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CUANDO SE ROMPIÓ EL MUNDO. EL ASALTO A LA REPÚBLICA EN LA PROVINCIA DE LEÓN

Se trata de la crónica del transcurso de los días que van del 18 de julio al 31 de julio de 1936, en los que se produce la sublevación contra la Segunda República y el inicio de la imposición del Nuevo Estado, en los lugares que se señalan en el índice (León, La Bañeza, Jiménez de Jamuz, Castrocalbón, Astorga, Nistal de la Vega, Villafranca del Bierzo, Bembibre, Torre del Bierzo, Toral de los Vados, Noceda del Bierzo, Fabero, Villablino, Boñar, Cistierna, Ponferrada, Valencia de Don Juan, Grajal de Campos, Sahagún, Valdevimbre, Mansilla de las Mulas, Destriana, Santa María del Páramo, Alija de los Melones, Mansilla del Páramo, Quintana del Marco, Urdiales del Páramo, Veguellina de Órbigo,  Valderas), además de en otros como Hospital de Órbigo, Sabero,  Lario, Riaño, y La Vecilla...

Se pretende un acercamiento detallado y minucioso a la historia de lo sucedido en aquellas jornadas en las localidades referidas, aún sin contar en la mayoría de los casos, y en otros (los menos) contada desperdigada y parcialmente.

Es el relato de cómo se inició en nuestras tierras la tragedia, de cómo se perpetró por quienes llevaban mucho tiempo conspirando para ello el crimen de rebelión armada contra el régimen legal y el poder legítimamente constituido, los mismos que, una vez triunfantes, aplicarían su "justicia al revés" y extensos, duros y prolongados castigos a los afectos a aquel régimen y a cuantos participaron en los agitados y decisivos días de la vorágine de julio en su defensa y en los débiles conatos de oposición a los facciosos.


  En ese acercamiento a los sucesos de aquellos decisivos días constatamos algunas realidades hasta hoy ocultas o veladas, varias de las cuales aquí, a modo de adelanto, sucintamente señalamos:

  • La importancia del levantamiento del Aeródromo de León para el resultado de la sublevación en la capital.

  • La importancia de las actividades de la Guardia Civil (un Instituto armado en el que primaba la disciplina y la obediencia al mando) en la capital y en la provincia en los días anteriores (18 y 19 de julio) al de la sublevación en la capital el 20 de julio (actividades que después se tratarían de ocultar).

  • La trascendencia de la Guardia Civil y su tardío decantamiento hacia el lado luego ganador en el resultado del alzamiento en la ciudad de León, y por ende en el resultado del mismo en la provincia y en el noroeste español, tan importante después en el transcurso de la guerra.

  • El muy diferente comportamiento en León y en otros lugares provinciales frente a la amenaza del golpe militar en los días previos y hasta que se produce de los republicanos y socialistas-comunistas y los anarquistas leoneses (estos más decididos y activos frente a la amenaza).

  • El golpe militar se desarrolla en la ciudad de León de modo más agresivo, destructivo y violento de lo que siempre se contó, narrando los vencedores su transcurso de manera tergiversada y falseada desde los primeros días posteriores al mismo, tratando de justificarlo.

  • El golpe militar fue en León mucho menos aceptado de lo que después se dijo. Tuvo en muchos lugares de la provincia, y también en la capital, después de producido más contestación, más oposición e incluso más respuesta armada y ofensiva de lo que más tarde se contaría.

Desvelamos además las hasta ahora apenas conocidas trayectoria y peripecias de la columna de mineros de paso por León desde Asturias hacia Valladolid, Madrid y Sevilla, en la capital y en los demás lugares del que fue su recorrido hasta regresar a su tierra por Leitariegos y Somiedo (Asturias-León[Palencia-Valladolid]-Astorga-La Bañeza-Benavente-LaBañeza-Astorga-Ponferrada-Villablino).

También descubrimos y mostramos los que fueron dos Campos de Concentración establecidos en nuestra tierra y hasta hoy casi del todo desconocidos: el de La Pajera, en Astorga, y el de los talleres Casa Ponga (o la Harinera) en Valencia de Don Juan.

Desvelamos también la existencia de una fosa común en el interior del que entonces en Astorga fue Cuartel-Prisión de Santocildes desde los primeros tiempos de la guerra desatada por el golpe militar.

Hacemos además nueva luz en torno a un mito durante tantos años mantenido como es el de las enfermeras mártires de Astorga, confrontándolo con lo que hoy sabemos de aquel episodio bélico de finales de octubre de 1936 del copo del Puerto de Somiedo.

Se trata, en suma, de

Una obra que es mucho más que el relato más completo, actual y detallado del golpe militar de julio de 1936 en las ciudades, villas y pueblos de la provincia de León.


Por cierto: También nos sirve el acercamiento a lo sucedido en León en aquellas fechas de la segunda quincena de  julo de 1936 para concluir que es, a nuestro entender, del todo inadecuado que aún se mantenga en la ciudad de León, en su callejero, una vía dedicada a la figura, y a su memoria, del Teniente Andrés González García, que lo era del Cuerpo de Asalto y que fue uno de los militares perjuros y traidores a su juramento de lealtad al régimen constitucional entonces vigente, y uno de los más directa y activamente implicados en la conjura golpista y en el golpe de Estado, uno de los sublevados que, él en primera línea, asaltaron por la fuerza de las armas entonces la República. 


 ÍNDICE.-

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CUANDO SE ROMPIÓ EL MUNDO.

EL ASALTO A LA REPÚBLICA EN LA PROVINCIA DE LEÓN

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         Primera Parte

EL GOLPE.- (17 al 20 de julio de 1936)

 SIGLAS Y ABREVIATURAS.- PRESENTACIÓN Y AGRADECIMIENTOS (Para ambas Partes).-

JULIO DE 1936. DÍAS DE VORÁGINE.-

18 DE JULIO, SÁBADO.- La guerra comenzaba.- Milicianos de Asturias en apoyo de Madrid.- El 18 de julio en León.- Confusión y desconcierto.- El 18 de julio en La Bañeza.- Velando por el orden.                                         

19 DE JULIO, DOMINGO.- En una noche tres gobiernos.- El 19 de julio en León.- Armas, mineros, y mentiras.- El 19 de julio en La Bañeza.- Llegan los asturianos.- Baile en la Plaza.- Agitación en Jiménez de Jamuz.- Leales “rebeldes” en Castrocalbón.

20 DE JULIO, LUNES.- Se define el campo de batalla.- El 20 de julio en León.- Los militares se sublevan.- La clave fue el Aeródromo.- Las versiones de viajeros, vecinos, y evadidos.- Bajo el régimen fascista-militar (Diario de Juana López Rodríguez)- El Alzamiento contado un año después por Lamparilla.- La odisea del general Gómez-Caminero.-

El 20 de julio en La Bañeza.- Se va la Benemérita.-

El golpe militar en Astorga.- Vísperas del cuartelazo y antecedentes de un espía.- Los sucesos de Nistal de la Vega.- Las columnas mineras en Astorga y La Bañeza.- Los conjurados se rebelan.- La muerte de Gerardito Gavela.- La cacería.- Astorga en la Era Azul.- Fuego amigo.- Sangre en los caminos- Paredones- Balbina de Paz y el cura delator.- Vidas confinadas. El “gulag” astorgano.- Una fosa común en el Cuartel de Santocildes.- Rojos y falangistas de Hedilla se amotinan- Los campos de concentración de Santocildes y La Pajera (o Santa Ana).- Depurados.- El mito de las enfermeras mártires.- La insubordinación del Requeté.

Los mineros en Benavente y su retorno por La Bañeza, Astorga y Ponferrada.

La defensa de la República en El Bierzo.- En Villafranca.- El ómnibus amarillo (excesivos paseos…, incluso para el Nuevo Orden).- En Noceda.- En Toral de los Vados.- En Cacabelos.- En Ponferrada.- El cerco del cuartel.- La escapada.- En Fabero.- En Toreno.- En Bembibre.-En Torre del Bierzo.- Confluencia republicana en Villablino.-

ANEXOS.- DOCUMENTOS.- 1.- Cartas de despedida desde “capilla” en el Cuartel-Prisión de Santocildes de los jóvenes de Valderas Teófilo Álvarez García y Pacífico Villar Pastor. 2.- La frustrada evasión a Francia en 1947 de “bandoleros de las montañas de León y Galicia”.

LAS PERSONAS.- LOS LUGARES.- PROCEDENCIA DE LAS IMÁGENES.-

FUENTES.- (Para ambas Partes).

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Segunda Parte

LA GUERRA.- (21 al 31 de julio de 1936)

 21 DE JULIO, MARTES.- No hay vuelta atrás.- El 21 de julio en León.- El día después.- Se alza Valencia de Don Juan.- El desquite.- Un sabotaje.- Temprana represalia.- La sedición en Grajal de Campos y en Sahagún.- Tiempos de ceniza y plomo.- La respuesta al golpe en Mansilla de las Mulas, Palanquinos y Santas Martas.- En Armunia, Puente Castro y San Andrés del Rabanedo.

El 21 de julio en La Bañeza.- La ocupación de la ciudad.- Sumisos y entregados.- La desbandada: detenciones, huidas y escondrijos.- La muerte del falangista Ramos.

Abisinios ante la rebelión en Valdevimbre y en Villamañán.-    

22 DE JULIO, MIÉRCOLES.- Un poder breve y transitorio…- El 22 de julio en León.- Bombardeo artesanal e incursión sobre Cistierna.-

El 22 de julio en La Bañeza.- Capturas y disidencias.-                                          

La toma de Santa María del Páramo.- El final de la República en Mansilla del Páramo.- La insurrección en Urdiales del Páramo.- San Pedro Bercianos y su Radio Comunista.- Julio Ramos, del Páramo a la guerrilla cordobesa.

Se somete Veguellina de Órbigo.- La huida.- Huelga y represiones.- Insidias y denuncias.

23 DE JULIO, JUEVES.- La Junta de Defensa Nacional.- El 23 de julio en León.- Contraatacan los vencidos.- El 23 de julio en La Bañeza.- Fugitivos que se ocultan.

El 24 DE JULIO, VIERNES, en León.- Tranquilidad (no tanta) y pacos.                                  

El 24 de julio en La Bañeza.- Contra los bulos.                                                    

Cae Valderas.- La resistencia.- Atrapados, escondidos y escapados.- Expiación y escarmiento.- El paseado de Villafer que sobrevivió a su propia muerte.

El 25 DE JULIO, SÁBADO, en León.- Flaquea el optimismo.- La Defensa Antiaérea.

El 25 de julio en La Bañeza.- Se imponen Ayuntamientos de Falange.       

El 26 DE JULIO, DOMINGO, en León.- Ciudad fascistizada.- Los hilos de la trama negra.

El 27 DE JULIO, LUNES, en León.- Razias de pacificación en Cistierna y en Boñar.  

El 27 de julio en La Bañeza.- Los primeros paseos.                                     

El 28 DE JULIO, MARTES, en León.- Escapularios y medallas.                                      

El 28 de julio en La Bañeza.- Toque de queda y asesinato por la espalda.- Presos levantiscos.- Arriesgados obreros solidarios.-

El 29 DE JULIO, MIÉRCOLES, en León.-Frenética actividad bélica.- Financiando la guerra de grado o a la fuerza.- Las suscripciones patrióticas en la comarca bañezana.

El 30 DE JULIO, JUEVES, en León.-Ejecuciones, falsedades, y guerra informativa.

El 31 de julio en La Bañeza.- Víspera sangrienta.- Revanchas en Destriana.- Venganza en Alija de los Melones.- Hoces frente al fascio en Quintana del Marco.- Los listados de la persecución.

El 31 DE JULIO, VIERNES, en León.- Prosigue la “limpieza”.- En la Montaña leonesa. La paz del miedo.-

ANEXOS.- DOCUMENTOS.- 3.- Actas de reuniones de las Juventudes Socialistas Unificadas de Valderas en 1936.- 4.- Infancia, periódico escolar mensual editado por el Centro de Colaboración Pedagógica de Valencia de Don Juan. Año 1. Número 2. 9 de julio de 1936.- 5.- I. Lo que se va sabiendo. León y su provincia bajo el terror fascista (según Avance. Diario socialista de Asturias. Gijón. 9 de junio de 1937).- II. El fascismo en la provincia de León (según “Prometeo” en la revista Timón, agosto de 1938).- III. Referencias a la represión en León en las memorias de Julián Gutiérrez Rouco, jornalero de San Miguel del Camino (1979). IV. Los paseados de Benamariel en el otoño de 1936. 6.- I. El Campo de Concentración de Prisioneros de Casa Ponga en Valencia de Don Juan.- II. Carta de la familia Merino-del Castillo al exprisionero Isidro Nadal Grau

LAS PERSONAS.- LOS LUGARES.- PROCEDENCIA DE LAS IMÁGENES.-


PRESENTACIÓN Y AGRADECIMIENTOS

El libro que el lector o lectora tiene en sus manos viene a ser continuación de dos anteriores, ambos con el mismo título genérico, La Bañeza, 1936. La vorágine de julio, publicado el primero en el año 2010 con el subtítulo Algunas consideraciones previas y la pretensión de contextualizar lo sucedido en los años de la guerra y la posguerra en la comarca bañezana en el más amplio marco de lo que entonces ocurrió en otros más o menos cercanos territorios que, como aquí, también los triunfantes golpistas de julio de 1936 dominaron desde los primeros días de la sublevación, a partir de los cuales, sin guerra, no se dio en los mismos más que una feroz, larga y contumaz represión sobre los vencidos, y el segundo aparecido en julio de 2013, subtitulado Los prolegómenos de la tragedia, y dedicado a una temporalmente extensa (desde 1808 al 17 de julio de 1936) y minuciosa indagación sobre los antecedentes que en la provincia de León pudieran explicar los sucesos que en la misma se desatan con el golpe de Estado que aquí comienza a materializarse el día 20 de aquel mes, y las represalias contra los derrotados durante tanto tiempo mantenidas.

Prosecución del segundo, como es, se inicia este en la fecha en que aquel finaliza, y se consagra a relatar pormenorizadamente el transcurrir de las tres semanas de julio de 1936 en las que en León cuaja la conjura y la tragedia y solidifica el golpe militar que, exitoso en la mayor parte de la geografía provincial pero no en una buena porción de la nacional, trata de imponerse por las armas y desencadena la guerra civil de los casi mil días y los cuarenta años primero de fascismo y después de férrea dictadura que fueron su colofón. En la elaboración de la obra hemos trabajado desde febrero de 2014, casi a diario y sin que ni siquiera la abandonásemos del todo a lo largo de los más de dos años empleados en confeccionar la que, desgajándose de esta, se convirtió en Convulsiones. Diario del soldado republicano Jaume Cusidó Llobet (Agosto 1938-Mayo 1939). Prisioneros catalanes en el “gulag” de León, salida de imprenta en julio de 2019 y de la que en diciembre de 2020 se publicó una variación ampliada y traducida al catalán.

A componer la narración detallada de cómo se inició en aquellos 21 días en nuestra provincia la hecatombe; a mostrar la crónica cercana y minuciosa de la perpetración en tantas de sus localidades (los numerosos pueblos, villas y ciudades que su censo enumera) por quienes llevaban mucho tiempo conspirando para ello del crimen de rebelión armada contra el régimen legal y el poder legítimamente constituido, los mismos que tras su triunfo aplicarían los crueles y prolongados castigos de su «justicia al revés» a los afectos a aquel régimen y a cuantos participaron en los agitados y decisivos días de la vorágine de julio en su defensa y en los casi siempre débiles conatos de oposición a los facciosos, destinamos las páginas que siguen, a las que traemos además en algunas ocasiones retazos de la gestación del naciente e impuesto Nuevo Estado y de su inicial funcionamiento, incursionando en otras en tiempos posteriores, de los que espigamos también algunas de las coerciones y violencias que tan propios les fueron, recopilando, siquiera sea a vuela pluma, aquellas y las represalias que tantos vecinos y vecinas de nuestras poblaciones injustamente padecieron.

Si historiar consiste, en parte, en relatar y explicar hechos y contextualizarlos en el lugar y el tiempo en que suceden, así lo hacemos con los acaecidos en la segunda mitad de julio de 1936 en nuestra tierra que en estas líneas recogemos (todavía sin contar en muchos casos, y en otros descritos desperdigada y parcialmente), relacionándolos con lo que a la par iba aconteciendo en otros muchos lugares más o menos alejados. Según consta en el correspondiente apartado, numerosas y variadas han sido las fuentes que para ello y para el resto de lo que se expone hemos utilizado (cotejando o triangulando en ocasiones las diversas referidas al mismo acontecimiento o personaje), entre ellas no pocas causas militares y abundantes entrevistas a personas testigos directos o cercanos conocedores de los aciagos tiempos que tratamos. Con las pertinentes cautelas hemos considerado las segundas, fuentes orales que a veces se revelan como excelente complemento que alumbra los inevitables huecos de las restantes con las que se construye el continuo tejer y destejer del conocimiento histórico. Los procedimientos de la justicia militar de los alzados, interpretando adecuadamente su lenguaje, que es el de los represores y su “rebelión invertida”, vienen a ser ventanas abiertas al pasado y teselas que junto con otras muchas nos van permitiendo recomponer y descifrar el complejo mosaico de lo entonces ocurrido y acercarnos progresivamente a la verdad objetiva de los hechos.

Dada su extensión, hemos dividido la obra en dos partes (publicada la segunda unos meses después de la primera), subtituladas una El golpe, y la otra La guerra. Mucho de convenido entre estudiosos de la época tiene fraccionar el continuum del tiempo que en España transcurre entre el 17 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939 en una y otra etapa, y subdividir la segunda en un primer periodo de “guerra de columnas” y otro posterior de “guerra de posiciones o trincheras” (asegura alguno que desde el punto de vista militar no cabe hablar de guerra hasta bien entrado el mes de agosto, y afirma otro que, continuado y dirigido a la conquista de Madrid, bajo la forma de guerra de columnas se demora el golpe hasta noviembre, seguido entonces de una guerra –que desde los primeros meses de 1937 es total y de exterminio– en la que participan las potencias del Eje). Equilibrando la amplitud de una y otra parte, sin perder de vista, no obstante, que en León tan solo existió frente de guerra –durante unos catorce meses– en la franja norte que linda con Asturias, y sin forzar demasiado el referido acuerdo, hemos optado por finalizar la primera en la fecha del 20 de julio (aunque hay en ella lugares de la provincia leonesa en los que el golpe militar aún no se ha decantado a favor de los rebeldes), y acotar la segunda entre los días 21 y el que pone fin al mes, pues, coincidiendo con la citada situación, partían ya el 21 de julio de León y de algunas otras localidades provinciales, con diversos resultados, columnas militares para forzar el triunfo de la sublevación en varias poblaciones. Cronológicamente se estructura el contenido de ambas partes, y con tal criterio, si bien sin excesiva rigidez, se va presentando lo acontecido en cada uno de los días sucesivos en las ciudades, villas y pueblos estudiados, atendiendo unas veces a la fecha en la que en ellos se inicia el golpe de Estado, y otras a aquella en la que son sometidos o tomados por las fuerzas golpistas, con la pretensión (espero que cumplida) de que sea hasta la fecha su conjunto bastante más que el relato más completo y detallado del transcurso del golpe militar de julio de 1936 en la provincia de León.

En el acercamiento a los hechos de aquellos determinantes días constatamos algunas realidades hasta hoy ocultas o veladas. A modo de anticipo y conclusiones adelantamos al lector sucintamente varias de ellas: La importancia del levantamiento del Aeródromo de León para el resultado de la sublevación en la capital. La trascendencia de las actividades de la Guardia Civil (un Instituto armado en el que primaba la disciplina y la obediencia al mando) en la capital y en la provincia en los días anteriores (18 y 19 de julio) al de la sedición en la capital el día 20 (actuaciones que después se tratarían de encubrir), así como de su retardado alineamiento hacia el lado luego ganador en el resultado del alzamiento en la ciudad de León, y por ende en la provincia y en el noroeste español, tan importante después en los derroteros de la guerra. El muy diferente comportamiento en León y en otros lugares provinciales frente al peligro de la insurrección militar, en los días previos y hasta que se produce y mientras dura, de los republicanos y socialistas-comunistas y los anarquistas leoneses (estos más decididos y activos frente a la amenaza). El desarrollo del golpe en la ciudad de León de modo más agresivo, violento y destructivo de lo que durante muchos años se contó, narrando los vencedores su acontecer y tratando de justificarlo de manera tergiversada y falsa desde los primeros días posteriores al mismo. Fue el golpe de Estado en León mucho menos aceptado de lo que después se dijo, y tuvo en muchos lugares de la provincia, y también en la capital, una vez desatado, más contestación, más oposición e incluso más respuesta armada y ofensiva de lo que más tarde se contaría.

De igual modo, desvelamos además (entre otras muchas novedades) las hasta ahora apenas conocidas trayectoria y peripecias de la columna de mineros de paso por León desde Asturias hacia Valladolid, Madrid y Sevilla, en la ciudad y en los demás lugares del que fue su recorrido hasta regresar a su tierra por Leitariegos y Somiedo: Asturias-León (Palencia-Valladolid)-Astorga-La Bañeza-Benavente-La Bañeza-Astorga-Ponferrada-Villablino. Descubrimos también la existencia de una fosa común en el interior del que entonces en Astorga fue Cuartel-Prisión de Santocildes desde los primeros tiempos de la guerra que desencadena la rebelión militar. Hacemos nueva luz en torno a un mito durante tantos años mantenido como es el de las enfermeras mártires de Astorga, confrontándolo con lo que hoy sabemos de aquel episodio bélico de finales de octubre de 1936 en el copo del Puerto de Somiedo, y deconstruimos otros, como son los de la muerte en Astorga del niño Gerardo Gavela el día de la sublevación y los fallecimientos en la fecha siguiente (igualmente “por fuego amigo”, y no asesinados por los rojos, como sostendrían los rebeldes) de dos insurrectos falangistas, uno también en Astorga y el otro en La Bañeza. Asimismo, producto de las indagaciones en esa parte de nuestro incómodo pasado, revelamos la existencia de los que fueron dos campos de concentración de prisioneros de guerra establecidos en nuestra tierra y hasta hoy casi del todo desconocidos: el astorgano instalado en La Pajera de Carro (o de Santa Ana), y el que en Valencia de Don Juan ocupó los talleres Casa Ponga (o la Harinera).

