sentencia como “el pago del subsidio lo hacía, casi siempre, estando solo el procesado, quien pretextaba que se entregaban las cantidades disminuidas para remediar o socorrer, con lo que dejaba de pagar, a otros más necesitados”, y como “no obstante la merma con que pagaba, consiguió que se firmasen como recibidas las cantidades figuradas en las nóminas, firma de las interesadas o de un testigo a ruego cuando aquéllas no sabían; en ambos casos se firmaba generalmente sin advertir la confusión, y en los que se notaba, se dio la explicación ya expresada”.
Un tanto peculiar, a la luz de los hechos, nos parece la emulación de Robín Hood de este Regidor impuesto, sisador y falangista, posiblemente de los de aluvión, de última hora o circunstancias, “camisa nueva” tal vez, medrando en retaguardia cuando otros de los suyos (casos aquí se dieron) habían ya caído o caerían voluntarios en los frentes, y al que el propio Régimen del que es producto y sostén reprime la comisión de tan notable y desvergonzado abuso condenándolo a 3 años, 6 meses y 21 días de Presidio Menor, que desconocemos, por cierto, si cumplió, como también ignoramos si devolvió las cantidades malversadas. Un caso, en definitiva, en el que el franquismo de los 25 años de supuesta paz se apropió, en la guerra, no solo de la sangre de sus soldados, sino además y también del magro fruto del sustitutivo de su trabajo.
Ourense, febrero de 2007.
[1] Según relación del Sr. Miguel Bolaños (“El Panadero”), publicada en el nº 77 de esta Revista.
[2] Ernesto Méndez Luengo, Eugenio Teodoro Sierra Redondo, Tomás Sierra Fernández, Adolfo Fernández de Mata, Gabriel González González, …, de La Bañeza todos ellos; Bernardo Carro Vidal, y Ruperto Alonso Toral, de nuestro pueblo,….
[3] En 1974, al cumplirse los 35 años de alcanzar el poder, se autorealizó una campaña de adhesión al Caudillo y a su Régimen con la consigna “Esta vez porqué si”.
[4] Según datos del Forum per la Memoria del País Valenciá, entre el 1 de abril de 1939 y el 31 de diciembre de 1945 fueron enterradas en las 6 fosas comunes de los Cementerios General y Civil de Valencia 27.300 personas, la mayoría fusiladas tras consejo de Guerra.
[5] Como en los mejores tiempos del falangismo, se volvió a rapar el pelo al cero a sus mujeres.
[6] Empleados por unos meses en la Azucarera Bañezana. Al Régimen no le era grato el término “obrero”, y lo sustituía por el eufemismo “productor”.
[7] El Alcalde y el Jefe Local del Movimiento (en la misma persona a veces) junto con las Hermandades de Labradores y Ganaderos eran quienes movilizaban a las masas en los pueblos. Esta labor la realizaba el sindicalismo vertical en las ciudades. La Hermandad, el asociacionismo agropecuario obligado y único del franquismo, convivía en nuestro pueblo con el antiguo mutualismo de socorro de “La Sociedad de Labradores” y su “Tasación” anual de las caballerías de trabajo.
[8] Tanto en mercados, tal que el de los sábados en La Bañeza, como en el comercio diario. Solían intercambiar los labradores con los panaderos harina de su trigo por pan elaborado.
[9] La Ley 38/66 estableció la protección social de los trabajadores del campo. Fue ampliamente contestada, y en lugares como Galicia se generó un fuerte movimiento de resistencia y oposición al pago de las cuotas, a las que mensualmente se debía destinar todo o la mayor parte del escaso rendimiento monetario familiar.
[10] Los ejercían desde el 4 de agosto de 1936, nombrados entonces por Circular del Gobernador Militar que disponía el nombramiento definitivo de las Gestoras Municipales del Nuevo Estado en la provincia.
[11] Agradezco a Porfirio haberme facilitado tan interesante documento, además de la genealogía familiar de las personas de nuestro pueblo que en el mismo aparecen.
[12] De las 11, a 7 de ellas detrajo, a cada una, un total de 30 Pts; a 2 descontó 60 Pts. cada una, y 90 Pts a cada una de las 2 restantes.
[13] A esta dejó de entregarle 60 Pts, de las 120 que debía percibir del mes de mayo.