Una relación onomástica y otra toponímica, referidas a la provincia de León,  se han incluido en ambas partes de este trabajo, inexcusables dados la pormenorizada abundancia de sujetos, activos o pasivos, que transitan por los acontecimientos que se narran y de escenarios con unos y otros relacionados y en los que las acciones se sitúan. Cartografían ambas el viaje por la obra, que viene a ser –entre otras cosas– un mosaico, incompleto (como por definición es siempre toda historia) pero bastante aproximado en cuanto a las numerosas piezas y a su composición, tanto del golpe militar de julio de 1936 como de las represiones que los sediciosos practicaron contra quienes en nuestra provincia resultaron entonces derrotados. Un centenar largo de imágenes de época y un aparato crítico de más de 1.100 notas ilustran, matizan, referencian y contextualizan lo que aquí se narra.

En cuanto al título elegido para este libro, repasando con detalle para su confección las aludidas entrevistas efectuadas a lo largo de varios años a personas de edad de La Bañeza y pueblos de su contorna que vivieron los acontecimientos de aquel para tantos y tantas trágico periodo, volví a encontrarme con la realizada a Nieves Carbajo, de Destriana, en junio de 2009 en Santa Marta de Tera (Zamora), cuando la ARMH exhumaba allí los restos de su padre Baltasar Carbajo Vidales (uno de los cuatro jornaleros de aquella villa asesinados el 22 de agosto de 1936, parte de las doce víctimas mortales que la represión de los alzados causó en ella), quien para referirse a los días iniciales del golpe y de la guerra civil en su pueblo y en nuestra tierra me decía: –Cuando se rompió el mundo…, una contundentemente descriptiva y muy gráfica expresión que se ajusta a lo que aquí se trata, y que igual o parecida, encontré después en boca de muchos y muchas1 para quienes desde entonces todo giró en torno a aquel referente temporal, punto de inflexión, brecha y ruptura en sus biografías, y el acontecimiento central de la historia contemporánea de España, con el que, arrastrado por el vendaval de la sedición que tantas historias arrollaba, desaparece en aquel eterno “es cosa de unos días” de cuajo y hundido para siempre el mundo que todos conocían, sustituido por lo impredecible y por una radical e impuesta vida nueva que suprimía la anterior, pues “ya no nos iban a dejar vivir de otra manera”. Un terremoto, el del verano de 1936, que dejó en lo político, en lo social y en tantas otras realidades múltiples, profundas, variadas y persistentes grietas, y en las gentes una quiebra de sus vidas, literal algunas veces (por el asesinato, la enfermedad, el suicidio o una bala en los frentes de batalla), y otras de sus formas de vivir e incluso de sus sueños de otras existencias; un antes, mientras, y después para muchas generaciones de españoles; una brutal cesura tras la que nada fue ya igual y que inauguraba un dilatado tiempo de atrocidades y desdichas no tan ajeno ni lejano.

Afirmaba en junio de 1987 (en el número 67 de la Revista Tierras de León, con ocasión del entonces reciente 50º aniversario de la última Guerra Civil española) quien era presidente de la Diputación Provincial leonesa, Alberto Pérez Ruiz: “No es el olvido lo que hace progresar a los pueblos, sino el análisis y la reflexión sobre su pasado histórico”. Si con este trabajo pudiéramos contribuir en algo a ello nos daríamos por más que satisfechos.

Dar forma a un libro, más si trata sobre historia, es casi siempre una tarea colectiva. Lo es desde luego este, que se nutre de una multitud de aportaciones procedentes de otras tantas personas. Algunas de ellas aparecen reseñadas a lo largo del mismo en las correspondientes referencias. A estas y a otras muchas más que no se citan, pero cuya contribución, ayuda y asistencia de múltiples maneras me han resultado igual mente valiosas e importantes, debe mucho esta obra, y de singular manera a las y los actuales rectores de la Diputación Provincial y del Instituto Leonés de Cultura y de los Excmos. Ayuntamientos de Astorga, San Andrés del Rabanedo, Santa Elena de Jamuz, La Bañeza, Santa María del Páramo, Villarejo de Órbigo,Valderas, y Valencia de Don Juan, a todos ellos y ellas por su decidido apoyo y por prestarse a colaborar en la edición. A unos y a otros, a todos –particulares o responsables de organismos, instituciones y entidades–, a los que se nombra y a los que no, mi reconocimiento y mi gratitud (de especial modo una vez más a mi esposa Lourdes y a mi hija Diana por la paciencia que siguen derrochando). A todos ellos corresponde lo que de acierto y mérito pueda hallarse en este libro. Solo mía es la responsabilidad de sus errores.

 Ourense, marzo de 2022


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ALGUNAS MUESTRAS DE APARTADOS QUE FORMAN PARTE DEL CONTENIDO DEL LIBRO.-

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Julio de 1936. Los sucesos de Nistal de la Vega.-

    El domingo, 19 de julio de 1936, con objeto de practicar un cacheo o registro a vecinos del pueblo de Nistal, en el municipio de San Justo de la Vega, fueron allí por orden del alcalde de Astorga varios jóvenes de la ciudad pertenecientes a las milicias rojas (Juan Guillermo Conde Caballero, de las Juventudes Socialistas, era uno de ellos) armados y acompañados por el agente policial señor Gonzalo Goy González. No nos pintó nada bien esta arbitraria medida, y sobre todo la forma en que se estaba realizando (dirá en La Mañana el día 29 de julio su corresponsal en la localidad), a pesar de lo cual el vecindario unánimemente se dejó cachear. Sin dar motivo a ello se hicieron disparos de escopeta por los milicianos marxistas, y como resultado de los mismos cayó al suelo el joven del lugar Juan Miguélez Fuertes y también el astorgano José del Ganso Rodríguez[1] (uno de los milicianos), siendo heridos de gravedad Francisco Alonso Vignao (quedaba paralítico total del brazo diestro, y parcial de la pierna derecha) y los hermanos Manuel y Andrés Vega Mayo (solteros los tres), y de escasa importancia Manuela Cuervo Gómez (casada), trasladados unos y otros al hospital de Astorga, y en una camioneta al cementerio astorgano el cadáver de José del Ganso al día siguiente por la tarde (sin que se llegara a oficiar su funeral, previsto para las seis). El desgraciado accidente ha puesto en tensión a todos los pacíficos pueblos de la zona, ofreciéndose los más próximos para una defensa conjunta, demostrando con ello un alto espíritu patriótico. 

     “Parece ser que se amotinó el vecindario y agredieron al agente Gonzalo Goy. Sonaron varios disparos, a los que contestaron las milicias socialistas, que se vieron obligadas a huir ante la actitud del pueblo”, dirá años más tarde Luis González Pérez, quien era entonces un joven astorgano de derechas (repitiendo lo que el 21 de julio de 1936 publicaba El Pensamiento Astorgano, que añadía haber sido conducido el día antes al camposanto “el cadáver del apreciable joven astorgano, a cuya familia acompañamos en el sentimiento”, noticia que pocas fechas más tarde habría carecido ya sin duda de tan conmiserado tono, en beneficio del espíritu de revancha y de Cruzada que pronto se impondría).

    Se estaban celebrando las fiestas del pueblo en Nistal de la Vega, y tocaba allí la orquesta de los hermanos “Cirolines”, de Benavides de Órbigo, “que amenizaba el baile de la tarde cuando (entre las siete y las siete y media) llegaron los jóvenes astorganos ordenando ponerle fin, y a los músicos que bajaran del carro que les servía de socorrido templete o escenario, presentándose entonces los organizadores del festejo, que a su vez mandaron a la orquesta que continuara con la música, por lo que uno de los primeros mató de un tiro a otro de los opuestos a sus órdenes” (según recordaba en el año 2005 Silvestre Majo Martínez, uno de aquellos músicos)[2]

      Era el fallecido Juan Miguélez Fuertes, de 22 años, soltero, labrador y de derechas, “sin filiación especial y persona de orden”, y fue “herido por escopeta de dos cañones con postas en la cabeza”, siendo “autor del asesinato Valeriano Murias López, residente en Astorga” (aparece como inductor en otro documento en el que se afirma que el finado “se encontraba presenciando un baile público, siendo asesinado sin más motivos por la espalda”, y en uno más, fechado el 22 de abril de 1942, se dice que “se duda si aquel, o Felipe García Prieto –jornalero, de 25 años en 1936-, preso en el Depósito Municipal de Astorga, fue el asesino”), según el informe que del Ayuntamiento de San Justo de la Vega se envía para la Causa General[3] el 8 de mayo de 1941, en el que se indica además que “se desconoce el paradero” del asesino (se le sitúa en Madrid, “ignorando la Policía su domicilio”, en la misma fecha de 1942), y que “otros coautores fallecieron”.

“¡Más vale morir de pie que vivir de rodillas! ¡Ni jerarcas ni esclavos! ¡¡Muera el fascio!!”, reza, en mayúsculas, el dibujo en su parte inferior. >>>>>

Por suponerlo implicado en aquellos hechos o sabedor de lo sucedido era el 27 de julio encarcelado en el Depósito Municipal bañezano Jesús Prieto Morán, natural y residente en Nistal de la Vega, de 42 años, casado, maestro albañil (“perteneciente desde hace dos semanas a una Sociedad de Oficios Varios de la que es en Nistal jefe Ángel Fuertes”, dice), el cual comparece al día siguiente en la Casa Consistorial de La Bañeza ante el Comandante Jefe Militar de la Plaza, afirmando “al ser convenientemente interrogado” que hallándose el domingo 19 en un baile que se estaba celebrando en la plaza del pueblo vio llegar sobre las siete de la tarde al guarda jurado de Castrillo de las Piedras, cuyo nombre no recuerda aunque lo sabe (se trataba de Ramiro Bao Pue[4]), y junto a él otros cuatro sujetos que desconocía, todos con paso precipitado, empuñando el primero una tercerola y los restantes escopetas; que tan pronto como estos individuos llegaron al baile oyó un disparo de escopeta y después otros varios, algunos de ellos de tercerola; dice que, temeroso de que pudiera ocurrirle algo, en cuanto oyó los disparos se fue para su casa, y estando a la puerta de esta charlando con otros vecinos se enteró de que decían que había dos muertos, uno, por lo que oyó, Juan Miguélez, de Nistal de la Vega, y que el nombre del otro lo ignora; que no pudo enterarse de más por marcharse para León, donde está trabajando, al cuarto de hora de haber ocurrido el incidente que declara (tomaba a las ocho y diez de la tarde en Astorga el tren correo que baja de Galicia). Añade no encontrarse en el baile, sino a unos cincuenta metros del mismo, y que no estuvo después de sonar los disparos a la puerta de casa, sino dentro de la misma en compañía de varios vecinos, de los que cita a dos.

    Cuando de nuevo le tomen declaración el 3 de noviembre agregará que no participó en lo ocurrido y que no sabe quien fuera el autor de los disparos, aunque supone haberlo sido el guarda forestal de la plantación del río (lo era de la Confederación Hidrográfica del Duero), que reside en Castrillo de las Piedras (y resultó también herido, hallándose aún en el hospital de Astorga pocas fechas después de los sucesos y tardando 74 días en curar), y cuatro que le eran desconocidos, y dice “que no estuvo armado entonces ni se dedicó a la recogida de armas en el pueblo donde reside; que no ha sido contrario al movimiento militar; que es simpatizante del mismo y de todo gobierno que le deje trabajar en libertad, pues tiene seis hijos; y que fue antaño expulsado de la Azucarera de Veguellina por no querer asociarse con los demás obreros”.

<<<<  “Su majestad la vencedora de la guerra española ¡Pueblo, grita conmigo! ¡¡Abajo la guerra!!” 

El 30 de enero de 1939 apresarían a Felipe García Prieto, escondido en la casa de su madre (en la calle de San Juan, 5). Según su declaración, tras escapar de Astorga “al iniciarse el Glorioso Movimiento Nacional”, había alcanzado Villablino, permaneciendo allí varios días para dirigirse luego a La Cabrera, de donde regresa en noviembre, entopándose en el domicilio familiar hasta febrero de 1937, en que vuelve a la misma apartada comarca y permanece ahora en ella hasta octubre del mismo año, retornando entonces al refugio astorgano en el que era detenido[5]. Con tal ocasión, en el informe que sobre el capturado se cursa desde la Inspección de Investigación y Vigilancia de Astorga se alude a su participación en lo sucedido el 19 de julio en Nistal de la Vega, señalando “los palos que le propinaron los vecinos del pueblo para defenderse del ataque como causa de la muerte del izquierdista que –con cinco más y el policía, siete en total, todos provistos de armas cortas y largas- lo acompañaba”. Se toma también declaración al agente Gonzalo Goy González, quien manifiesta haberse trasladado a aquella localidad con varios individuos afectos al Frente Popular para realizar algunos registros cumpliendo orden expresa del alcalde y del jefe de Investigación y Vigilancia (Santiago Calvo González), comenzando a efectuar algunos cacheos en la plaza pública, que no pudieron continuar por producirse graves incidentes, en el transcurso de los cuales sonaron varios disparos por cuyo ruido se despejó la plaza, quedando en el suelo un hombre herido y en toda ella Felipe García Prieto y Valeriano Murias con sus respectivas escopetas -parece que los únicos llegados de Astorga portadores de tales armas- (detalles, dice, que ya declaró en la Causa que al efecto se instruyó, y que fue sobreseída).

En Madrid era detenido a mediados de noviembre de 1943 Valeriano Murias López (natural de Cacabelos), conducido a la Prisión Provincial de León en enero de 1944. En la declaración que a finales de mayo se le toma afina este algo más los detalles del suceso (discordantes algunos con los que aportaban otras fuentes), y apunta que algunos jóvenes de Nistal protestaron ante los cacheos que realizaba el agente Gonzalo Goy, haciendo ademán de sacar una pistola y agrediendo al policía a tiros que no sabe de donde partieron, ante lo cual y por orden del agredido en el mismo coche en que llegaron emprenden el retorno hacia Astorga, sin haber hecho él uso de la escopeta que portaba. En la sentencia del Sumario 239/44 en que se le procesa por aquellos hechos y se le juzga el 15 de junio de 1945 en consejo de guerra (que por adhesión a la rebelión  lo condena a reclusión perpetua) se asienta que fue Domingo García Díez otro de los izquierdistas desplazados a Nistal de la Vega en el automóvil que a la entrada del pueblo quedó Juan Guillermo Conde guardando junto al chófer; y que ante la muerte instantánea del vecino Juan Miguélez Fuertes y las heridas de los otros reaccionó la multitud desarmando y lesionando al guarda jurado, persiguiendo a los asaltantes (“Vámonos de aquí, o nos matan a todos”, dicen los que regresan junto a los quedaron esperando, montando en el coche y volviendo para Astorga a dar cuenta al alcalde de lo ocurrido, declara Juan Guillermo), y dando muerte a José del Ganso por hemorragia cerebral y fractura de la base del cráneo producidas por los traumatismos ocasionados por palos, piedras e instrumentos cortantes. Quizá atemorizado por las consecuencias y las implicaciones de lo acontecido, aquella misma noche Valeriano Murias abandonaba Astorga y se encaminaba a Santander.

Sobre las ocho de la tarde de aquel 19 de julio, en uno de los automóviles requisados (el día anterior al derechista Frutos Martínez Juárez, de Villoria de Órbigo, cuando con otro, armados ambos, viene a Astorga) y conducido por el socialista Ángel Francisco López (se le ocuparía después una pistola, la que aquel había ocultado en el asiento de su coche al incautárselo) se trasladaba a Nistal el Juez municipal de San Justo de la Vega “para efectuar el levantamiento de un cadáver”. En otros dos confiscados al vecino maragato Marcelino del Palacio Rodríguez acudían algunos guardias civiles del cuartel astorgano al pueblo contiguo, “donde se había dado una pequeña colisión entre los mozos”. Dos fueron los muertos habidos en el encontronazo, y en Astorga aquella noche jóvenes compañeros del socialista José del Ganso llegaron a ocupar un autobús dispuestos a dirigirse a Nistal para vengar su muerte, desistiendo luego de tales intenciones. El cadáver del joven corresponsal habría quedado en el lugar en que fue muerto, a la espera de realizar en lo que restaba del día y el siguiente los trámites judiciales de su levantamiento y custodiado por los guardias civiles desplazados, hasta nueve, que velaban también porque no se reprodujeran los disturbios, diligencias prestas a finalizarse cuando sobre las cuatro de la tarde del lunes 20 Ángel Francisco, en un automóvil Chrysler de los incautados a Marcelino (chófer de otro a disposición hasta entonces de la Benemérita y el juzgado) lo sustituye en tal cometido y vuelve a Nistal de la Vega para regresar a las cinco y media a Astorga con el secretario judicial, que ha de obtener en el Juzgado de instrucción la orden de enterramiento de José del Ganso, siendo entonces detenido. 

No pocas habían sido las peripecias sucedidas hasta entonces: Ya anochecido el domingo, por orden del alcalde recoge Marcelino del Palacio en el cuartel a los tres guardias que en el coche que él conduce ha de transportar hasta Nistal, que se apean en el puente, antes del pueblo, al igual que los otros que en otro automóvil lo seguían, quedando en tal lugar y hasta nueva orden de la fuerza los chóferes de ambos. Allí están hasta las diez de la mañana del lunes, en que, sin haber almorzado ni cenado, para saber lo que sucede se acerca al pueblo Marcelino, al que el cabo (o sargento) envía con su coche a San Justo de la Vega en busca del juzgado municipal, y localizados el juez y el secretario (residente en San Román), pasando previamente por Astorga, en cuyo Ayuntamiento realizan aquellos un trámite judicial, con ellos se encamina hacia Nistal de la Vega, sin llegar a la población, pues por el mal estado del camino y a medio kilómetro de la misma, al parar donde la Guardia Civil espera para dar novedades al juzgado, se avería la caja de velocidades del vehículo, e inutilizado este el mando de la fuerza encarga a Marcelino del Palacio que de prisa y como pueda se dirija a Astorga “y solicite al alcalde que sin pérdida de tiempo, y sin que se precise escolta, mande a Nistal una camioneta para recoger al muerto”, lo que ejecuta aquel caminando hasta la Venta de Quiñones, en Celada de la Vega, donde le prestan una bicicleta con la que alcanza la ciudad, en la que lo releva Ángel Francisco, y cuyo regidor envía entonces a Nicolás Rodríguez con la camioneta de su propiedad, ya sobre las tres y media de la tarde, a punto de echarse a la calle, sublevados, los militares astorganos.

“La brutalidad de Falange quiere hacer del pueblo español una manada de borregos”  >>>>>

En torno a las nueve de la mañana de aquel lunes 20 de julio desde el Ayuntamiento había requerido el alcalde Miguel Carro Verdejo –a quien por teléfono lo interesaba la Benemérita- los servicios de Ángel González González (“Viruela”, de 32 años, casado, miembro del ugetista Sindicato de Oficios Varios), quien con el coche “de punto” Ford LE-3000 de Marcelino del Palacio y acompañado de Víctor Nieto Fuertes “el Francés” –desarmado de pistola y escopeta- recoge en el Puente de Valimbre a un labrador herido en Valderrey que hasta allí llega en un carro junto a la Guardia Civil y al médico Ildefonso Cortés Rivas (desplazado para atenderlo en el tren de las ocho), regresando a Astorga en el vehículo con el lesionado, el juez –muy atareado aquellos días- y el alguacil de San Justo de la Vega, y en los estribos Víctor Nieto y el galeno, que se ocupará de curar al campesino en la Casa de Socorro (de la que, en camilla, ayuda Rafael Fuertes Martínez a Víctor a trasladarlo al Hospital), mientras, tras devolver al juez y alguacil a sus lugares, también por disposición del regidor  se dirige Ángel González a Santa Colomba de Somoza (“en compañía del vecino Venancio Viforcos[6]-, que vive en la carretera de León”) para informar al sacerdote Víctor Blanco de la muerte en Nistal el día antes de su sobrino José del Ganso, regresando alrededor de la una de la tarde. A las cuatro y media, al pasar por delante del cuartel de la Guardia Civil para, de nuevo por encargo del alcalde –que no pudo realizar-, volver y traer al párroco para celebrar o asistir al sepelio, era detenido y le requisaban el vehículo. La sedición ya en marcha también impediría el acompañamiento del cadáver de José del Ganso Rodríguez desde la Plaza Mayor hasta el cementerio municipal, previsto para las seis de aquella tarde.


[1] De 21 años, soltero, activo reportero del trisemanario local socialista Horizonte, sucesor desde mayo de El Combate y desaparecido tras el triunfo del golpe.

[2] Gordón Vidal, Porfirio. “De ‘Los Cirolines’ de Benavides a ‘Los Majos’ de Jiménez de Jamuz”. Revista Jamuz, nº 80. 2005. Fernández, Fulgencio. Personajes leoneses. El Mundo-La Crónica de León. Edición digital. 2006.  

[3] El asesinato de aquella víctima, que más bien parece haberlo sido de homicidio en un “desgraciado accidente” surgido de un tumultuario cruce de disparos (en el que hubo más víctimas), y el del niño astorgano Gerardo Gavela García (cuya muerte accidental se calificará también de asesinato) son los dos únicos consignados en la Causa General como “muertos durante la dominación marxista” en los partidos judiciales de Astorga y de La Bañeza. Felipe García Prieto había sido otro de los muchachos socialistas detenidos por el disturbio de la Semana Santa de 1934. Del joven socialista José del Ganso también fallecido en el tumulto bien pronto desaparecerá toda referencia, incluso en la memoria oral del suceso. Encausados “por homicidio y lesiones graves” en el Sumario 105/36 sobre lo sucedido en Nistal, se dictaba el 21 de mayo de 1937 requisitoria contra Valeriano Murias, Felipe García, y Ramiro Bao, todos en ignorado paradero (el primero sería encausado de nuevo en 1939, y en 1944 el segundo).

[4] Parece que era natural de Castropol (Asturias) y posiblemente paseado y desaparecido en el otoño, pues se pierde su rastro tras los dos meses y medio que se dice tarda en recuperarse de las lesiones que le causan, formando seguramente parte de aquellos “otros coautores fallecidos”, según se afirma en 1941 (Juan Guillermo Conde Caballero era fusilado con ocho más el 17 de febrero de 1937).

[5] Dedicado a fabricar alpargatas y aviones de aluminio, además de realizar casi una treintena de dibujos (varios de ellos acompañan este artículo) y algunos escritos -que firma como “Proscrito”- de un exaltado tono revolucionario, ácrata y reivindicativo que le hallarán cuando los agentes policiales astorganos Tomás Abella Blanco, Macario López Laciana, Andrés García Blanco, y Carlos García Dotti lo capturen y con su vecina María Alonso González (de 29 años, “marxista por influencia de su marido”, detenida por ser su encubridora) lo presenten ante el agente de guardia Fernando García Campillo.

[6] Se trataría de Venancio Viforcos González, parece que más tarde paseado y desaparecido –como tantos- en los montes de Estébanez de la Calzada (según datos de uno de sus descendientes, bañezano).

 


Confusión y desconcierto. El 18 de julio de 1936 en León.

En la capital leonesa, como en otras muchas del país, la primera quincena de julio transcurrió agitada por el conflicto planteado por numerosos maestros asistentes a los exámenes ante los tribunales calificadores de los cursillos de acceso al Magisterio nacional primario, iniciados el día 4 y saboteados con la huelga que desde entonces siguen la mitad de los casi 540 inscritos. Leves alteraciones del orden público promovidas por los cursillistas, con carreras e intervenciones de los guardias de Asalto que causan algunos heridos, se suceden a lo largo de aquellas fechas (haber participado en la huelga –que apoyaron los obreros socialistas- no entrando a las pruebas, en los alborotos o en las asambleas celebradas en la Casa del Pueblo y en el Industrial Cinema, será luego motivo de agravación de las sanciones que se impongan a los enseñantes depurados). A la altura del 16 de julio se suspendían los cursillos y se aplazaba el tercer ejercicio aún no realizado, a la espera de que el ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes encuentre una solución. A la postre, el día 21 aquel ministerio, “vista la situación anómala que atraviesan algunas provincias españolas”, posponía hasta nueva orden la celebración de todas las oposiciones y cursillos, tanto de Primera como de Segunda Enseñanza (el 13 de agosto se suspenderían definitivamente en la zona sublevada por disposición de la Junta de Defensa Nacional que ordenaba tres días antes la entrega por los tribunales de toda la documentación de lo actuado).

Bastantes de los maestros cursillistas, que atestaban aquellos días la ciudad, y de quienes en los tribunales los estaban evaluando, estamparon en el álbum que se le destinaba (caído en manos de los alzados luego) su firma de adhesión al homenaje que en la noche del mismo día 16 al 17, después de la exitosa representación de su aclamada obra Nuestra Natacha en el Teatro Principal, la Asociación de la Prensa Leonesa tributaba en el Salón de Arte de los bajos del Café Central al también enseñante e inspector, además de reconocido dramaturgo, Alejandro Casona, al que los sublevados leoneses harán objeto, una vez que el día 20 triunfen, de una especial y contumaz persecución, intentando a toda costa detenerlo, sin que lo consigan, pues lo sorteará escapando disfrazado a su pueblo, Canales, para pasar luego a Asturias desde allí y dirigirse al exilio más tarde. Muchos de aquellos maestros y maestras cursillistas, objetivo predilecto cuando se desaten el rencor y la venganza, sufrirían después particular o añadida represión por ello, y algunos duras violencias para hacerles confesar el paradero del huido.

En los planes golpistas del general Emilio Mola la Octava División Orgánica (la más débil del entramado militar español, con su cuartel general en La Coruña y que abarcaba Asturias, las provincias gallegas y León) no tenía como objetivo marchar sobre Madrid, sino contener a las masas revolucionarias asturianas de las cuencas mineras. En su Instrucción del 25 de mayo fijando “El objetivo, los medios y los itinerarios” asignaba a esta División el cometido de asegurar la retaguardia de las columnas armadas rebeldes de las Divisiones Sexta y Séptima que desde el norte, y con otras que lo harían desde el sur y el este, avanzarían sobre la capital de la República, ocupándola y haciéndose así con el poder en cuestión de pocos días.

<<<< Torre de la Colegiata de San Isidoro. Algunas de sus estancias alojaban el cuartel de guardias civiles jóvenes

Los oficiales y jefes militares de León en su gran mayoría habían decidido unirse al levantamiento programado para el domingo día 19, contando con las siguientes fuerzas[1] (escasas y mal equipadas): el Regimiento de Infantería Burgos 36, a cargo del coronel Vicente Lafuente Lafuente-Baleztena[2], con un batallón y la Plana Mayor del Regimiento guarneciendo la capital en el Cuartel del Cid -473 soldados mandados por el capitán Miguel Arredonda Lorza (nacido en Sevilla en 1886) en aquel recinto que seguiría siendo, como en 1934, “una cuadra sobre la que se alargaban los dormitorios de la tropa, más importante aquella que estos, y los caballos de los oficiales mucho más que los soldados” [Blanco, 1977: 104]- y otro en Astorga, con 319 hombres acantonados en el Cuartel de Santocildes, que mandaba desde enero el comandante Elías Gallegos Muro (dispuesto a alzarse). Sumaban entre ambos casi 800 efectivos, el capitán Antonio Martínez Pedrosa era su Jefe de Estado Mayor desde pocos días antes, y componían uno y otro la XVI Brigada de Infantería (una de las dos que con otra de Artillería y un Batallón de Zapadores completaban la División), con cuartel general en León y bajo el mando del general de brigada Carlos Bosch y Bosch, de origen mallorquín y de 63 años de edad, gobernador militar de la provincia y comandante general de la Plaza desde abril y el inicio de julio de 1934, favorable a la sedición (eran entre los militares la excepción los leales capitanes Juan Rodríguez Lozano y Eduardo Rodríguez Calleja –ambos del Regimiento Burgos 36-, y el teniente Emilio Fernández Fernández –de Asalto-, seguramente este también, como los otros dos, de ideología socialista y masón perteneciente a la leonesa Logia Menéndez Pallarés[3]). Se añadía a aquellas tropas la pequeña dotación militar de la Caja de Recluta número 56, cuyo responsable, el comandante de Infantería José Berrocal Carlier, era también afecto a la República (según alguna fuente)[4].  

Existía en León una de las dos Comandancias de la Guardia Civil dependientes del Décimo Tercio, cuya sede radicaba en Oviedo (que acogía a la asturiana, integrada por 8 compañías, 32 líneas y 101 puestos, notablemente ampliada en personal después de octubre de 1934), mandada aquí desde el 13 de junio, en que toma posesión de su jefatura, por el teniente coronel Santiago Alonso Muñoz[5], el único que se mantendrá leal, con tres compañías que sumaban 605 efectivos para toda la provincia (379 de ellos asentados en la capital, en la Comandancia y los cuarteles de San Isidoro y de la travesía de Don Cayo), distribuidos desde sus respectivas cabeceras de Ponferrada, León y Valencia de Don Juan en doce líneas y 57 puestos en total agrupados en torno a los que las encabezan. Contaba además la capital con una compañía del Cuerpo de Seguridad y Asalto (la 38ª, dependiente del 10º Grupo de tres que en Oviedo mandaba el comandante Alfonso Ros), con tres secciones y un total de 180 hombres[6] a cuyo mando estaba desde febrero de 1934, cuando se le destinó a León, el capitán Ramón Rivero Mira –tildado de fascista-, que no acataba el orden constitucional, como tampoco lo hacía el teniente Andrés González García, mientras que si era fiel a su juramento y a la legalidad el teniente Emilio Fernández, en la misma desde su traslado a la capital y en el Regimiento Burgos 36 antes (de quien informarán después ser “de ideas avanzadísimas”, y “afín a las Juventudes Socialistas”).

Astorga 1936. Cuartel de la Guardia Civil  >>>>

El Grupo de Reconocimiento y Bombardeo (o Escuadra de Aviación) nº 21, con base en el aeródromo de la Virgen del Camino, formado por dos escuadrillas con 18 aparatos Bréguet XIX Sexquiplanos (un modelo de 1918) cada una y una Unidad de Servicios (con unos 150 hombres en total entre oficiales, suboficiales, mecánicos y soldados), dependía de la Primera Escuadra Aérea y de la base de Getafe (días antes de la sublevación se había ordenado la concentración de gran número de aviones en Madrid, y allí se hallaba, con otras, una de las dos escuadrillas de León[7]), y a su jefe, el comandante Julián Rubio López, se le presumía leal (no lo sería), pues había participado en la intentona prorrepublicana de Cuatro Vientos el 15 de diciembre de 1930. Cabía sumar a tales recursos armados los miembros del Cuerpo de Investigación y Vigilancia[8] que con los del de Seguridad componían el civil servicio policial. Aquellos contingentes, y otros (unos dos mil hombres entre militares y fuerza pública en la provincia, con reducido armamento y escasa munición y por ello con limitada capacidad de fuego), se incrementarán notablemente después del triunfo del golpe militar con la incorporación de numerosos reservistas y voluntarios. 

Ya en el verano de 1934 la mayoría de los oficiales de Infantería en León, entre ellos el coronel del Regimiento, estaban vinculados a través de la Unión Militar Española (UME) con Falange, que era minoritaria y tenía su sede en un local alquilado por el abogado Luis Crespo Hevia, su dirigente, en la Casa Roldán de la Plaza de la Libertad (“por cuenta del inquilino correrían los daños en caso de producirse un atentado”, constaba en el contrato), siendo la tercera en importancia del país (después de Madrid y Valladolid), con una veintena de militantes entre los que abundan estudiantes de Veterinaria [Blanco, 1977: 104, 121]. Algunos menos (entre doce y diecisiete) eran los falangistas camisas viejas en la ciudad en julio de 1936. Según el informe que en octubre de 1939 firma Ramón Laporta Girón, Jefe provincial de Salamanca, preponderaba el partido Unión Republicana entre los republicanos de izquierdas, los partidos comunista y socialista tenían gran fuerza entre la población minera, por la CNT se inclinaba el elemento obrero de la capital, en el lado de las derechas era hegemónica la CEDA, y en cuanto a Falange, existiendo algunas Jefaturas locales en diversos pueblos de la provincia, su importancia era escasísima, y únicamente en la capital y en tres o cuatro localidades más había señales de su presencia [Mejía Sinclair, 1987: 407]. 

Fuera de León (con un total de 1.050 hombres armados) y Astorga (con unos 380), sólo era significativo el cuartel de la Guardia Civil de Ponferrada, con unos 20 números (se dice, pero debían de ser bastantes más, a juzgar por los presentes en Astorga, ahora de inferior categoría) y a cargo de una compañía -la primera, cuyo jefe era el capitán Román Losada Pérez-, de la que dependen entre otros los puestos de Bembibre y Astorga (cabecera de línea, con 33 guardias). Otra de las tres (la tercera compañía, comandada desde el cuartel de Valencia de Don Juan por el capitán Arturo Marzal Macedo) estaba desplegada en el suroeste de la provincia, en una serie de puestos de los cuales los dependientes de la línea de La Bañeza se asentaban en esta localidad (con 10 números, 2 cabos y 1 teniente contaba el cuartel en noviembre de 1935) y en Destriana, Santa María del Páramo, Alija de los Melones, Nogarejas y Truchas (“con unos cincuenta guardias entre todos ellos en 1936, de Infantería la mayor parte, carentes de vehículos mecánicos y con escasos medios de locomoción”). Existía desde los años veinte un cuartel en Veguellina de Órbigo (se había suprimido al inicio de 1934 el de Benavides, y antes el de Villadangos del Páramo), y en Astorga un pequeño destacamento de Carabineros -Cuerpo armado de orden público, aunque más ocupado en labores aduaneras y fiscales- con cinco efectivos adscritos a la Delegación de Hacienda de León, y unos doce agentes del Cuerpo de Seguridad (a primeros de junio se había aumentado en siete su plantilla), además de tres policías del Cuerpo de Investigación y Vigilancia. Al inicio del pasado marzo había dispuesto el Gobierno del Frente Popular el enésimo desarme de la población civil, que debía de entregar el armamento que poseyera, sin o con licencia[9], en las comandancias y cuarteles de la Guardia Civil, las mismas armas -largas y cortas- que con las requisadas en los meses posteriores se hallarán en abundancia en las unas y los otros de toda España al producirse la sublevación militar, que se negarán a las izquierdas en casi todos los lugares, y se distribuirán entre los derechistas en aquellos en los que el golpe triunfe.

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[1] Proceden en parte los datos de Puente Féliz, Gustavo y Carantoña Álvarez, Francisco [1986-1987: 157].

[2] El cerebro de la rebelión. Falangista ya desde el inicio de 1934. Natural de Navarra, donde la familia Baleztena controlaba la Junta Regional del carlismo. Calificado de monárquico feroz en documentos del Frente Popular de León en marzo de 1936.

[3] No lo fueron los tenientes Felipe Romero Alonso (nacido en 1905 en Benavente, había pasado a la Guardia Civil desde el Regimiento Burgos 36; en agosto será nombrado Jefe de las Milicias), y Eladio Carnicero Herrero, apodado “el Ruso” [Crémer, 1980: 31], que actuará después, ya de comandante, como instructor en procedimientos sumarísimos contra numerosos republicanos leoneses. El general Bosch sería luego depurado “por sus vacilaciones y dudas cuando el Glorioso Movimiento Nacional”, y por no aceptar con el entusiasmo requerido la política posterior y la represión instaurada por los rebeldes, terminando expulsado del Ejército por un Tribunal de Honor al finalizar la guerra, tras ser nombrado el 1 de agosto de 1936 jefe de la Octava División Orgánica, gobernador militar de Ferrol el 24 de septiembre, y pasar en febrero de 1937 a la reserva (ya el 28 de julio de 1936 sería destituido –sin derecho a jubilación- por el Gobierno, al igual que otros jefes y oficiales sublevados).

[4] No lo fue, en realidad. Poco después del golpe militar lo ponían a cargo de las fuerzas policiales leonesas, mandando en octubre tropas “nacionales” en el frente de Somiedo.

[5] De 50 años, natural de Portugalete, reincorporado a ella el 19 de julio desde Madrid y Yepes, en Toledo, lugares en los que disfrutaba desde el 12 de un permiso de 20 días interrumpido entonces. Lo acusarán más tarde de haber arengado a su llegada en junio a los guardias destacados en San Isidoro al revistarlos, diciéndoles que “debían de ser fieles a la República y estar al lado del pueblo soberano”. 

[6] El Cuerpo de Seguridad y Asalto, que incluía los Grupos de Asalto (especialmente instruidos, la élite de este disciplinado cuerpo), contaba con 18.000 efectivos, y en cada provincia se disponía al menos de una compañía de Seguridad y otra de Asalto. Las capitales más cercanas a León en las que había un Grupo de Asalto en cada una eran Valladolid, Oviedo, La Coruña y Burgos. Mientras que la mayoría de los oficiales de la Guardia Civil se rebelaron (en todas partes, excepto en Madrid y Barcelona), los de Asalto tendían a ponerse del lado del vencedor [Alpert, 2007].

[7] El Gobierno reorganizaba las unidades aéreas y sus efectivos, de forma que no quedaran en manos de los sublevados en lugares donde se tenía noticia cierta de su adscripción a la inmediata tentativa. Tres sargentos tripulantes de un aparato de aquella escuadrilla desplazada a Madrid escaparían desde allí en el mismo a Portugal el 21 de julio, tras conocer que su base de pertenencia se ha sumado al golpe militar. “Tres escuadrillas existían en el aeródromo leonés hasta el inicio de la guerra civil”, según González Álvarez, Manuel [2008: 29, 45]. De los efectivos totales, considerados tomando como referencia los de diez años antes (con datos del mismo autor), las tripulaciones de los aparatos de una escuadrilla se encontraban con ellos en Madrid en las fechas de la sublevación.

[8] 23 eran los integrantes de su plantilla en la capital (1 comisario y 2 inspectores, todos de segunda; 17 agentes -8 de primera, 7 de segunda, 1 de tercera, 1 auxiliar-; 1 vigilante conductor de segunda; y 2 opositores agregados voluntarios sin sueldo) que según El Diario de León del 18-08-1936 hacían entonces aportaciones en metálico a la Suscripción Pro Fuerza Pública, Ejército y Milicias Armadas.

[9] El Reglamento de Armas y Explosivos de 1935 había concedido permiso de armas a los miembros de entidades estimadas por el Gobierno radical-cedista como auxiliares en la persecución de criminales y en el mantenimiento del orden (Piñeiro Maceiras, José. “El control estratégico del Bierzo durante la Guerra Civil, las tropas auxiliares de las columnas de Galicia”. Revista Argutorio, nº 21. 2008). Amparados por tal disposición fueron entonces armados numerosos derechistas. También desde marzo las existencias de las armerías debían ser depositadas en las comandancias y cuarteles.

 


Velando por el orden. El 18 de julio de 1936 en La Bañeza.

El 18 de julio de 1936, sábado, amanecía caluroso, y en La Bañeza los concejales de la Gestora municipal frentepopulista que integraban la comisión especial de aguas constituida el 20 de abril y de la que desde el 27 de mayo seguían formando parte además del Interventor municipal, Norberto Ángel Martínez Mielgo (de Izquierda Republicana, natural de Hospital de Órbigo, soltero, de 31 años, perito mercantil; seguramente en esta fecha su plaza estaba ya vacante por hallarse destinado como Jefe interino de la Sección de Presupuestos en la Diputación de Palencia), Porfirio González Manjarín (albañil, de 35 años, casado) y Eugenio Sierra Fernández, a los que se sumaban entonces Isaac Nistal Blanco (de 54 años, casado, socialista como los dos anteriores, albañil y maestro de obras) y Joaquín Perandones Franco (de Unión Republicana, casado, de 30 años, industrial), estaban convocados por la mañana a una reunión en la Casa Consistorial para tratar una vez más de la sempiterna cuestión de la traída de las aguas y la dotación del alcantarillado a la ciudad, que ahora por fin y desde el empuje con que la nueva Corporación había retomado tras el inicio de su mandato el 15 de abril el problemático asunto tanto tiempo pendiente, se veía factible conseguir. Cuando a finales de agosto la Gestora impuesta por los sublevados triunfantes revise la actuación de aquella última Corporación republicana hallarán un recibo por importe de 991,25 pesetas empleadas en el viaje a Madrid en la misma fecha del 18 de julio de una comisión que integraban tres personas, sin que al respecto hayamos encontrado más noticias sobre la identidad de los comisionados o el objeto de su desplazamiento, que, si se inició o se culminó, debió de hacerse en medio de las crecientes dificultades, desajustes y zozobras que ya aquel día se vivían a lo largo del itinerario que precisarían recorrer.

La mañana de aquel sábado aparecía en el semanario La Hojita Parroquial una esquela en la que "un grupo de patriotas bañezanos" invitaba a las gentes de la localidad a los funerales que por el alma de José Calvo Otelo, asesinado en Madrid el día 12, se preveía oficiar en la Iglesia de Santa María el lunes siguiente (se efectuarían con toda solemnidad el 26 de agosto). Algunos viajeros llegados aquella fecha en ferrocarril a La Bañeza quedaron allí atrapados unos días, mientras la situación se decantaba y resolvía, como le sucedió a los padres de Santos Izquierdo de la Torre (que tenía entonces 9 años), desplazados desde A Rúa en el tren correo de Galicia porque eran padrinos de una boda (seguramente la de la señorita Felisa Tagarro González y el joven Severiano Pequeño Bobo –propietario de los Almacenes Bobo-, que se celebraría el día 20 en una ciudad ya bien inquieta y agitada, "en la iglesia y sin ser molestados por nadie"), y de los que no supieron nada más hasta el día 31, cortado por los acontecimientos el tráfico ferroviario que no se restablecerá hasta el 30 de julio, después de ser volado en los primeros días de la sublevación (transcurrida la media tarde del 20) en la línea de Palencia a La Coruña, de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, el puente del ferrocarril de Valbuena de la Encomienda por jóvenes izquierdistas de los pueblos de la zona.

Estando reunida la bañezana comisión de aguas, en aquella jornada de calor tan bochornoso como había sido la anterior, tuvieron sus componentes noticias no oficiales (que ya durante la pasada noche se habían ido desgranando), pero no por ello menos preocupantes, sobre la sublevación militar iniciada en Marruecos el día antes por la tarde, y de que en Melilla habían ocurrido algunos disturbios (dirá Eugenio Sierra Fernández, originario de Astorga, de cuyo Teatro fue empresario cuando allí y hasta 1931 residió con su familia, de 42 años, casado, secretario en 1928 de la UGT astorgana, tipógrafo en la imprenta bañezana de la Viuda de M. Fernández, al ser interrogado el 28 de julio), por lo que el alcalde, Ángel González González (natural de Saludes de Castroponce, de 51 años, casado, jornalero, socialista, regidor en funciones desde el pasado 20 de mayo, como primer teniente de alcalde que era, tras la dimisión del titular, el veterinario Joaquín Lombó Pollán, de Izquierda Republicana), "ordenó o previno a los empleados municipales al objeto de que no se alterase el orden aquella noche, y que al día siguiente, domingo 19 de julio, fue aceptado por él y por los demás compañeros de la Corporación el ofrecimiento que les hicieron gran número de obreros de esta población para cortar cualquier disturbio y para defender la causa, digo, el poder constituido". Uno de aquellos empleados municipales fue Abraham Bécares Rodríguez (natural de Canales y vecino de La Bañeza, socialista de 29 años, casado, tipógrafo y ocupado en consumos desde el inicio de aquel mes), "requerido por el alcalde cuando realizaba su trabajo en unión de otros compañeros, Valeriano Domínguez Carbajo y Manuel Rubio Antúnez, para que en las horas francas de servicio cumplieran el de vigilancia y mantenimiento del orden dentro y sobre todo en los alrededores de la villa" (declaraba el primero en la misma fecha).

<<<<<  Franco y otros generales rebeldes

El 23 de agosto, interrogado por Pedro Lagarejo Villar, cabo comandante del puesto de la Guardia Civil de La Bañeza ("donde lleva ya tres años destinado, por lo que conoce perfectamente a todo el vecindario", dirá cuando en noviembre testifique contra una buena parte de quienes lo integraban), lo hará José García González, soltero, de 25 años, socialista, también guarda de consumos desde la misma fecha (destinado como los anteriores en la recaudación de arbitrios; sería uno de los varios separados del servicio poco después), quien dice que el día 18 de julio fue llamado a presentarse en el Ayuntamiento por ser empleado del mismo, y le dijo el alcalde Ángel González[1] que tenía que estar de vigilancia, para lo cual el médico Emilio Perandones Franco (socialista, de 28 años de edad, soltero) le proporcionó una pistola, de color aluminio, que tuvo en su poder hasta el lunes día 20 por la noche, en que se la retiró el acalde para devolvérsela a quien se la diera, confiándole a cambio una escopeta para mantener el orden público, con la que estuvo un día completo por la Plaza Mayor (la entregará al cabo de la Guardia Civil el mismo 23 de agosto cuando junto con otros sea detenido).

A medida que llegaban nuevos datos sobre lo que estaba sucediendo en el país, en medio de la preocupación que aquellos generaban en todos, y especialmente entre los directivos, afiliados y simpatizantes de las entidades republicanas e izquierdistas locales, algunos bañezanos se fueron acercando al Consistorio a lo largo del sábado, día 18, para ponerse a disposición de la Corporación y prestarle su apoyo. Así lo hizo Cecilio Toral de la Fuente, de 23 años, soltero, estudiante (lo había sido del cuarto curso de Magisterio, Plan de 1931, en el recién finalizado, y dependiente de comercio en el de Alberto Valderas Castro), secretario de Unión Republicana, partido que como tal formó parte del Frente Popular ("roto en el mes de mayo en La Bañeza por desacuerdo entre las organizaciones que lo integraban", puntualizará en su declaración ante el comandante militar de la Plaza el 14 de agosto, cuando sea uno de los numerosos encausados por los sucesos de "los días de julio"), que se ofrece moralmente, y no materialmente por ser inútil para manejar armas. Alguno entre tantos como serían sumariados por tales sucesos, Mariano Medina Alvarado (que corrobora la ruptura hace dos meses del Frente Popular[2], al que por Izquierda Republicana –IR- dice pertenecer desde las elecciones de febrero), soltero, de 23 años, empleado de banca, asegurará no haber intervenido en ellos entre los días 18 y 21 por haber estado trabajando en las oficinas del Banco Urquijo Vascongado, del que es asalariado "desde hace unos doce años, cuando entró de botones" (es también afiliado de la Asociación de Empleados de Banca, afecta a la UGT).

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[1] Lo apodaban “Chepa González”, propietario del kiosco de prensa que en la Plaza Mayor –al lado del templete- atendía su hijo Ángel, y “quien todas las mañanas, antes de incorporarse a las tareas propias de su cargo en el Ayuntamiento, llevaba personalmente El Debate, La Nación o el ABC a sus abonados” [Méndez Luengo, 1977: 266].

[2] Se habría producido coincidiendo con la dimisión el 20 de mayo del alcalde Joaquín Lombó Pollán y los gestores Toribio González Prieto y Leopoldo Bahillo Melero (ambos también de IR) que con él renunciaron a seguir formando parte de la Comisión Gestora nombrada el 13 de abril por el gobernador civil. Al parecer, también había notables desavenencias y disensiones internas ya desde primeros de abril en IR de León. Joaquín Lombó había militado en el viejo (fundado en 1912) Partido Republicano Autónomo Leonés –o Alianza Republicana- antes del advenimiento de la Segunda República.


Armas, mineros, y mentiras.- El 19 de julio en León.

Había sido la noche del 18 al 19 “la de los miedos largos y los intentos absurdos por enderezar tantísimo entuerto como se estaba produciendo. En la Casa del Pueblo no sabían nada. En el Gobierno Civil lo ignoraban todo. En la calle circulábamos como zombis, como gentes sometidas a los efectos de una droga aniquilante”, dirá tantos años más tarde Victoriano Crémer. El gentío se echa el domingo a la calle para enterarse de la marcha de los acontecimientos, que se presentan amargos y amenazadores para la ciudad que es encrucijada entre las tierras castellanas, gallegas y asturianas. No circulan los trenes, y llegan noticias de que Valladolid se ha sublevado, igual que Salamanca y Burgos, puestas también al lado de los airados desleales. En la capital leonesa el diario La Mañana publica, entre otras noticias (como la del robo de explosivos, cinco kilos de dinamita y uno de pólvora de minas, en un polvorín de Villafranca), algunas notas oficiales dadas durante el día y la noche anteriores por el Gobierno de la República (las mismas que ya recogía la tarde anterior La Democracia), en las que se informa de las detenciones de varios generales, jefes y oficiales comprometidos en la asonada militar, y de que “la policía se ha apoderado de un avión extranjero en el que, según parece, iba a introducirse en España uno de los cabecillas de la sedición”. A primera hora de la mañana anuncia Avance que de Oviedo y con destino a Madrid, vía Valladolid, ha salido un tren especial cargado de mineros. Las gentes van a misa como si nada hubiera sucedido la noche anterior, y cuando se está celebrando en los Agustinos dicen a los asistentes que es preciso salir con orden e irse cada cual para sus casas. 

De paso para la capital de la nación llegaba en torno a las diez de la mañana a la Estación del Norte de León el convoy ferroviario compuesto por los dos trenes (el largo especial y el más corto de vagones sumados a los del tren correo) de mineros asturianos. Su arribo sorprendió a los locales  directivos socialistas, que se felicitan por ello y les dan la bienvenida, y también al general Carlos Bosch y Bosch, máximo responsable militar de la Plaza y la provincia, dispuesto a sublevarse siguiendo el ejemplo de Valladolid y sin esperar ordenes de La Coruña, de donde orgánicamente dependía. Los esperaba, entusiasmada, agradecida y curiosa en medio del revuelo que supone su llegada, mucha gente que los aclama, especialmente los obreros, y también a los que siguiendo una ruta paralela se han adelantado al ferrocarril viniendo en autobuses y camiones y llegados dos horas antes a las inmediaciones de la estación, esperando allí por sus compañeros para desperdigarse después todos por la urbe.  

A unos y otros se sumaron por el camino mineros leoneses de las cuencas transitadas, como se les añadirían otros izquierdistas en León[1] y en las demás localidades en las que en su travesía iban haciendo un alto. La ciudad les pertenece. Hacen primero una demostración de su poder en plena calle (algunos tiran petardos, lo que asusta en el extrarradio a los vecinos, que creen que continúan los disparos de la pasada noche, cesando cuando otros los reprenden). Entran en la población por Ordoño II y ocupan el Bar Central, el Café Victoria y otros bares mientras sus mandos reclaman en el Gobierno Civil “las armas prometidas por el compañero coronel Aranda”. Después en el cuartel de Infantería les suministran pan, chorizo y unas latas de conserva, además de algunos fusiles (mosquetones; no más de unos 200, que les darán más tarde), que no son –ni mucho menos- suficientes para todos, pues los recién llegados son numerosos, y corre la voz de que la Guardia Civil les entregará más. Manda la expedición (unos cinco mil hombres entre las dos columnas, la ferroviaria y la motorizada) el socialista Francisco Martínez Dutor (sargento retirado que ya se había puesto de parte de la revolución en octubre del 34), que trae como ayudante al obrero Luis Bayón.  

La Columna Otero de los cerca de tres mil trabajadores venidos en tren es mandada por quien le da nombre: Manuel Otero Roces, ugetista de Sama de Langreo (caería en febrero de 1937 en una ofensiva sobre el cercado Oviedo), y es Alejandro García Menéndez, teniente de Asalto[2], su jefe de Estado Mayor y quien militarmente la dirige, ayudado por tres guardias del mismo Cuerpo (“salimos al anochecer de La Felguera y llegamos a León por la mañana. Al teniente, el pobre, no le hacía caso ni Dios. Él hacía lo que podía. Nos acompañaba como oficial del Ejército, más que nada”, rememoraba años más tarde José Otero Roces, uno de aquellos mineros. El también teniente de Asalto Francisco Lluch Urbano (de 35 años, procedente de Intendencia) lo es de la Columna Acero de los quinientos que se mueven en camiones[3], y que capitanea el comunista Damián Fernández Calderón. Ni unos ni otros traen muchos fusiles (más de dos tercios de ellos carecen de armamento), pero si abundante dinamita tomada de los polvorines de las minas. El coronel Antonio Aranda les ha dicho que en León, en el depósito militar, les darán armas para luchar en Madrid. De las tres columnas de mineros formadas y enviadas desde Asturias a la capital de la República por aquel militar, una primera habría partido ya el día anterior, a las siete y media de la tarde, desde Gijón en el tren expreso diario que la comunicaba con Madrid para llegar allí en las primeras horas de la mañana del domingo 19 (según dirán algunos, o en la tarde de aquel día, según otros). Las otras dos que alcanzaban ahora León, la formada por dos trenes y la motorizada, habían partido horas más tarde, se juntaban en San Marcos, y los efectivos de Asalto que formaban parte de ellas se reunían con el teniente Emilio Fernández y varios compañeros más de la plantilla leonesa, viéndose también al capitán Eduardo Rodríguez Calleja con ellos y entre los mineros.

Nunca había visto tantos camiones juntos. Permanecieron mucho tiempo detenidos bajo mis balcones (recordará Antonio Gamoneda, que habitaba en el número 4 de la carretera de Zamora), cubriendo aquella desde más allá de las barreras del paso a nivel de las vías hasta el cruce con la carretera de Trobajo. En la mayor parte solo iban milicianos optimistas que cantaban desconcertadamente y bromeaban a gritos de un camión a otro. Serían dos mil o tres mil mineros, algunos con las terribles tramas azules que el grisú había labrado en sus mejillas. Uno de ellos, dando una señal de alegría, disparó al aire, verticalmente, con una pistola que volvió a colocar bajo el cinturón. Un camión tenía una carga cubierta con lonas y, sentado sobre ella, con las piernas colgando fuera de la caja, un muchacho, muy joven, liaba y encendía un cigarrillo. Otro miliciano, hombre ya mayor, se precipitó sobre el chiquillo y lo arrojó al suelo tirándole de las piernas, pateándolo luego con furia al tiempo que lo insultaba con ásperas voces. El muchacho logró levantarse y se alejó con la cabeza gacha. Después alguien dijo que aquel camión estaba cargado de dinamita. 

Los mineros actuaron disciplinadamente, instalaron su cuartel general en el Hotel Oliden, vivaquearon a lo largo del Paseo de la Condesa hasta las proximidades de San Marcos, se diseminaron y circularon armados por las calles (“se veía un fusil Máuser por cada cinco desarmados”) henchidos de fervor obrero y llamando a defender de los facciosos al Frente Popular, y no crearon en ningún momento problemas de orden público, aunque “a las once de la mañana ya se ven algunos con vino tomado en demasía, y por la tarde daban otros muestras de haber bebido copiosamente” (anota algún autor), después de haber comido en aquel convento que era centro de la remonta militar, donde tal vez consumirían los alimentos que el vecino leonés Luciano Santos Díaz -de 31 años, casado- requisó en el almacén de Coloniales de “los Salmantinos”, que asaltó, según declara a finales de septiembre cuando lo multan por ello y lo apresan en el mismo San Marcos, donde tendrá ocasión de actuar de enlace entre los recluidos en unas y otras dependencias gracias al desempeño de su oficio de barbero, y también de ser con otros más acusado de hostil a la causa nacional por dos presos confidentes infiltrados por la Guardia Civil entre los que ocupan una de las celdonas.

Afirma Alfonso Camín que “los mineros se despliegan por la capital leonesa sin cometer el más mínimo atentado. Pagan hasta los cigarrillos. Hay un estanco cuyo dueño o dueña ya está abiertamente con los ‘negros’ (facciosos). No quiere venderles tabaco. Los ‘negros’ -si el estanquillo fuera ‘rojo’- hubieran degollado a la dueña e incautado todas las existencias. Los mineros, no. Los mineros asturianos, bien recontado el tabaco, lo pagan todo a su precio y le dejan sobre el mostrador su cascada de duros de plata gruesa. Eso sí: le obligaron a venderles toda la mercancía. ¡Ingenua venganza que seguramente hizo reír a la dueña oronda o al propietario canoso, regularmente guardias civiles retirados que pronto cogerán un arma para fusilar mineros!” 

Miguel Castaño Quiñones con sus empleados ante los talleres de La Democracia  >>>

Hicieron gestiones los asturianos en la carretera de Trobajo, acompañados por Nicostrato Vela Esteban (de 48 años, casado, veterinario, socialista y miembro de la delegación leonesa de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética), para que se les facilitase comida, y firmó el gobernador civil vales para proporcionarles pan (después de acordarlo con el alcalde y con el gobernador militar general Carlos Bosch y que le encargue este que hable con los patronos panaderos a fin de que –excusados sus empleados de la huelga convocada- se provea a la hambrienta columna de sustento, sopesando darles además bebidas alcohólicas para evitar conflictos y convencerlos mejor de que se fueran, pues se pretende que estén tranquilos y dejen cuanto antes la ciudad), además de solicitar la colaboración del Ayuntamiento para alimentar a los acampados (que no se daría, dirá el alcalde Miguel Castaño Quiñones, a quien aquel la pedía por teléfono; tampoco la Cruz Roja les dio apoyo). Acusarán después a Nicostrato de ser otro de quienes asaltaron entonces la fábrica de embutidos y almacén de coloniales y ultramarinos de “los Salmantinos” Manuel Pablos y Hermanos[4] (oriundos de Béjar), a la que habría llevado en su propio automóvil Ford a un grupo de mineros “que se incautan de 350 latas de chorizos y 27 cajas de conservas con 100 latas cada una”, y a Víctor García Herrero (de 31 años, casado, tesorero del ugetista Sindicato de Banca, contador de la Federación Local de Sociedades Obreras, y empleado del Banco Herrero) de haberse unido a la columna motorizada de asturianos, “a la que proveyó de vales de gasolina con los cuales repostaron los facciosos sus vehículos en los surtidores de la capital”.  

Una y otra requisa (encomendadas por el gobernador civil a una comisión del Frente Popular), lejos de constituir el asalto y la extorsión con que después serán calificadas, debieron de realizarse, como otras en otros lugares, con recibos y garantías de su abono posterior, de igual modo, por cierto, a la que (una de tantas luego) en el mismo almacén y por otros productos harán los sublevados el 31 de julio para la Comisión de Avituallamientos que abastece a sus tropas y milicias. También pasaron los mineros por la Casa del Pueblo, y allí, en medio del extraordinario movimiento producido, los atendieron y les buscaron víveres los miembros de las Juventudes Socialista y Comunista, volviendo a repartirles viandas por la tarde (declaraba –ya preso- Policarpo Muñoz Díaz, de 30 años, casado, capataz agrícola y conserje de la misma). 

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[1] Lo hizo aquí Secundino Rodríguez Díez “el Practicante” (lo era de profesión), nacido en Puente de Villarente en 1903, condenado a muerte y conmutado tras la caída de Asturias, terminando en la guerrilla de Sabero, y ejecutado a garrote en marzo de 1947 con otros dos guerrilleros en el patio de la cárcel de León después de ser apresado un mes antes por planificar y participar en septiembre de 1945 en el secuestro del ingeniero leonés Emilio Zapìco Arriola.

[2] Procedente de Infantería, masón, destinado en 1933 desde Tetuán al Cuartel de Santocildes de Astorga, donde fundaba en julio de aquel año el Triángulo Astúrica, y trasladado por petición propia a la guarnición de Gijón –de donde era natural- desde León el 7 de marzo de aquel año 1936. Firma en aquella fecha como Jefe de la Expedición un “Vale por veinte litros de gasolina para un coche a mi servicio en León” (Sumario 467/36).

[3] Hay gran discordancia según las fuentes en cuanto al número de mineros de las columnas, desde los tres mil del total, a los cuatro mil, cinco mil, e incluso seis mil, y a los dos mil de la columna motorizada. Creemos que pudieran ser entre 2.500 y 3.000 los de la Columna Otero, y en torno a 500 los de la Columna Acero. Dos de los expedicionarios aluden varias veces en el Sumario 168/36 a “cuatro mil y pico o cinco mil asturianos de las cuencas mineras”.

[4] “Para pedir mediante un vale firmado por el gobernador embutidos y conservas para los mineros en aquella fábrica acompañaba al alférez de Asalto (Manuel Lledó Capdepón) el nombrado delegado gubernativo Onofre Gerardo García”, declara este en el Sumario 62/36.

 


León, 20 de julio de 1936. La clave fue el aeródromo.

 La clave fue el Aeródromo[1].-

 El comandante Julián Rubio López (nacido en 1899 en Ciudad Rodrigo e ingresado en Aviación Militar en 1924, después de coincidir con Mola y Franco en las Fuerzas Indígenas Regulares de Marruecos) había tomado el mando del Grupo 21 y de la base aérea de León al inicio de febrero de 1935, y algunos años antes de su fallecimiento en marzo de 1988, contaba en la revista Historia y Vida sus recuerdos de lo acontecido en ella en aquellos cruciales días de julio de 1936:

“Estaba al mando del aeródromo de León, donde habían ocurrido los sucesos de 1934. El entonces jefe del aeródromo, el comandante aviador Ricardo de la Puente Bahamonde (primo del Caudillo, fue fusilado en Ceuta el 4 de agosto de 1936) que había sido condenado, estaba sirviendo su condena allí mismo[2]. El aeródromo fue absolutamente clave. Si no se hubiera sumado al movimiento, los tres mil mineros que bajaban de Asturias y que fueron armados en León, hubieran tenido el apoyo sobre todo moral, porque no teníamos mucho material de aviación, y entonces no sé qué hubiera podido pasar.

La tropa del campo estaba muy trabajada: los soldados eran muy rojos, así que los mandé desplegar porque venían los suyos. Estando allí desplegados, un soldado grito: -¡Nos engañan! ¡Que son ellos los que se quieren sublevar! y se liaron a tiros contra dos oficiales. Entonces salí yo y dije: -Matadme a mí. Pero no querían matarme y les gané la partida. Luego formaron con los fusiles y solo se marchó uno, que se llamaba Emilio Galera (piloto, ametrallador y bombardero). Me alegré mucho, porque era muy rojo, y dentro, con su propaganda, hubiera hecho mucho daño. Yo me dije: -Al enemigo que huye, puente de plata.

Ya no hubo el menor problema, hasta que alguien dijo que había pasado algo en el aeródromo y vino un juez de Galicia. Procesó a unos cuantos suboficiales y a dos oficiales, que no habían hecho más que no querer sumarse al movimiento, aunque luego, de hecho, se sumaron. Esto es importante, porque nos olvidamos de que los sublevados éramos nosotros, ¡no ellos![3]

A los suboficiales les dieron penas muy fuertes y a los dos oficiales los condenaron a muerte. Yo no podía aceptar eso. Me fui a ver al general Mola, al que conocía mucho porque había estado con él en los Regulares, y él me quería mucho. De rodillas le pedí que no mataran a esos dos oficiales. Y los perdonó. Uno de ellos vive todavía.

<<<<  Avión Bf-109E de la Legión Cóndor en el aeródromo de León-Virgen del Camino

Yo no conspiré contra nada, en absoluto. Los demás oficiales quizás lo supieran (del complot para alzarse), pero yo no... Yo me sublevé al grito de ¡Viva la República! Es más, aquella noche vino una señora de León para decirme que quitara la bandera republicana que estaba puesta y que izara la enseña rojigualda. Yo me negué. Entonces llamé a Burgos al general Mola, con quien tenía confianza, y le conté lo que había pasado. Me dijo que había hecho bien, pero a las pocas horas me volvió a llamar él, para decirme que, efectivamente, quitara la bandera republicana. Pero el alzamiento no fue contra la República, sino contra aquel Gobierno, contra aquellos que querían desestabilizar a España, contra el comunismo. De hecho yo fui testigo de cómo el general Mola le dijo a Don Juan de Borbón en Aranda de Duero que se marchara, porque no quería dar la impresión de que este era un movimiento a favor de la monarquía otra vez...., aunque luego ha venido”.

Afirma el investigador Rafael de Madariaga (capitán de Aviación) en la fuente citada que los sucesos en el aeródromo de León durante los primeros y decisivos días de la guerra fueron tan confusos como en el resto de las ciudades y acuartelamientos militares aquellas jornadas. En este caso, tanto los mandos militares del Regimiento de Infantería Burgos 36, como el jefe del aeródromo y del Grupo de Reconocimiento 21 (este con una calculada indecisión), trataron, con éxito final, de desviar la atención y hacer retroceder hacia Asturias o avanzar hacia Madrid a las fuerzas revolucionarias que amenazaban con permanecer en León y en el campo de aviación (cuya dotación de efectivos y aparatos es también imprecisa, contando el Grupo 21 que albergaba –según este autor- con unos 17 aviones y algunos agregados en el Grupo 23 de Logroño).

Las añagazas, fintas e iniciativas tomadas por ambos jefes, apoyados por la mayoría de los demás jefes y oficiales de la base y acuartelamientos de León, así como la falta de decisión o de liderazgo de los pocos oficiales, suboficiales y tropa que habían secundado un apoyo leal y decidido a las fuerzas de la República, completaron finalmente la posesión de la ciudad y de los establecimientos militares en manos de los rebeldes.

Es de destacar que la postura del comandante de la base aérea, Julián Rubio, fue durante días objeto de la mayor preocupación para los conspiradores de Aviación, que le presionaban continuamente. También ha habido las mayores especulaciones en estudios posteriores, acerca de la importante decisión de ponerse de parte de los insurrectos, teniendo en cuenta que según su propia versión de los hechos, a pesar de ser amigo personal de Mola, no había participado en los contactos previos entre los conjurados, y la mayor parte de los gubernamentales lo consideraban como republicano convencido. Toda la demora en manifestar su inclinación final pareció deberse exclusivamente a una estratagema bien planeada, que al final triunfó plenamente.

En la noche del 17 al 18 de julio llegaron las primeras noticias del alzamiento del Ejército de África. El 18 se está a la expectativa en León, pero el día 19 la ciudad es invadida por los mineros de Mieres y Langreo, que establecen su cuartel general en el Bar Central de la Plaza de Santo Domingo. El mismo 19 de julio, el comandante Julián Rubio recibía en la base aérea la visita del general Juan José García Gómez-Caminero, que le impulsaba a entregar fusiles a los mineros, al tiempo que se congratula de que León se mantenga afecto a la República. Julián Rubio consiguió alejar cualquier sospecha y al mismo tiempo persistió firme en la necesidad de su armamento para la defensa del aeródromo. El capitán de Aviación Vicente Eyaralar Almazán fue comisionado para recoger a primera hora del día siguiente en el Hotel Oliden y llevar volando a Madrid al general Gómez-Caminero (“que había interpretado el silencio del Ejército como señal de lealtad a la República”, se dirá en la Historia de la Cruzada, tratando de encubrir el engaño, la felonía y el perjurio de los sublevados).

Julián Rubio con Vicente Eyaralar se traslada el sábado 19 al Gobierno Militar (en la avenida Padre Isla, unos metros más allá del surtidor de gasolina de Auto Salón, propiedad de Pallarés), donde el general Bosch recibe la seguridad de contar con el aeródromo, pero su jefe le pide paciencia hasta que los mineros se alejen de León. En la mañana del 20 de julio hay cierta inquietud en la base, observándose reuniones de los suboficiales revolucionarios, que habían previamente distribuido los servicios del día entre sus adeptos. El comandante Rubio envió a los capitanes (ambos pilotos observadores) Ricardo Conejos Manet y Manuel Bazán Buitrago a León, para mantener nuevos contactos con la Comandancia Militar. Regresan poco después con la noticia de la decisión por parte de la guarnición de la ciudad de sublevarse y la petición de que sobrevuelen la ciudad algunos aviones para apoyar la declaración del estado de sitio.

Aeródromo de León. Restos de avión Heinkel accidentado. Fotografía tomada por soldado alemán de la Legión Cóndor

Al reunir en ese momento a los suboficiales, algunos de ellos se manifiestan en contra de unirse al golpe militar, aunque Julián Rubio les ofrece algo de tiempo para reflexionar. Se produce una escaramuza en la cual llega a peligrar la vida de algunos oficiales como los tenientes pilotos observadores Javier Murcia Rubio y Enrique Cárdenas Rodríguez, ante la actitud decidida del sargento Emilio Galera y de un grupo de tropa, que cerca al teniente Luis Polo Polo (piloto bombardero que debió de mantenerse leal, pues será después preso en San Marcos). Finalmente el comandante Rubio con su postura decidida consigue dominar el incipiente motín, con el apoyo de la 3ª Compañía del Regimiento Burgos 36 de León, al mando del capitán Antonio Cosido, que llegó desde la capital en tres o cuatro camionetas. Los grupos que se oponían a la sedición se dispersaron hacia la vaguada norte del aeródromo y los principales opositores, los pilotos bombarderos sargentos Emilio Galera y José Cuartero[4] y el cabo mecánico Leandro Orive Cantera huyeron a Portugal en uno de los aviones.

La firmeza con la que se había procedido a mediodía del 20 de julio dio su fruto, y terminó con una hora de fuertes enfrentamientos, quedando definitivamente en poder de los sublevados el aeródromo leonés (adelantándose en un par de horas al levantamiento de las fuerzas militares de la capital). Parte de la 3ª Compañía de Infantería permaneció unas horas más en la base aérea para garantizar el orden si fuera necesario. El sobrevuelo de aviones en León fue luego decisivo para la rendición de las autoridades republicanas de la ciudad, que a partir de la tarde de aquel día quedaba sometida al general Carlos Bosch y Bosch, el coronel Vicente Lafuente Lafuente-Baletzena y el comandante Julián Rubio Lopez, que habían actuado con gran prudencia y decisión.

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[1] Seguimos en este apartado lo expuesto por Madariaga Fernández, Rafael de, en “El aeródromo de León”. Revista Aeroplano, nº 18. Año 2000.

[2] En realidad, estaba destinado desde el 6 de abril de 1936 como jefe de las Fuerzas Aéreas de Marruecos y al mando del campo de aviación Sania Ramel de Tetuán, después de ser amnistiado y rehabilitado tras el triunfo electoral en febrero del Frente Popular. Por su pasividad en el aeródromo leonés en octubre de 1934 fue cesado el día 7 del mismo mes, trasladado a Madrid primero, y luego pasado a la situación de disponible gubernativo en la 8ª División Orgánica, sumariado y condenado a pena de muerte después conmutada. Resistió en la madrugada del 18 de julio con otros 25 leales a los sublevados en la base que mandaba, y, derrotado, el 4 de agosto sería ajusticiado acusado de traición.

[3] “El comandante Julián Rubio López consiguió sumar el aeródromo al Alzamiento, pese a ser un reducto de izquierdismo, avanzando sobre su tropa insumisa, ordenando y exigiendo con arrojo: -Canallas, cobardes, estáis deshonrando el uniforme. ¡A formar inmediatamente y con toda corrección! Así el aeródromo y León se sumaron a la Causa de España” (había escrito Joaquín Arrarás en 1939).

[4] Los tres volverían desde allí para luchar por la República. Emilio Galera Macías, natural de Jaén, actuando en todos los frentes durante la guerra que ahora comenzaba. A su término pasó a Francia y de allí a Inglaterra, donde fue piloto de la británica RAF en la II Guerra Mundial. Casado con Delia de la Puente de la Infiesta, de la que tuvo un hijo, detenido y encarcelado junto con su madre como rehenes desde finales de octubre en San Marcos. Desde 1976 visitaba con frecuencia a su familia en León. El matrimonio falleció en 1986 en Inglaterra. José Cuartero Pozo (también se apresó a su esposa, Carmen Díez González) murió como capitán el 12 de marzo de 1937 en la batalla de Guadalajara al explotar en el despegue las bombas del avión ruso que pilotaba. Leandro Orive sobrevivió a la guerra, falleciendo al inicio de los años 80.

 


El golpe militar de julio de 1936 en Astorga.

En la localidad de Villagatón, cercana a Astorga, se presentaba en los primeros días de "los sucesos de julio" una camioneta procedente de Torre del Bierzo con gentes que buscaban víveres y hombres que sumar a la sofocación del movimiento rebelde contra el legítimo Gobierno de Madrid, y los auxilió activamente, animando a los vecinos a colaborar y a que entregasen alimentos, el maestro del pueblo, Veremundo Núñez Álvarez, de Unión Republicana (de 27 años, casado, sería después depurado y represaliado, condenado a 20 años de prisión en los penales de Pamplona –Fuerte de San Cristóbal- y Orduña), que "en compañía de un chico de Astorga, moreno y vestido de negro, había dirigido allí la propaganda de la izquierda en las pasadas elecciones generales de febrero", declara un año más tarde el labrador del mismo pueblo Porfirio González Fernández (de 23 años, casado), detenido y encausado con otros en el Sumario 65/37. En la misma causa se recoge la declaración como testigo, el 10 de abril, del médico de Brañuelas, Cándido García Arias (de 42 años, soltero), afirmando que en aquella campaña electoral dio mítines por los pueblos del término el citado maestro, "acompañado en Los Barrios de Nistoso por el Porfirio González, y en otros lugares y ocasiones por dos comunistas, de Torre uno y de Ponferrada el otro", además de acompañarlo otras veces los señores Ramiro Armesto, de León, e Ildefonso Cortés, de Astorga. Once paseados aparecerían en los primeros meses de la guerra en los campos del municipio minero de Villagatón, de pasadas querencias izquierdistas. También se paseó al maestro de Valdespino de Somoza Diego García Román (de 48 años, casado, natural de Tabuyo del Monte) el 7 de octubre de 1936 en Roperuelos del Páramo, en una cuneta de la carretera de Valderas.

En la tarde del sábado 18 de julio de 1936, como preparación para la bendición de la bandera de la Juventud Masculina de Acción Católica de Puerta de Rey del día siguiente (de la que era madrina la joven Anunciación Abella, una de las hijas de la viuda dueña del Hotel Iberia), hubo en Astorga diversos actos religiosos: sabatina, exposición, y bendición con el Santísimo. Estaba previsto celebrar el domingo 19 una misa dialogada a las ocho de la mañana y otra solemne a las diez con la consagración del estandarte por el Vicario General de la diócesis. El presidente de la pía asociación había recibido aviso de presentarse al alcalde, y al acabar los cultos del sábado fue al Ayuntamiento, prohibiendo el regidor los actos ya dispuestos para la jornada siguiente en la Casa Social Católica a las seis de la tarde.

Al conocerse en la ciudad maragata la declaración del estado de guerra en las plazas de África el día 17 y en algunas de la península el siguiente, los elementos adictos al Frente Popular se armaron y establecieron servicios de guardia, patrulla y vigilancia en los sitios estratégicos y en las cercanías del cuartel de la Guardia Civil, y reunidos en el Consistorio el 18 de julio por la noche, después de que por teléfono recibiera el alcalde orden del gobernador civil de defender por todos los medios la República, toman el acuerdo de requisar las armas existentes tanto en los domicilios particulares como en los establecimientos –armerías- de la localidad (afirmará el fiscal en el consejo de guerra sumarísimo que el 3 de febrero de 1937 juzga en el Cuartel de Santocildes a los 19 procesados en la Causa 427/36, como pieza separada de la 241/36 que se incoa contra 47 astorganos), además de incautarse de cuantos medios de transporte hubiera en la ciudad, como se hizo con los coches propiedad de Marcelino del Palacio Rodríguez. Los jefes militares de la Plaza de Astorga, llamados por el alcalde Miguel Carro Verdejo (de 42 años, soltero, empleado de Correos) comparecieron en el Ayuntamiento y bajo palabra de honor le aseguraron que no se iban a sublevar contra el Gobierno, al que eran leales (según aseguró el regidor, en capilla, poco antes de ser ejecutado a las cinco y media de la madrugada del 16 de agosto, a sus hermanas y primos, José y Miguel Carro Fernández, presos también estos, a todos los cuales se les permitió despedirse de él antes de ponerlo frente al pelotón de fusilamiento; hasta dos veces más le aseguraron por teléfono aquellos días mantener su juramento de fidelidad a la República).

En la Casa Consistorial también se presentaron entonces espontáneamente algunos, como Juan Bautista Galisteo Ortiz (natural de Carcabuey, era desde 1921 encargado en el taller de Gráficas Ortiz, con cuyo dueño –José Ortiz Sicilia- compartía los mismos orígenes cordobeses), "dispuesto a defenderla contra los fascistas si era necesario, al que se facilitaría una pistola" –que escondía en aquel taller más tarde, y en el que la policía luego la encontraba-, o Antonio Guijarro Alonso (de 25 años, soltero, albañil, socialista), a quien entregaron una escopeta con la que anduvo vigilando por la calle hasta el día 19. El viernes 17 por la tarde el médico Ildefonso Cortés Rivas, personado ya el día antes en el Consistorio para ponerse a disposición de la alcaldía, hacía traer allí la radio de su casa, transcribiendo las noticias que por la misma se emitían y colocándolas en pasquines en sus puertas para que el pueblo estuviera al corriente de las disposiciones del Gobierno.

Sobre las diez de la noche de aquel 18 de julio llegaba a Astorga en automóvil procedente de Santa Colomba de Somoza Frutos Martínez Juárez, derechista que había formado parte de los detenidos en la prisión astorgana a la mitad del pasado mes de abril, uno de los hermanos del sacerdote y diputado por la CEDA Pedro Martínez Juárez, parando en las inmediaciones del Café Central, en cuyo punto se le acercó un grupo de siete u ocho individuos armados "que decían que se registraba su coche, o se quemaba". Ocultó el cacheado la pistola que llevaba, de su propiedad y con licencia y guía, bajo un asiento del vehículo, y lo mismo hizo el obrero Isaías Natal Domínguez (que al parecer lo acompañaba), y pretextando tomar café abandonaron el auto en tanto el grupo emprendía su registro –y en el mismo hallaban dos o tres pistolas, que depositan en el Ayuntamiento-, dirigiéndose al Bar Abella (en la plaza de Santocildes), desde donde por las calles y ocultándose se encaminó a la carretera Astorga-León, refugiándose en la casa de un tal Cuervo[a], haciendo tiempo hasta la llegada del tren expreso de Galicia, caminando entonces hasta la estación, en la que fue de nuevo detenido por otros siete u ocho hombres (no conoció a ninguno de ellos, de los que uno portaba tercerola y los demás pistola) que le preguntaron "si era el que había venido de Santa Colomba", y como les respondió que no lo era lo dejaron seguir, tomando el tren hacia Veguellina de Órbigo, peripecia que contará cuando el 6 de octubre declare como testigo en el Sumario 684/36 instruido por los sucesos de aquellos días en la villa ribereña.

Arribaba también con sus dos acompañantes a la ciudad maragata aquella noche, desde Lugo y siguiendo el recorrido que lo había llevado antes a Orense, el general inspector García Gómez-Caminero, quien desde allí y por telégrafo, además de dirigirse al comandante militar de León ordenándole la entrega de armamento a la expedición de mineros asturianos ya en camino, escribía al ministerio de la Guerra que lo enviara en aquella fallida misión de asegurar las lealtades militares en las tres Divisiones a su cargo: "Acabo de llegar a Astorga. Me propongo visitar la guarnición mañana. 19 continuaré a León. Aguardo órdenes". Así lo haría, saliendo para la capital al día siguiente, después de revistar en el Cuartel de Santocildes a las tropas, y de que el regidor lo informara personalmente de la situación en la ciudad y de las medidas que en defensa del régimen y del orden público había adoptado en ella.

El alcalde, "como delegado de Orden Público durante el estado de alarma" prorrogado de nuevo una semana antes, ordenó por escrito al inspector jefe de la Comisaría de Investigación y Vigilancia Santiago Calvo González requisar las armas disponibles en la población (después de recibir sobre la medianoche del día 18 del gobernador civil orden de hacerlo[b]), incautación que se realizó por varios policías, siempre con entrega de recibo y según su exclusivo criterio, y que presenciaron algunos paisanos que los acompañaban, como el citado José Carro Fernández, Rafael Fuertes Martínez, Juan Prieto Panizo, y Pablo del Palacio Mosquera ("como testigos, o vigilándolos, acaso por la desconfianza de los elementos izquierdistas dirigentes en la actuación de éstos", afirmarán los abogados defensores, en una exculpación no pedida del proceder de los agentes policiales astorganos). Las armas requisadas se guardaron bajo llave en el salón de sesiones del Ayuntamiento, a excepción de algunas escopetas de las retiradas a particulares, que se proporcionaron también bajo recibo a los izquierdistas integrantes de las patrullas, gestionado y escriturado todo ello por el empleado municipal Euquerio Cansado Cansado, seguramente con la ayuda de Jesusa Carro, la hermana del regidor, y algunos otros.

También por orden del alcalde "se dejó de trabajar" aquellas fechas, declara el testigo Luis Nistal Alonso (afirma otro que se trabajó todos los días en la estación de la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste), y testifica Manuel Miranda (del Teatro Gullón) que "antes de los sucesos del día 20 –tampoco se trabajó aquel día- la vida en la ciudad era normal", y que "no tiene conocimiento de que anteriormente a aquellos se hayan cometido otros desmanes más que la detención de elementos derechistas", añadiendo que "se enteró más tarde de que, al parecer, existía el propósito de ejecutar a todos los detenidos de derechas, pero que no puede asegurar si era cierto". Falsedad que como la de las listas negras[c] (tampoco se probó nunca que existiera en León la que según acusaba ante los sediciosos el abogado Enrique Gómez Argüello se habría elaborado en los talleres del diario socialista La Democracia) o el previsto golpe de Estado comunista para el 29 de julio (según el 16 de agosto dirá Mola) ya está operando cuando en febrero de 1937 deponen los testigos como justificación de la sublevación anticipada y preventiva de los rebeldes, que bien pronto falsificarían documentos en su esfuerzo por probar que se había programado una toma comunista del poder para el mes de agosto (al parecer las fechas prevenidas eran varias), lo que resultaba ser una absoluta falacia[d], como muestra la opinión del conspirador monárquico Pedro Sainz Rodríguez manifestando a primeros de mayo en una carta: "cada semana que pasa creo más difícil la revolución de tipo soviético", y que el 11 de julio (dos días antes de su asesinato), entrevistado por un periodista argentino, opinara Calvo Sotelo que "existía menor riesgo de que se produjese otra insurrección izquierdista que el habido el pasado febrero", y ciertamente, ninguno de los partidos revolucionarios planeaba semejante situación en un futuro inmediato, ni existió plan concreto izquierdista alguno para apoderarse del Gobierno y convertir España en colonia de Rusia (que hasta primeros de septiembre no contará aquí con embajada[e]), además de que, contra lo que alguien como Winston S. Churchill afirmará después en sus Memorias, si los comunistas –cuatro gatos- y los anarquistas –un verdadero desorden- estuviesen planeando sus revoluciones, no habrían sido sorprendidos, desarmados y sin preparación, por el alzamiento militar [Blanco, Santiago1977: 270].

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[a] Una de las once mujeres astorganas multadas con 50 pesetas a mediados de mayo por dar gritos subversivos celebrando la excarcelación de sus hijos fascistas había sido Sabina Cuervo, y María Andrés Cuervo una de las 34 jóvenes que lo habían sido en julio de 1932 por gritar a favor de la Monarquía y contra la República.

[b]En virtud de orden gubernativa y a los efectos de poder defender la República, amenazada gravemente en estos momentos por elementos facciosos, tanto ante la probabilidad de que puedan necesitarse y para poder hacer uso de ellas en el momento oportuno, como para evitar el peligro de un posible asalto a su establecimiento de tales elementos”, se dice en los oficios del alcalde que ordenan el 19 de julio la requisa de armamento y municiones en las dos armerías de la ciudad.

[c] Se dijo que “encabezaban la lista de los que iban a ser asesinados por los rojos el obispo, los de Gullón, y la familia de Romero, el oficial de la Marina”, Se trataba de Manuel Romero Barrero, gaditano esposado con la astorgana Victorina Miguélez de la Torre, de paso aquellos días en Astorga, llegado con su mujer e hijos el 13 de julio de Madrid camino de Vigo, donde después sería comandante naval (Isla, Lala. Las rendijas de la desmemoria. León. Ediciones del Lobo Sapiens. 2018).

[d] Los “documentos secretos comunistas” formaron parte de la trama golpista, destinados a sembrar el temor y la indignación en ambientes derechistas y militares, en los que circularon copias con profusión desde mayo de 1936, hasta el punto de que el diario socialista Claridad los publicó el 20 de aquel mes para ridiculizarlos. Después, en agosto de 1936 y julio de 1937, el conservador y profascista cardenal Gomá recogió algunos fragmentos de ellos en su Informe acerca del levantamiento cívico-militar de España en julio de 1936 y en la Carta colectiva del episcopado español a los obispos de todo el mundo, y en el primero además la mentira de que “según tales documentos, en poder de los insurgentes, el 20 de julio debía estallar el movimiento comunista” [Casanova, Julián 2013]. Las justificaciones del golpe militar fueron previas al mismo, se robustecieron durante la guerra, se explayaron desde los años cuarenta, y se incrustaron en la mente de los niños y los bachilleres, asegurando su perdurabilidad en ciertos sectores sociales hasta hoy (asegura el historiador Ángel Viñas en su blog el 15-03-2016).

[e] [Payne, Stanley 2006: 196, 207, 213]. Cámara, Manuel de la. “Las relaciones entre España y la Federación Rusa”. Anuario Internacional CIDOB 2010. p. 451. Ni antes, ni durante, ni al final de la contienda se pretendió desde la Unión Soviética el control militar, económico o político de la República española, según se muestra, irrefutablemente, en Puigsech Farràs, Josep. Falsa leyenda del Kremlin. El consulado y la URSS en la Guerra Civil española. Madrid. Biblioteca Nueva. 2014, así como en [Viñas, Ángel ed. 2012]. La guerra española sorprendió a los rusos, que no estaban preparados para ella, y llegó en mal momento para las alianzas nacionales de su política exterior, según el diario secreto de su embajador en Londres entre 1932 y 1943 que ahora se publica (Mariñosa, Héctor. “La guerra civil que sorprendió a la URSS”. Diario de León. Filandón. 29-10-2017).


Julio de 1936. La defensa de la República en El Bierzo.

En Cacabelos.

 Regresado del Bierzo el gobernador civil el viernes 17 de julio por la noche, Ramiro Armesto Armesto, que lo había acompañado (con su esposa, Sofía Pérez, y el Delegado de Trabajo), tras haber pasado el sábado con su família política en Sobrado, ya de vuelta a León hacía a media mañana del domingo 19 una parada con su mujer en Cacabelos, y al subir a los altos de la villa ordenaba a los afiliados del Frente Popular de la misma y los pueblos cercanos su movilización para sofocar el movimiento militar, de cuya extensión continuaban llegando noticias también por aquellas latitudes. Después, en el Ayuntamiento, ante un grupo de unos veinte hombres, quedando otro fuera, acompañado por José Núñez y José Arias daba a los frentepopulistas orden de prepararse contra la sublevación iniciada, armarse y tomar toda clase de medidas, “porque estamos en peligro y es este un asunto muy grave”, saliendo a continuación los que lo escuchaban camino de Fabero y Toral de los Vados, pueblo al que el presidente de la Diputación llamaba por teléfono, además de a Villafranca y Ponferrada, ordenando que los marxistas se echaran a las calles contra el Ejército, y mandando luego en un coche gente a Fabero y Vega de Espinaredo. En la noche de aquel día y al amanecer del siguiente, lunes 20, salía un numeroso grupo de elementos rojos de la localidad y sus aledañas camino de Ponferrada “para combatir a la Guardia Civil allí concentrada” (se afirma el 21 de septiembre[1] en el Sumario 794/36, aunque en realidad por el momento se trataba tan solo de reunirse en la ciudad, como lo estaban haciendo republicanos e izquierdistas de toda la región).  

El alcalde, Ricardo Basante Arias (nacido en 1889, labrador, condenado por rebelión a 12 años de encierro, en la Prisión Central de Burgos), el destacado socialista y médico Genadio Núñez Antón (de la Asistencia Pública Domiciliaria, de 48 años, separado definitivamente del servicio en julio de 1937, sufriría igual pena que el regidor, él en la Prisión Central-Cuartel de Santocildes de Astorga), su hijo José Núñez Pérez (de 26 años, condenado a muerte, sería fusilado en Villafranca el 21 de septiembre), el también médico Jesús Marote Diaz (nacido en 1909, estudiante en Valladolid y licenciado en Madrid en 1935, terminaría exiliado en Argentina), reputado junto al anterior como jefes de la agrupación comunista, José Arias Vázquez, secretario de la misma y miembro del Socorro Rojo Internacional, asumieron el 20 de julio la resistencia al Ejército, reuniéndose en el salón del Consistorio, dando instrucciones a la gente armada que andaba por las calles y que pasaba con frecuencia por la sala de sesiones de registrar las casas de los vecinos de derechas para retirarles las armas y con ellas armar a las milicias marxistas, y actuando de enlaces con Ponferrada. También “se requisaron automóviles y se firmaron vales de gasolina para el servicio de la revolución” (se dirá en la sentencia del Sumario).

 Daba el regidor (“al que culpaban los demás de negligencia por no haber evitado el que se colgara días antes una bandera monárquica en el balcón del Ayuntamiento, marginándolo por ello de las decisiones adoptadas”), después de negarse primero ante las presiones que para ello le hace José Núñez, por la tarde un bando que obligaba a la entrega del armamento que se poseyera, ocupándose de recogerlo grupos armados con brazaletes rojos dirigidos por José Núñez que lo depositaban en la Secretaría del Ayuntamiento, ordenando el alcalde que permaneciera allí sin que nadie lo tomara, aunque lo cogieron al poco los que iban y venían por la Casa Consistorial, desde la que a menudo hablaban entonces con Ponferrada usando claves y contraseñas, lo que también hacía el martes 21 por la mañana Jacinto Rueda Pérez, dirigente minero de Fabero, para preguntar por dónde había de entrar allí con la gente armada que lo acompañaba.

<<<< Antiguo cuartel de la Guardia Civil en Ponferrada

Ya en la tarde del día 20, en el auto de don Genadio se hicieron varios viajes a Ponferrada, turnándose en ellos el dueño del coche, su hijo, el secretario municipal (José Santiago Fernández, representante de Unión Republicana en el Frente Popular local[2]), el doctor Jesús Marote, y José Arias –este esgrimiendo una pistola-, y en la noche del mismo día al 21 también se desplazó un grupo armado en una camioneta. Se apeaban a sus regresos frente al Consistorio, y allí acudían los individuos armados y con brazalete que patrullaban y hacían guardia por las calles para conocer de las contingencias de la lucha entablada en la ciudad entre guardias civiles y mineros, comentando sobre las dos de la madrugada del martes que “de no tomarse pronto el cuartel habría que huir enseguida”, tras lo que, una hora o dos más tarde una camioneta de José Palacios cargaba gasolina y con quince o veinte elementos armados salía de Cacabelos para sumarse en la cercana ciudad al combate contra la Benemérita. Cuando a las doce de la mañana del martes 21 de julio el escribiente Antonio Costero (que con Manuel Luna testifica sobre aquellos hechos y sus protagonistas) vuelve al Ayuntamiento, ya habían escapado todos ellos. 

No tardaban en presentarse en la localidad las fuerzas que, mandadas por el comandante Manso, desde Lugo marchaban sobre Ponferrada, y cuando tras ocuparla sin que nadie se opusiera retoman el camino para conquistar la capital del Bierzo y librarla de los mineros que aún combaten contra la cercada Benemérita, a su salida tienen un enfrentamiento con un grupo de mineros cenetistas de Fabero –“a los que se tomó un camión de dinamita, armamento y municiones y se les hizo cuatro bajas”- encabezados por Lorenzo García Silva (de 30 años, apresado y fusilado en León el 13 de agosto) y el maestro Jacinto Rueda Pérez, responsable este de su Comité de Defensa, quien, fracasado el intento de oponerse a los sediciosos, y capturado por ellos, logrará zafarse y huir a Asturias por el monte (también escaparía al final de la guerra del Campo de Concentración de Albatera, para terminar falleciendo en octubre de 1947 en el hospital de San Antonio Abad de León, en cuya Prisión Provincial estaba preso desde dos años antes). 

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[1] Por el escribiente Antonio Costero Vázquez y el empleado municipal Manuel Luna González (de 37 años, casado), ambos derechistas, de quienes proceden en el Sumario al que se alude las acusaciones y el relato que sigue. En acta notarial extendida el 9 de octubre niega tales extremos Julia Pardiñas Sala, hija del general Pardiñas, que junto con el conductor del coche, José Núñez, acompañaba a Ramiro Armesto y su esposa desde Cacabelos, afirmando “no saber entonces todavía nada del alzamiento, no haber realizado allí acto político alguno, ni haber visto a los mineros”. El automóvil sería el del padre del chofer, Genadio Núñez, con el que debió de regresar a aquella villa el mismo día 19.

[2] Del que formaban además parte Baldomero López Costero, Joaquín Martínez López, César Sánchez Chicarro, y Benito Carballo Pérez. A los tres anteriores, a ellos, y a 15 vecinos más de Cacabelos entonces en ignorado paradero (entre los que se cuenta una mujer: Hortensia Castaño Chicarro) los emplazaba por requisitoria del 28 de diciembre de 1936 el juez militar de Ponferrada, Carlos Álvarez Martínez, a comparecer en la Comandancia Militar, encausados todos por rebelión (BOPL de 8 de enero de 1937).  


20 de julio de 1936. Se alza Valencia de Don Juan. 

El 18 de febrero de 1937, cuando los sublevados ejecutan una especie de segunda vuelta o repesca en la represión, que recuperan para aplicársela a muchos de quienes a duras penas habían conseguido ir sorteándola hasta entonces, en Coyanza (así se nombrará también desde 1939 la villa, en la que no hubo en los anteriores años republicanos serios conflictos ni estridencias graves[1]) el guardia civil primero Primitivo Calzada Rodríguez, de la tercera compañía de la Comandancia de la Benemérita de León, encargado del puesto de la localidad, recibe del delegado gubernativo de Valencia de Don Juan una relación de individuos de izquierda que ejercieron cargos en la Comisión Gestora municipal frentepopulista unos, y fueron otros significados propagandistas de aquella ideología y del Frente Popular “antes del Movimiento Salvador de España”, a los que debe de apresar e interrogar, iniciando con ello el atestado y las diligencias que darán lugar al Sumario 231/37. Se acompaña para ello en la tarde de aquel día por los guardias segundos Ángel Sánchez del Amo (apodado “Angelote” por su corpulencia, empleado además de acomodador en el Cine), Serapio Ruano Barrientos (que vivía en la plaza de toros), Joaquín Rodríguez Pérez, Antonio Artigues Montserrat, y el corneta Argimiro Astorga Núñez (conocido por “Guerrilla”), y detienen entre todos a Justo Ortega Casado, de 48 años, de oficio chocolatero, natural de Villamañán y vecino de Valencia de Don Juan, casado, gestor en el Ayuntamiento (segundo teniente de alcalde) y vocal en el Frente Popular local “durante los primeros siete u ocho meses desde su constitución y “después solamente socio del mismo” hasta la sublevación militar, contra la que no realizó –dice- actuación alguna.

Había habido en la primera semana de julio de 1936 rumores sobre la huelga que proyectaban realizar los jornaleros del campo coyantinos, y antes de que el levantamiento se materializara en la población, su alcalde hablaba el día 18 con el gobernador civil, solicitándole las noticias que él pudiera tener del movimiento iniciado el día anterior, y el domingo 19 dos coches se desplazaban de Coyanza buscando armas en León, que no debieron de conseguir, o que, al menos allí no llegaron (declararía Antonio García Pérez, joven vecino socialista en el Sumario 120/36).

Tampoco participó en ninguna actividad contraria al movimiento nacional, según su declaración, Francisco Pérez Gallego, de 27 años, casado, albañil, natural y vecino de la villa, gestor municipal y perteneciente al Centro Obrero socialista, al que se detuvo y se interrogó a continuación. Fue también detenido e interrogado Urbano Mayo Andrés, de 29 años, soltero, nacido y domiciliado en el lugar, afiliado a Izquierda Republicana, quien manifiesta haber acompañado cuando la campaña electoral de febrero a Fidel Blanco Castilla (inspector de Primera Enseñanza después depurado, representante de Gabriel Franco López –y astorgano como él-, que resultaría elegido diputado a Cortes por aquella formación en la provincia; el docente, candidato en noviembre de 1933, no obtuvo en aquellos comicios ningún voto) en visitas de propaganda a varios pueblos del partido, y que “fue segundo gestor municipal (primer teniente de alcalde) hasta su renuncia dos meses antes de que estallara el alzamiento, sin que volviera más por el Consistorio hasta el día en que del mismo se hizo cargo el señor capitán, en que firmó él allí un acta de ingreso como secretario interino”.

José Barrientos Martínez (“Macareno”), uno de los primeros asesinados por los rebeldes en la zona   >>>

Se refería en su deposición al capitán de la Guardia Civil Arturo Marzal Macedo[2], conjurado con falangistas locales para hacerse con el control de la villa una vez sublevados, lo que realizaron pasada la media tarde del 20 de julio de 1936, (seguramente después de que en ella se hallaran ya todos o parte de los guardias que allí recalan camino de ser concentrados en León, incluidos los de los puestos de Gusendos de los Oteros, Palanquinos, Villaquejida, Matallana de Valmadrigal, Valdevimbre, Valderas y Villamañán, dependientes del cabecera de la tercera compañía de Coyanza), apoderándose de la estación del Ferrocarril Estratégico (la del “tren burra” de vía estrecha que circulaba de Medina de Rioseco a Palanquinos) y de las instalaciones telegráficas y telefónicas, proclamando a continuación el estado de guerra y difundiendo un bando en el que se dispone sean entregadas en el cuartel de la Benemérita (sito entonces frente al Colegio de los Agustinos) todas las armas de fuego en manos de la población civil, y desatendiendo, por cierto, la orden que su superior, el jefe de la Comandancia de León, teniente coronel Santiago Alonso Muñoz, le había dado al menos en la tarde del día anterior por teléfono –como a todos los demás responsables de los puestos provinciales- de “defender la causa del Gobierno de Madrid hasta perder la última gota de su sangre”[3], la misma que debió de cursar a las restantes cabeceras de compañía (la segunda de León y la primera de Ponferrada) y de línea de la provincia.

 Le ordenó además entonces el teniente coronel detener a un cura de Valderas que había dado muerte a un individuo del Frente Popular de aquella villa al repeler una agresión que allí tuvo lugar (el apodado “Sabas” era el muerto, y Leandro Casado el sacerdote), y que el sargento del puesto valderense se pusiera incondicionalmente a las órdenes del alcalde, aunque él, desobedeciéndolo, envió allí a dicho sargento con el previo mandato de que no realizara tal detención, excusándose en que el clérigo huyó a Valladolid, y de que hablara con el regidor, por pura fórmula, pero que, lejos de ponerse a su disposición, hiciera todo lo contrario, pues su deber era defender a España. Cumplió el sargento sus instrucciones con tan poca discreción que destituyó al alcalde, y al poco era llamado de nuevo el capitán Marzal por el jefe de la Comandancia, amonestándolo por lo hecho por aquel, ante lo que se disculpó como pudo achacándolo a un error. Reunió después, vista la actitud del responsable provincial, a los efectivos concentrados en la cabecera de la Tercera Compañía a su mando, acordando todos ellos que de transcurrir un día más sin que León se uniera al movimiento militar se retirarían a Valladolid (ya sublevada), lo que no fue preciso, pues más tarde –ya el 20 de julio por la tarde- recibió nueva orden de la Comandancia (dada por el mismo teniente coronel, depone en el Sumario 20/36) de esperar a la fuerza de La Bañeza, declarar el estado de guerra, designar un Ayuntamiento solo con elementos republicanos -incluidos los de Izquierda Republicana-, y retirarse a la capital.  

También se negó el capitán a requisar el armamento a los vecinos derechistas, no ejecutando las instrucciones que para hacerlo bien temprano le daban en la misma mañana del día 20 los delegados gubernativos Onofre Gerardo García García y Domingo Fernández Pereiro, llegados de León a la villa en coche conducido por un chofer y que tras entrevistarse en el Consistorio con él y con el alcalde (“al que transmiten el consejo del gobernador de que no se altere el orden público”, recomendándole no obstante que “en caso de necesidad habría de cortar las comunicaciones y lo que hiciera falta”) regresan a la capital en torno a las once, acompañados por el miembro de las Juventudes Socialistas locales Antonio García Pérez (sorprendido horas más tarde por la sublevación en el Gobierno Civil, apresado después, y fusilado el 4 de diciembre). Nada de particular ocurría aquí, les dijo el capitán Arturo Marzal a los delegados, excepto en Valderas, donde acababa de haber una refriega entre elementos civiles (militantes de la izquierda tiroteaban y herían levemente el día antes a Ponciano Pérez Alonso Jefe local de Falange), y allí –con su aquiescencia- iba a mandar un camión de guardias para restablecer el orden y detener a los participantes en ella, de cualquier filiación política que fueran (eran apresados y conducidos a Coyanza los izquierdistas Doroteo Toral Martínez y Florentino Álvarez García, acusados de la agresión al de Falange). Las organizaciones integrantes del Frente Popular local se declararon durante unas horas en huelga general, sin que se llegaran a producir incidentes de importancia. Aprovechando la presencia en la localidad de los abundantes guardias civiles agrupados, se iniciaba en la tarde del 20 de julio desde allí el aseguramiento para los sublevados de las poblaciones de la Tierra de Campos, por las que se despliegan dominándolas sin gran oposición por más que también en ellas las entidades de la izquierda política y obrera llamasen a un paro general que tampoco tendría mucho seguimiento, dirigiéndose los guardias a la capital después de conseguirlo. 

Según la narración que en 1948 hace el presbítero Teófilo García Fernández [343-345] de lo sucedido aquellos días, la vieja guardia de Falange, muy pequeña en número, y otras personas de orden de la villa, desde que llegan las primeras noticias del levantamiento en Marruecos se ponían en contacto con el capitán al mando de la Guardia Civil de la demarcación, quien tenía puesta su atención en la capital de la provincia sobre todo. Después, el día 20 a las dos y media de la tarde, por la radio nos enteramos de que la guarnición de León se ha alzado en armas, resonando desde la emisora leonesa los disparos de la fusilería y las explosiones de granadas de mano, y antes de una hora una alocución radiada comunica que tras una ligera resistencia ya vencida el Ejército es dueño de la ciudad y en patriótica arenga incita a los ciudadanos de la provincia a secundar con entusiasmo el movimiento salvador de España, lo que aquí hacen de inmediato los guardias civiles y los falangistas, a los que otros elementos de orden se unen enseguida. Unas parejas de la Guardia Civil se apoderan raudas de las comunicaciones, mientras otro pelotón de beneméritos recorre las calles de la villa proclamando el estado de guerra, a lo que sigue la recogida de toda clase de armas, que los vecinos se apresuran a entregar en el cuartel. Como protesta por la imposición de la ley marcial declararon la huelga general las organizaciones locales del Frente Popular. Afortunadamente se impuso la cordura y depusieron su actitud, sin que durante el día ni la noche se registrase incidente desagradable alguno.

Al día siguiente, a las once y media de la mañana, tras asesorarse de varios vecinos de orden (ya que apenas conoce a las gentes del pueblo por lo poco que lleva aquí destinado), entre ellos el jefe de Falange, Guillermo Garrido, cuyo consejo de nombrar la Corporación que había sido del partido de Gil Robles acepta, y “siguiendo órdenes del Gobierno provincial constituido en virtud del levantamiento militar”, en la Casa Consistorial el capitán Marzal destituye a la Comisión Gestora municipal frentepopulista que rige el Ayuntamiento desde el pasado 23 de marzo[4] y repone en su lugar a los concejales electos el 12 de abril de 1931 y entonces suspendidos (Pedro Martínez Zárate, Máximo G. Palacios, Ángel Medina, Martín Falcón, Delfín del Río Ortiz –alcalde en enero de 1937-, Horacio Alcón Pérez, Arsenio Falcón, y F. Miguélez), protestando por ello el alcalde-presidente de aquella, Clementino Díez González, “pues el Gobierno legítimamente constituido en virtud de las elecciones del pasado 16 de febrero continúa en este día en su cargo, sin que haya sido relevado por el Gobierno revolucionario” (aunque adoptó después una actitud de sumisión, se informará más tarde), consignaba en el acta el secretario municipal Tomás Garrido. Después, el mismo 21 de julio, por orden de la superioridad militar de León todos los guardias civiles concentrados en la villa salen al mando del capitán Arturo Marzal para la capital (ayudando más allá de Mansilla de las Mulas y cerca de Puente Castro a los mandados por los tenientes Felipe Romero y Valentín Devesa, de camino también para León, a repeler el ataque de un grupo de izquierdistas, dando a su llegada a la capital novedades al teniente coronel, “aunque se percató de que ya no era el jefe de la Comandancia”), encargándose de mantener el orden en Valencia de Don Juan las fuerzas de Falange reforzadas con otros elementos adictos al movimiento nacional. 

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[1] Según señalará en 1948 en su Historia de la villa de Valencia de Don Juan Teófilo García Fernández, capellán castrense, “combatiente en la Cruzada”, que formaría parte del aparato represor franquista, presidiendo como delegado provincial de Instrucción Pública la depuración del personal de enseñanza. Con la ayuda de 2.000 pesetas donadas por el Ayuntamiento coyantino en 1934 había iniciado aquella obra, y a mediados de octubre, cuando volvía a ser capellán del Regimiento Burgos 31 (ya lo era en 1930), entregaba las 750 correspondientes a 1936 “como óbolo para la causa de España, 500 para la suscripción del avión “León”, y las 250 restantes para que el Ayuntamiento compre lo necesario para la confección de calcetines para los soldados del frente” (“Ejemplo de patriotismo”. El Diario de León. 14-10-1936).

[2] Oriundo de Olivenza, en Badajoz, mandaría el 30 de julio la columna motorizada de falangistas y guardias civiles que tomaba Boñar, siendo ya a la mitad de agosto responsable del reclusorio leonés de San Marcos, “cuando ya casi no cabe allí un alma en pena más”.

[3] Así se recoge en el consejo de guerra en el que en León juzgan y condenan a muerte al teniente coronel el 17 de marzo de 1937. La consigna debió de transmitirse partiendo de las taxativas instrucciones enviadas desde la madrugada del 18 de julio por radio y télex por el general Pozas, inspector general del Cuerpo, de considerar facciosas las proclamas de los rebeldes y cumplir fielmente con sus deberes, a una Guardia Civil que en su mayor parte se mantendría aquellos días a la expectativa de lo que pudiera acontecer (de hecho, en Barcelona, por ejemplo, no se decidió a actuar hasta las dos de la tarde del día 19, cuando la situación ya se había decantado favorable a los leales [Beevor, 2005]). En León además era traída personalmente por el Jefe de la Comandancia Provincial, llegado de Madrid en la mañana del mismo 19 de julio para volver a hacerse cargo de su mando.

[4] De aquellos diez gestores, cuatro serían luego paseados: Urbano González Soto, Jesús Luengo Martínez (presidente del Sindicato de Oficios Varios), Marcelino Quintano Fernández, y el albañil Víctor Pérez Barrientos (presidente del Sindicato de Trabajadores de la Tierra; uno de los locales de su domicilio era la sede de la Casa del Pueblo, que él regentaba, y en ella además de celebrar reuniones se proyectaba cine y se hacían bailes). Presidía la Agrupación Socialista Fermín Criado, y era secretario de las Juventudes Socialistas Daniel Lera.


Julio de 1936. La sedición en Grajal de Campos[1] y en Sahagún.

 Los días anteriores a los del inicio de la rebelión militar habían sido un tanto agitados en Grajal de Campos: tomaba el Ayuntamiento el 14 de julio posesión del expropiado viejo cementerio católico (punto álgido de lo que en aplicación de la legalidad republicana había supuesto un enfrentamiento duro y reticente con el párroco), y se constituía la Junta de Reforma Agraria del municipio (obedeciendo al nuevo y efectivo impulso que a la misma venía dando el Gobierno del Frente Popular). Mediaba la Comisión Gestora municipal el día 15 en el conflicto laboral entre obreros del campo y patronos de la localidad en desacuerdo sobre las bases de trabajo presentadas por aquellos, y se formaba por fin y tras anteriores diferencias el Registro de Colocación Obrera y su oficina local. El 17 de julio prohibía la Gestora que salieran máquinas a segar sin dejar antes un tercio de lo cosechado para paliar el paro obrero local con la siega a mano (como ya habían acordado para la provincia Jurados Mixtos del Trabajo Rural en años anteriores), y este mismo viernes por la noche se supo en Grajal, por la radio del Centro Obrero, del alzamiento en África.

El sábado 18 se iban conociendo los detalles de la rebelión militar y su penetración y extensión en la península, y llegaron a la Comisión Gestora a través de la madrileña Unión Radio y del Centro Obrero de Sahagún las consignas de salir armados a la calle en defensa de la República. El día 19 de julio a las seis de la tarde el alcalde, Jacinto Pascual López, publicaba un bando en el que ordena la inmediata entrega en el Consistorio de todo el armamento en manos de particulares. Se trataba de 57 armas: 34 escopetas, 14 pistolas, 8 revólveres y un rifle, correspondientes a 42 propietarios (alguno poseía hasta cuatro de aquellas), todos ellos falangistas excepto tres conservadores y dos republicanos, además del médico y el coadjutor de la parroquia, que no militaban en Falange. De todo aquel arsenal depositado en el Ayuntamiento tan solo las escopetas se distribuyeron al iniciarse la noche entre jornaleros socialistas y republicanos de la Casa del Pueblo (la Sociedad de Obreros Agrícolas, que tenía allí su sede, también se había sumado a la declaración de huelga general), y con ellas hicieron hasta las dos de la madrugada guardias en torno a la villa, desde la Plaza Mayor hasta la estación del ferrocarril y por las rondas sur y este, mientras en la parte norte, junto a la carretera de Villada y el puente sobre el río Araduey, se apostaban guardias civiles de Sahagún, desplazados allí aquel mismo día, y que mostraban en aquellas primeras horas indecisión y dudas, “acompañando a los obreros que hicieron servicio de armas, sin que se diera alteración alguna del orden público”, afirmará el defensor en el consejo de guerra que juzga aquellos hechos, en el que también se asegura que la autoridad municipal dispuso que los jornaleros armados patrullaran las calles de la localidad en unión, compañía y ayuda de la Guardia Civil (como se hizo en tantos lugares), obedeciendo aquí tales actuaciones a lo ordenado al jefe de la línea de Sahagún desde la Comandancia de León. 

En Sahagún salió el pueblo a la calle el 18 de julio, y en la Plaza fueron apaleados los fascistas Jesús Pérez, farmacéutico, los vecinos Julio Hernández y Roberto, y Marcelino Castañeda, subjefe de Falange Española, que, con una herida en la cabeza, hubo de ser hospitalizado, al igual que el tal Roberto (los otros dos, heridos, fueron encarcelados, dirá el 5 de agosto el corresponsal de El Diario de León). A lo largo del día siguiente, ante la inacción del alcalde, Victoriano de la Puerta Gutiérrez (de Izquierda Republicana; propietario de un almacén de coloniales), Benito Pamparacuatro Franco –regidor en los años anteriores; no tardaría en ser cruelmente asesinado- y Vicente Oveja Díez repartieron a grandes grupos de izquierdistas que invadieron el Consistorio (la mayoría jornaleros agrícolas seguidores de la huelga general decretada aquellos días de la siega ante la sedición) las armas que en la misma fecha el alcalde había mandado recoger de particulares y de las dos armerías de la localidad y depositar en el cuartel de la Guardia Civil[2], trasladadas luego al Ayuntamiento por una posterior disposición de la alcaldía.

Benito Pamparacuatro Franco   >>>

En la noche del 18 al 19 recibía el teniente Valentín Devesa que mandaba aquel puesto, cabecera de la línea que incluía los de Cea, Almanza, El Burgo Ranero y Valverde Enrique, orden telefónica del capitan Arturo Marzal Macedo (jefe de la Tercera Compañía, que manda desde el cuartel de Valencia de Don Juan) de concentrar en Sahagún a todos los guardias de la misma, interesando del regidor la requisa de los coches necesarios para ello, de modo que a las cinco de la madrugada, con todos reunidos, también por teléfono le llega de la Comandancia de León (de su primer jefe Santiago Alonso Muñoz, declara el teniente el 14 de enero de 1937, aunque debió de provenir del segundo, el comandante Luis Medina Montoro, sustituto de aquel desde el 12 de julio hasta las siete de la mañana del día 19, en que regresa de Madrid) nueva orden de enviar a Palencia en los mismos vehículos un sargento con 19 números.     

Al teniente Devesa le ordena a las doce horas ya el teniente coronel Santiago Alonso Muñoz salir con los 15 guardias restantes a las dos de la tarde para Grajal y tras ponerse a disposición de su alcalde para desarmar a los derechistas del lugar y armar a las personas de orden del Frente Popular (“que el regidor ya sabe quiénes son”), continuar hasta el límite provincial, en el que, destacando en avanzadilla tres guardias y una clase  (un sargento) y él a un kilómetro en retaguardia con el resto de la fuerza y a su espalda para auxiliarla los paisanos armados en Grajal, “los avanzados le avisen con unos disparos cuando arribe la columna de unos tres mil hombres entre militares y civiles que desde Palencia (donde triunfó la sublevación por la mañana) se dirige a León con el fin de reducir a los sediciosos (los mineros y frentepopulistas leoneses que defienden la legalidad y no se suman a los alzados y a su golpe), y se da choque con ella deshacerla a toda costa”. En virtud de tales instrucciones y de otras que al parecer él ya tenía, publicaba el regidor de Grajal de Campos el referido bando de recogida de armamento, anotando el nombre del propietario y el arma y los cartuchos entregados. Durante el resto del día 19 y hasta las cuatro de la tarde del 20 vigilaron el teniente y sus fuerzas apostadas en la carretera de Palencia, sin que se presentara la esperada columna, y a tal hora, recibiendo aviso del teniente Felipe Romero, venido de León y que ya se hallaba con unos veinte guardias en Sahagún, de replegarse allí con todos sus efectivos, lo hacía así en los coches de línea que aquel le enviara para ello, en los que se llevaba también las armas y municiones que el alcalde de Grajal había depositado en la secretaría del Ayuntamiento.   

En la noche del 19 de julio y la madrugada del 20, se reciben en el cuartel de la Benemérita órdenes de los conjurados de León de proclamar el estado de guerra, actuando rotundamente después el teniente de la Guardia Civil Felipe Romero Alonso, desplazado desde la capital con más de veinte guardias civiles aquella misma tarde y apoyado por milicias de Falange y otros voluntarios derechistas de la localidad, a los que formó y organizó. A su llegada a Sahagún, el teniente Felipe Romero “fue recibido hostilmente por la guardia roja” (diría él mismo), desplegó la fuerza que lo acompañaba, enviada a su cargo por el Jefe de la Comandancia de León, el leal Santiago Alonso Muñoz, para en unión de los guardias de Sahagún y de los paisanos armados reclutados en Grajal impedir allí el paso a las tropas que se suponía se trasladaban desde Palencia a León para combatir a las columnas de mineros asturianos que se dirigen a Madrid, y traicionando las órdenes de aquel acorraló a los izquierdistas armados que se habían distribuido haciendo guardias y patrullas por las entradas de la población, y los convocó, con el alcalde, en el Ayuntamiento, ordenando a este que retirase todas las armas entregadas a los militantes de la izquierda. Como el regidor se mostró reacio a ello, “a eso de las diez de la mañana del 20 de julio” declaró el teniente en Sahagún la ley marcial y dispuso de nuevo la retirada en media hora de todo el armamento y la puesta en libertad de las personas de derechas que se hallaban apresadas. Dio cuenta de lo realizado por teléfono después a la Comandancia leonesa, y habló con el comandante (Luis Medina) o un capitán de la misma (Miguel Moset), quien lo enteró de que allí –y en la capital- nada había aún sucedido.

<<< En el centro, sentado, con miembros de la Asociación de la Prensa Leonesa en 1937, Luis Medina Montoro, Delegado de Orden Público directamente relacionado con la represión mortal en la retaguardia de León en los primeros meses de la guerra.

Pocas horas más tarde, “al saber que los comunistas se iban a apoderar de Sahagún” (se dirá luego en el sumario que condena a los que no hicieron allí más que defender la legalidad) entraba en la villa-ciudad el comandante de Infantería Ignacio Estévez Estévez (retirado por la ley Azaña, residía entonces en la cercana Dehesa de Maudes, en Calzada del Coto, propiedad de la familia de su esposa, Carmen Eguiagaray Pallarés) como comandante militar, dictando el día 20 un bando que por orden del general de la División pone bajo el estado de guerra a todo el Partido de Sahagún, cerrando los establecimientos públicos a las nueve de la noche, y prohibiendo y considerando sediciosos los grupos de más de tres personas. Deponía a la Comisión Gestora municipal y la sustituía por otra “de personas de orden” el día 22, en la que el 30 de julio se cambiaba al alcalde que la presidía, “según orden expresa del capitán don Miguel Moset y Sánchez Carpio” (quien sustituía como delegado de Orden Público al comandante Luis Medina Montoro en sus ausencias).

La fulminante y contundente acción militar desarrollada en Sahagún derribó toda ilusión republicana que en Grajal de Campos pudiera aún albergarse. A las cinco de la mañana del día 20 de julio, requeridos por la Benemérita del cuartel sahagunense, los obreros de la localidad (parece que no todos: algunos -seguramente cenetistas- se trasladaban a León aquella madrugada) entregaron a tres guardias de aquel puesto (el teniente Valentín Devesa Villalón que lo mandaba y los números Miguel Sierra y Epigmenio Villafañe) las armas en el Ayuntamiento, donde quedaron custodiadas, “cumpliendo sin protestar lo requerido y obedeciendo puntualmente, sometiéndose con rapidez a las autoridades legítimas representantes del Movimiento Nacional, tras la escasa peligrosidad y la falta de trascendencia de los hechos por ellos realizados”. Cuando la Guardia Civil de la villa recibió también la orden de marchar a León se llevó consigo, a las siete de la tarde, aquellas armas, recogidas por el teniente Felipe Romero, que se presentó en Grajal para ello y para llevarse también a sus órdenes toda la fuerza que allí estaba desplegada, y las depositó en el cuartel de Sahagún (había sido inaugurado, junto con la cárcel del partido sita en la Ronda de San Francisco, en 1932, cuando era alcalde Benito Pamparacuatro Franco), de donde “las entregaron a las gentes de orden”. A las 15 horas había recibido el teniente Romero la orden de regresar a León con la fuerza de allí venida a su mando más la concentrada por el teniente Devesa en Sahagún el día antes, lo que realizaban después de tener algunos encuentros con los rojos, declarar el estado de guerra en Mansilla de las Mulas, y liberar aquí a algunos derechistas encarcelados por individuos del Frente Popular, entrando en la capital sobre las cinco de la tarde del martes 21 junto a la fuerza de la Tercera Compañía que, mandada por el capitán Marzal, se les unía en Puente Castro y les ayudaba a repeler allí un ataque de elementos extremistas (ya en la Comandancia” mandaba el segundo jefe Luis Medina, y el teniente coronel Santiago Alonso nada disponía ni ordenaba”, declaran aquellos oficiales). 

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[1] Seguimos para lo sucedido en este municipio esencialmente lo que en su obra señala el investigador Vicente Martínez Encinas [2006].

[2] Entre ellas las del comercio de Domingo Hidalgo (dirigente de la Unión Patriótica Nacional cuando la dictadura), que ya al principio del pasado mayo, cuando allí como en otros muchos lugares se habían producido detenciones de fascistas, el falangista de Grajal Manuel Lorenzo Ponce había tomado y repartido para armar a algunos convecinos de derechas.


En memoria de los seis asesinados en el puente de Valimbre.

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“Destrozan el memorial en recuerdo de los republicanos fusilados en el puente de Valimbre”

23 de febrero de 2019.

(El fascismo se cura leyendo)


    Cuarenta cadáveres de paseados aparecerían en parajes del contorno de Astorga en el tiempo que va del final de julio a diciembre de 1936, al menos 19 de ellos en los montes de Estébanez desde octubre hasta acabar el año, de los primeros en este frecuentado lugar de ajusticiamiento los de tres desconocidos miembros de las milicias nacionales, seguramente castigados ellos mismos con la muerte por haberse extralimitado en la aplicación de la represión encomendada (uno falangista vallisoletano –la marca JONS Valladolid se muestra en su ropa interior-, y portaban los otros dos en la solapa de la americana sendas insignias con los colores de la bandera monárquica), a los que seguirían varios vecinos de Valderas y otros muchos, además de los que se irían hallando en los primeros meses de 1937, el de un hombre en las cercanías de San Justo de la Vega, otro cadáver -bastante descompuesto- en el monte de Castrillo de los Polvazares, y uno más en las inmediaciones de Villavante, este identificado como el de un astorgano con domicilio en la calle del Postigo[1].

Al igual que en San Marcos de León, en el cuartel de la Guardia Civil de Astorga se cometían las más execrables y refinadas torturas con quienes de madrugada eran sacados y asesinados sin piedad en algún camino o descampado más o menos cercano, como se haría con los tres hermanos Fuertes Martínez y con José Herrero, eliminado este dejando desamparados a su viuda y a sus cinco hijos de corta edad [Carro, 2006: 17], parecido abandono e indefensión en el que quedaban los deudos de los seis ejecutados en diferentes fechas de los meses de agosto y septiembre de 1936 en Castrillo de las Piedras al lado del puente de Valimbre, tal vez arrancado alguno de su cautiverio en el Cuartel de Santocildes[2] (además de estos lugares y la Prisión de Partido, lo eran de detención en la ciudad maragata los locales de Falange, el Requeté, la JAP, y las Milicias Ciudadanas).

El maestro Toribio Alfayate González  >>>>>

El 23 de agosto, a las cinco de la tarde, en el kilómetro 321 de la carretera Madrid-Coruña el primero, “un hombre desconocido, de unos 30 años de edad, que viste traje de corte y botas negras de cuero” (más tarde identificado como Amancio Sarmiento Alonso, casado, vecino de Noceda del Bierzo y maestro nacional en el mismo pueblo). Otro de unos 60 años un kilómetro antes a las cuatro de la tarde del 12 de septiembre, vistiendo botas negras y traje de pana. En el mismo punto y a la misma hora tres días después uno más, de unos 65 años, con traje de corte negro, sombrero, y botas negras (al que identifican en noviembre de 1940 como Ernesto de Paz Guisasola). Al siguiente día 16, a las once de la mañana en El Val, a la altura del kilómetro 318, dos desconocidos, de unos 45 años el uno, vistiendo traje de corte azul y zapatos negros, y el otro, que viste chaqueta de gabardina negra, pantalón de tela rayada, y alpargatas color café, de unos 30 años, sepultados ambos en el cementerio de Castrillo y que, “aparecidos en la cuneta y encontrados por las gentes cuando se dirigían a Astorga”, resultarían ser los bercianos José Villar Sobrín y Agustín Alonso Jambrina, maestro de la cría del gusano de seda en San Román de Bembibre. Pasada una semana, de nuevo en el punto kilométrico 320, término de Cuevas, era hallado a las ocho de la mañana el cadáver de un desconocido joven de unos 20 años, que vestía pantalón de corte color chocolate y alpargatas blancas y que se enterraba en el cementerio de aquella pedanía del municipio de Valderrey, al igual que ya se hiciera con los tres primeros que se hallaron [Núñez Martínez, 2016].

Los trajes de los infelices asesinados a la vista del vetusto puente de Valimbre sobre el río Turienzo (“que no eran de hombres de campo; más bien parecían de personas significadas”) se guardaron durante muchos años en un trastero de la iglesia de Castrillo, junto a las andas de los pasos y los santos, para ayudar a identificarlos por si por allí pasaban sus familiares, y tal vez sirvieran para ponerles nombre luego a alguno de ellos, aunque no se consiguiera hacerlo con el primero y el último[3].

    La filiación del paseado el 23 de septiembre de 1936 no vino a desvelarse hasta hace menos de dos años, y se logró por el empeño de Miguel Ángel Núñez Martínez en conocer el destino de su tío político Toribio Alfayate González, nacido en Santa Colomba de la Vega en junio de 1910 y maestro de 26 años, soltero, por entonces en Posada de Valdeón: él fue el último de aquella inmisericorde sucesión de ajusticiados. Formado en la Escuela Normal del Magisterio Primario de León en los cursos de 1930 a 1934, era nombrado a la mitad de febrero de 1935 maestro nacional interino para la escuela de niños de aquella villa (solicitaba en abril el mismo desempeño en cualquiera de la provincia), hospedándose en una pensión en Los Llanos, y de allí salía a la mitad de julio de aquel año para pasar con su familia sus vacaciones de verano, al igual que haría al año siguiente, 1936, pero participando este en León como maestro cursillista en los agitados y al final interrumpidos Cursillos del Magisterio Nacional, y seguramente en algunas de las movilizaciones, protestas, huelga y altercados que en ellos se vivieron, tornando después de aquellas fechas a la casa familiar en Santa Colomba para ayudar a sus padres labradores y sus otros cinco hermanos en las labores veraniegas.

<<<< Bienvenido Pérez Arias (c. 1958)

Y en ello anduvo hasta que en la noche del 23 de septiembre fue sacado de casa por la Guardia Civil. Estaba acostado. Podía haber huido por la huerta trasera, pero no lo hizo (confiado, como tantos, en que nada anómalo había hecho ni había causado ningún mal, dice muchos años más tarde su primo José Alfayate García, también después maestro), y sin pasar por la cárcel ni por ningún otro lugar de reclusión de La Bañeza sería directamente conducido por la carretera Madrid-Coruña hasta el lugar de su martirio, seguido el vehículo que lo transportaba junto con sus matadores por Ángel, el mayor de sus hermanos, y por un tal Jacinto. En el kilómetro 320 era asesinado de varios disparos por el guardia civil Olegario Ferrero Barrio (uno de los destinados en el cuartel bañezano), y el oír las detonaciones en el pueblo de Cuevas era señal de que algunos de sus vecinos habrían de ir en la mañana a recoger de la cuneta los cuerpos de los infortunados. Así hizo con el de Toribio el presidente de la Junta vecinal, Anselmo, quien en un carro de bueyes lo trasladó al cementerio, en el fondo del cual lo enterraron después de desnudarlo de sus ropas y envolverlo en una sábana (como a los ejecutados anteriores; en el dobladillo de los pantalones aún tenía pajas de las faenas de la era).

    Según la versión de otra fuente familiar, Toribio Alfayate habría sido apresado brevemente en el Depósito Municipal bañezano tras su detención por la Guardia Civil, y de allí lo sacaría al alba el lumpen de origen portugués Irineo de Jesús Pereira “el Portu”, que se había hecho de Falange, para asesinarlo porque codiciaba apropiarse de la bicicleta nueva en la que el maestro se movía, un relato que resulta menos creíble si lo es el asentamiento de la defunción del portugués en el Registro Civil de La Bañeza el 19 de septiembre de 1936, tras haber sido muerto el día antes (también por militares y por actuar represivamente por su cuenta asesinando a un republicano de La Bañeza que, para evitar las represalias se había alistado en la Legión). Tras el paseo del maestro, algunos vecinos de Santa Colomba de la Vega habrían bloqueado con grandes piedras la desviación al pueblo desde la carretera de Madrid a La Coruña, tratando de evitar que en otros vehículos se sacara de su hogar a más personas.

Quienes sí parece que tuvieran algo que ver en el asesinato de Toribio fueron el viejo cacique del valle de Valdeón, Daniel Abascal González “el Pasiego”, jerarca de Falange en la zona y alcalde del municipio ejerciente desde Riaño todo el tiempo que hasta el 3 de septiembre de 1937 Posada de Valdeón fue republicano[4], y su denuncia del joven enseñante y lo que desde allí informara sobre él, con el que habían tenido al parecer enfrentamientos a cuenta de la aplicación de las vigentes disposiciones sobre laicidad en la escuela los dos párrocos que por el pueblo pasaron mientras él ejercía de maestro, don Fabio García y don Pedro Riaño Canal. Así, por la intervención del alcalde de Posada llegaría la orden de eliminar al docente, sin que nada hiciera o pudiera hacer para evitarlo Gonzalo García Montiel, desde aquel mes de septiembre de 1936 alcalde de Soto de la Vega[5], y sin que se opusiera el párroco de su propio pueblo, don Bienvenido Arias Pérez[6], cura de pistola al cinto y entusiasta de Falange [Núñez Martínez, 2016].   

 

Ourense, 24 de febrero de 2019.


[1] Piñeiro Maceiras, José. “Legislación bélica y represión gubernativa…”. V. Revista Argutorio, nº 17. 2006.

[2] En este estaría catorce meses preso Germán Prieto Martínez, vecino de Castrillo condenado a muerte al principio de 1937, pena que después le era conmutada (Capilla laica en memoria de las personas represaliadas en León, en Internet).

[3] Reinares M. A. “El secreto de los ojos del puente de Valimbre”. AstorgaRedacción. 01-04-2014.

[4] Liberado el municipio por la Primera Bandera de FET y de las JONS de León (“el 80 por ciento de la población la recibió con alegría y entusiasmo; el resto mostraba en su rostro cierto desagrado”), se retiraban antes a Asturias los leales llevándose material bélico y ganados y volando un puente de piedra romano. Los más destacados serían luego apresados. Mientras fue gubernamental se habían saqueado las casas de los considerados desafectos al marxismo y el comercio de don Tomás González Pesquera, vecino de Los Llanos, y conducido a tierras asturianas cientos de cabezas de ganado vacuno, lanar y caprino (se dirá en 1943 en la Causa General) a través del cauce del Canal que desde 1916 abastecía la Central de la Electra de Viesgo en Poncebos, secado para ello, al igual que por la misma vía de acceso al valle hacían los nacionales otras veces [Núñez Martínez, 2016].

[5] Aparece en marzo de 1934 como titular de la Central Eléctrica de Requejo que suministra corriente a este pueblo y al de Santa Colomba de la Vega (BOPL. 26-03-1934).

[6] Párroco de Santa Colomba de la Vega desde el 9 de agosto de 1934 hasta el 30 de julio de 1944. Más tarde lo sería del pueblo valdeorrense de Larouco (Orense).

 


Fuego amigo. Astorga, 21 de julio de 1936.

Ourense, julio de 2021

 

 Otra visión de lo sucedido aquellos agitados as del golpe de estado en Astorga nos la brinda medio siglo más tarde desde el semanario maragato El Faro José (Pepín) Ortiz de la Fuente, un muchacho de 15 años entonces, recordando de aquella guerra civil (no porque la historia le llama a –dice–, ya que fue más bien militar; y muy militar) que

ya se había sublevado el general Franco en África, pero Astorga estaba tranquila1; aún no había comenzado el baile. Las milicias rojas se habían incautado de las escopetas de caza de las armeas y patrullaban las calles pidiendo la documentación. Cuatro milicianos de unos veinte años se encuentran con un grupo de jóvenes de edades parecidas. Encañonándoles con las escopetas exigen: Documentación. Alguien dice: Pero si aquí nos conocemos todos. Responden los otros: Nos conocíamos.  AsíasíNos conocíamos…    Después, estábamos  algunos  amigos  en  un  merendero llamado Miraflores, camino de San Justo de la Vega, cuando empezaron a pasar unos camiones de la Guardia de Asalto, con ametralladora incorporada y tripulados por guardias y mineros. Aquella misma noche apareció un tren en la estación lleno de asturianos incompletamente armados. Cuando uno dejaba el fusil apoyado en la pared para, por ejemplo, liar un pitillo, si se distraía un poco el fusil desaparecía.

 

Yo con mis quince años, representando aún menos, o sea, un niño, podía andar libremente entre ellos. Los mineros entraban en los bares, compraban vino, comestibles, y se despedían con el famoso grito UHP. Mi amigo Paco (Francisco Abella), dueño del bar y del Hotel Iberia, al ver lo que pasaba, puso las existencias en el mostrador (a su disposición), y cuando se acabaron cerró la puerta. Los milicianos comenzaron a golpearla al grito deenemigo del pueblo. Paco escondió a su madre y hermanas en el pajar y saltando por las tapias de la parte posterior pasó a mi casa y llamó a la Guardia Civil con la absurda pretensión de que viniera una pareja a protegerlos. Naturalmente, el teniente le dijo que se apañaran como pudieran, pues estaban acuartelados y no podían salir.

 

Un  caso  que  presencié  personalmente,  y  que  probaba  que  había  una  especie  de  disciplina muy especial, pero disciplina al fin y al cabo: Iba un miliciano con dos botellas de vino, fumando y con varios cartuchos de dinamita en el cinto (esto era corriente). Un oficial le preguntó: ¿Has pagado esas botellas?  No, camarada, contestó el miliciano. Nosotros no somos ladrones, le repli aquel.

Tienes razón, camarada. Perdona. Acto seguido arrojó las dos botellas al suelo.

 

Se dijo por aquellos días que los mandos de este grupo insuficientemente armado intentaron ir al Cuartel de Santocildes a por armas, y que el entonces alcalde socialista consiguió evitarlo, con lo que indudablemente se ahorró un abundante derramamiento de sangre. Se fue el tren por donde vino y al día siguiente regresaron los vagones ametrallados y con algunos mineros heridos, no puedo decir si muchos o pocos2

 

Creo que al día siguiente se sublevó la guarnición; y sitió el Ayuntamiento, donde se habían hecho fuertes algunos militantes de la izquierda que después de un corto tiroteo, muy inteligentemente decidieron rendirse. Se fortificaron las entradas de la ciudad con sacos terreros y ametralladoras y se estableció una cadena de prisioneros, maniatados, la mano izquierda de uno con la derecha del otro, (puestos en fila a lo ancho de la carretera) para disuadir a posibles atacantes3.

 

A partir de ese momento, salvo algunos consejos de guerra y los correspondientes fusilamientos, en Astorga solo se soportó el racionamiento y la muerte de algunos combatientes en frentes lejanos. De guerra nada, a pesar de que los soportales de la Plaza Mayor fueron protegidos por sacos terreros. El racionamiento en nuestras tierras fue un poco de pacotilla, ya que se pusieron multas a algunos hoteles por dar demasiado de comer, y el Plato Único consisa en varios de aquellos en un par de huevos fritos  montados  a  caballo  en  un  hermoso  filete  rodeado  de  patatas  fritas.  Claro  que  los económicamente débiles, como siempre, se hincharon de patatas”.

  

La percepción de este testigo de aquel tiempo (de familia pudiente, afiliado después a Falange y voluntario en el frente más tarde), o al menos lo que cuenta, era, como veremos, parcial y excesivamente suave y dulce, y no se corresponde, desde luego, con lo sucedido en Astorga en los años de la guerra, una ciudad que ya a primeros de septiembre de 1936 ha experimentado un cambio brutal, pasando de ser pacífica y tranquila a estar militarizada y fascistizada, con jóvenes de ambos sexos vestidos con camisa azul y saludando con el brazo extendido, y con todos los socialistas y muchos republicanos detenidos, y en la que, además de haber sido fusilados a la mitad de agosto el alcalde Miguel Carro Verdejo y el médico Ildefonso Cortés Rivas, ya se hablaba desde finales de julio de desaparecidos, de muertos abandonados por los campos en Estébanez de la Calzada y en Lucillo de Somoza, y de forzados viajeros sin retorno a la cárcel leonesa de San Marcos (de la que, si disponían de dinero y pagaban, era posible regresar, aunque sin garantía de total seguridad, pues más tarde y seguramente de noche alguno podía aún desaparecer asesinado), lo que hacía que las personas de izquierda vivieran en un terror continuo4. De la posguerra recordará pasados muchos años Martina Juárez Fuertes, nieta de Juan Antonio Fuertes (dueño de una reputada sastrería), nacida precisamente el 18 de julio de aquel año mientras su padre Secundino Juárez, que era taxista, se encontraba en Madrid, atrapado sin poder salir: "A veces escuchaba cosas terribles sobre lo que estaba pasando, de gente que sacaban de casa y ya nunca más volvía. Los niños estaban desnutridos, no había penicilina, faltaban médicos... Aquellos años fueron como una noche muy larga, interminable para todos"5.

 

El 21 de julio, el día después de la ocupación militar, Astorga despertó como una jornada normal y toda la gente fue a su trajín habitual y a sus quehaceres diarios, aunque pronto corrieron las graves noticias de la muerte del inocente niño (cuyo entierro se celebraba a las seis y media de la tarde, oficiándose dos funerales a las nueve y las diez de la mañana siguiente) y de los dos hombres que se enfrentaron a los soldados con las armas en la mano. El Pensamiento Astorgano (en cuya portada aparece la mayúscula inscripción ¡Dios salve a España!) publicaba el bando de guerra de la fecha anterior, y los ciudadanos se preguntaban q habría sido de sus familiares que residían fuera.

¿Qué había pasado en las demás ciudades? En el mismo rotativo aparece una alocución del comandante militar de la Plaza Elías Gallegos a los astorganos, encareciéndoles la cooperación entusiasta con el glorioso movimiento patriótico que tiene por objeto restablecer el orden y la autoridad, la convivencia y el imperio de la justicia; que augura nada de persecuciones sistemáticas ni medidas arbitrarias, únicamente todo el rigor de la ley para los que atenten a la tranquilidad de la Patria  y el  prestigio  de  la República”,  y que de nuevo  finaliza con  tres  vivas:  a España,  a la República, y a Astorga.

Las autoridades militares establecieron servicios de vigilancia, principalmente en los accesos a  la  ciudad,  y  dispusieron  que  varios  grupos  armados  recorrieran  los  pueblos  bercianos  (a limpiarlos” y pacificarlos, junto con las tropas venidas de Galicia, se destinaban las del primer batallón de Infantería del Cuartel de Santocildes), controlados en su mayor parte por los alzados a la altura del 25 de julio, aunque no serían totalmente dominados hasta el 11 de octubre (al igual que los de la comarca de Laciana).

 El mismo martes 21 se destacaba en la zona de Peñicas –vigilada por fuerzas y patrullas sediciosas desde la tarde anterior, seguramente porque la consideración de los frentepopulistas de solicitar ayuda a los mineros del Bierzo habría trascendido, y se temía que pudieran llegar algunos desde allí– una avanzadilla de control con puestos en la Ermita del Ecce-Homo en la carretera de Valdeviejas, en las ventas, y a un kilómetro de estas, y en la que al lado del guardia civil José Rubí Ramos formaban en el primero Ricardo García Rodríguez (de 20 años, estudiante derechista) y Manuel Álvarez, y en el último los falangistas astorganos Julio Rodríguez Pérez (de 23 años, soltero, soldado de cuota poco después en Santocildes) y Miguel Cuellar az (casado, militar retirado, organizador y Jefe de Falange, dedicado a ayudar con sus fuerzas al Ejército desde el primer momento”). Según confidencias recibidas (abundaban ya las delaciones y denuncias), sobre las ocho de la tarde se esperaban unos coches y camiones de mineros de la cuenca del Bierzo que desde Ponferrada vendrían sobre Astorga, y daba el teniente Antonio Rivera Alted a quienes allí vigilaban la consigna de retirarse al Cuartel de Santocildes –a 500 metros del control– si aquellos se presentaban, retrocediendo precedidos de la camioneta de que disponían, que iría encendiendo y apagando sus luces como señal acordada de que llegaban los bercianos esperados, los cuales, tras rebasar la camioneta el frente del Cuartel, serían ametrallados por las tropas al mando del sargento Nicolás Calderón de la Barca ya dispuestas y prevenidas para ello.

Dos horas antes los guardias civiles astorganos Vicente Aliste Pinto, Marcelino Macías, y el cabo Alfonso Vidales Morales, comandante del cuartel de Santa Colomba de Somoza (“cuyos efectivos se encuentran concentrados, y parte de ellos en Astorga, se afirma el 9 de agosto), se dirigían a aquel pueblo en automóvil con la misión de interceptar un coche con matrícula de Oviedo en el que –de acuerdo con informaciones obtenidas- viajaba un individuo herido y detenerlo con los demás ocupantes. Supieron en Castrillo de los Polvazares que de aquí había partido poco antes hacia Pradorrey, donde se encaminaron, siguiéndolo luego a Combarros, en cuya entrada lo divisaron parado, y en tierra a su lado cuatro paisanos que intentaban escapar en el veculo al echarles el alto, y que se entregaban sin resistencia tras varios disparos de los guardias. Eran a detenidos Julio García Álvarez (nacido en Moreda y vecino de Mieres), Ángel Menéndez Suárez6, ctor Fernández Fernández7 l o Julio eran uno el conductor del auto y otro el herido en un ojo), y Tomás Martínez Asensio (de Destriana). Para ser trasladados a Astorga, en un coche conducido por Aureliano Herrero García, falangista astorgano8 montaron dos de los guardias, el diputado y el herido, y en el segundo automóvil el de ellos– lo hicieron el cabo Vidales, el chofer asturiano y el vecino de Destriana, que manifestó ser “el práctico que guiaba a sus acompañantes en la ruta para llegar a Villablino” (se dirigían al norte, camino de Asturias –de la que habrían partido el día 19–, y no de Astorga, como les haan confidenciado a sus captores).

 

Arribados a Peñicas sobre las ocho y media, para ser identificados fueron parados en el puesto principal de vigilancia por el guardia José Rubí y los falangistas de patrulla, que avisaban a los retenes de los otros dos controles para que se les unieran, pues el coche buscado ya había sido detenido. Allí se hallaban los dos automóviles, en cabeza el que conducía Aureliano Herrero, cuando, ya oscurecido, para proseguir hacia Astorga encendieron los faros, manteniéndolos encendidos por desconocer la consigna del juego de luces convenida con las fuerzas del Cuartel, las cuales, con los coches aún inmóviles –según unos– o avanzados menos de diez metros según otros– abrieron desde sus ventanas y desde los márgenes de la carretera en las que se hallaban apostadas intensísimo fuego de fusilería y ametralladora contra ellos. Abandonaron sus ocupantes los veculos y se resguardaron todos de los disparos, y cuando cesaron estos al darse cuenta de su error en el Cuartel y de que no eran los mineros esperados, vieron que Aureliano estaba gravemente herido (“en la parte posterior del tronco, región lumbar al nivel de la décima costilla línea escapular, se desprende de la autopsia que por una bala rebotada), siendo transportado a las ventas cercanas, a las que enviaron de Santocildes en un coche al médico de Santa Colomba Gabriel Represa para curarlo, y de ellas al botiquín del Batallón, donde continuaron atendiéndolo y lo condujeron luego al hospital de la ciudad para ser operado con urgencia, al tiempo que el Juez municipal Cipriano Tagarro Martínez, accidentalmente de Instrucción, iniciaba el correspondiente sumario. Los detenidos, que manifestaron que a causa del movimiento querían marcharse de Asturias para unirse al Ejército, eran liberados por el comandante Elías Gallegos, a pesar de pertenecer a Izquierda Republicana y tras consultar su caso con el general Carlos Bosch9. 

    

<< Entierro de Aureliano Herrero. 28 de julio de 1936 (J. P. Maceiras. Argutorio nº 24)

Trasladado el falangista lesionado al sanatorio de San Juan Bautista (a cargo de los médicos Néstor Alonso García y Fernando Vega Delás), después de seis as dolorosos, entregaba (el 27 de julio a las cinco de la tarde) Aureliano Herrero García su alma a Dios con la tranquilidad de los buenos, extendiéndose por Astorga la noticia de su fallecimiento, víctima de su actuación  al servicio de la Patria(informaba el diario capitalino La Mañana). En la capilla de aquel hospital se exponía  su  cadáver,  “cubierto  el  retro  con  la  bandera  de  Falange  y  dándole  guardia  varios individuos de dicha milicia”. Al sepelio (al día siguiente a las seis de la tarde, tras la autopsia) asistin, se decía, la Corporación municipal, bajo mazas, con el pendón de la ciudad y la banda de música, y nutridas representaciones del Ejército y los Institutos armados, además de las fuerzas de Falange y del Reque francas de servicio. En el acompañamiento hasta el cementerio participó toda la ciudad, figurando en sitio destacado una centuria de falangistas uniformados, autoridades, cuerpos militares, y grupos de milicianos de Falange que portaban fúnebres coronas. Delante de las puertas del camposanto desfilaron ante el féretro todas las fuerzas armadas y la multitud profundamente emocionada, despidiéndolo con vibrantes vivas a España.

  

 

1 A la clase de vida provinciana y tranquila, sin grandes sobresaltos, que llevábamos en Astorga” (hasta entonces) se refiere también en sus Memorias-Testimonio el que era joven socialista Miguel Carro Fernández, de 18 años. La tarde del domingo 19 de julio, el mismo joven y otros más tarde represaliados, la dedicaban a bañarse en el río de San Justo de la Vega, mientras paseaban unos por la ciudad o por parajes de sus cercanías, y acudían no pocos a las diversas ventas y merenderos de las inmediaciones, a pesar de los insistentes rumores de golpe militar de los últimos días y de las noticias de haberse desatado que desde el viernes y el sábado corrían.

Consecuencia sin duda, de haber sido así, del enfrentamiento producido en Benavente con las fuerzas que la toman en la mañana de aquel 20 de julio (donde según otras fuentes tal enfrentamiento no se dio), o tal vez vagones y heridos procedentes del pequeño convoy que desde León se había dirigido a Palencia y Valladolid el día antes.

3 Se dispuso aquel escudo humano con catorce izquierdistas detenidos y atados con cuerdas porque se creyó que cuatro camiones cargados de republicanos venían sobre Astorga por la carretera de León, disparando las tropas sus fusiles al escaparse uno de los rehenes e hiriendo en el cuello a un vecino que caminaba por el casco urbano. Quizá también se esperaba el ataque del millar de mineros bercianos cuya petición de refuerzo se propuso por los responsables locales del Frente Popular, y que según el instructor del Sumario 427/36 no llegó a realizarse (por lo demás, a aquellas horas se batían los mineros en otra lucha en Ponferrada, aunque parece que llegó a plantearse en Bembibre emplear en Astorga alguna de la dinamita requisada). Ya en octubre de 1934 en Astorga y en La Bañeza habían blandido las derechas el temor a que bajaran los revolucionarios de Fabero”.

García Bañales, Miguel. Eugenio Curiel, director del Instituto de Astorga (1933-1936), una cabeza brillante que apagó la intolerancia”. AstorgaRedacción. 28-05-2014.

         5 Rego, Paco / Olmedo, Ildefonso. Nacidos el 18 de julio de 1936”. El Mundo. 18-07-2016.

 

              De Oviedo, contable de la Diputación Provincial asturiana y diputado a Cortes por Izquierda Republicana, al que le ocupaban 800 pesetas que más tarde le devolvieron.

Terminaría exiliado en México hasta 1967.

7 De Mieres. Fallecería en combate en Buenavista (Oviedo) el 24 de febrero de 1937, a los 25 años de edad.

Empleado en el negocio familiar del Hotel Moderno, tenía 27 años, había sido también encarcelado el 20 de abril, participaba después en la clandestina preparación del alzamiento, y desde su liberación de la Prisión del Partido el día antes, 20 de julio, a las cuatro y media de la tarde por los militares sublevados colaboraba animosamente con ellos.

Sumario 358/36. Creemos que Tomás Martínez Asensio, el paisano de Destriana que guiaba a los asturianos hacia Villablino, era el apodado Barriguinas”, originario de Andalucía y antiguo emigrante en Buenos Aires (tenía dentadura de oro; casado con la señora Paca, construyeron a su regreso de Argentina la casa El Mirador”, de tres plantas y huerta). Muy cerca de Combarros, en la Cuestona de Brazuelo, sería paseado junto a dos convecinos el 30 de octubre de

1936, tras una semana encarcelados en el que ya era Cuartel-Prisión de Santocildes, él seguramente por haber prestado aquella ayuda a quienes, desplazados con la expedición asturiana y perdidos o disgregados de sus compañeros, trataban de tornar a su tierra. En cuanto a la liberación de los detenidos, parece que aún no administraban los sublevados su represión con el meticuloso celo y la ferocidad que bien pronto alcanzarían.


https://astorgaredaccion.com/art/28394/fuego-amigo-astorga-21-de-julio-de-1936

León, julio de 1936. Los hilos de la trama negra.-

 

 Ourense, julio de 2021

     

        Antes de la imposición del partido único falangista-tradicionalista, a mediados de diciembre de 1936 Cayo ez Tirado denunciaba en León a Francisco Rodríguez Sañudo (de 40 años, casado, natural de Cabezón de la Sal, Santander, y residente en Oviedo), quien era entonces su camarada en Falange, lo que daría lugar a que al inicio de febrero se incoara contra el denunciado el Sumario 58/37. Lo acusaba aquel de traición por haber facilitado un carnet de la Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS) a Leoncio Villanueva Viejo1, masón de cuarto grado y jefe de una Logia en Turón, al que Sañudo proteg y ocultó en los primeros días del alzamiento en la ciudad en la Pensión Beltn, de la que merced al salvoconducto que aquel le facilitó ya había huido cuando entre el 25 y el 30 de julio él, Cayo, con dos guardias de Asalto y acompañado por Baltasar Ibán se presentó en ella para apresarlo, y que se halla ahora al mando de una columna de rojos en el frente de Asturias y haciendo alarde de tal carnet.

 

También lo culpa de que, presente en Ponferrada antes del movimiento, los falangistas locales le entregaron por mano de Antonio Fernández y otro 800 pesetas destinadas a la compra de armas para ellos, con el compromiso de devolvérselas al cabo de una semana si no las adquiría, sin que supieran más de él hasta la fecha; de explotar y aprovecharse de la firma del Jefe territorial de Falange, camarada Leopoldo Panizo Piquero, mientras este estuvo preso en la rcel Modelo madrileña  antes  del  alzamiento y  está  hooculto  en  Madrid  en  lugar  desconocido,  según  le manifestó la esposa del jerarca asturiano en Cangas de Narcea; y de que lo ha amenazado de muerte, pues “estando de Subjefe de Milicias en el frente de Riaño, y actualmente en el Servicio de Investigación de FE-JONS, llegó una orden de detención contra mi dirigida a un capitán y extendida solapadamente por Sañudo, quien, según confidencias que le hacían Baltasar Ibán Valdés3  (del Garaje Ibán) y Donato ez ez (del Bar Hollywood), hacía gestiones ante los Jefes de Falange para que lo fusilaran”.

José A. Primo de Rivera con Hedilla y otros falangistas.        El primero en la cárcel de Alicante (mayo 1936) >>

 

Detean y encarcelaban en la Prisión Provincial de Oviedo a la mitad de enero de 1937 a Francisco Rodríguez Sañudo (trasladado al cabo de un mes a la Provisional leonesa de San Marcos), Jefe nacional de los Sindicatos de Falange y provincial de Asturias –designado recientemente por Manuel Hedilla en el Consejo Nacional celebrado en Salamanca nombrado el 27 de julio de 1936 por el Jefe provincial Manuel Marqués secretario de la CONS en la provincia de León, que aparece el

9 de octubre con el mismo cargo en Asturias, y el 20 del mismo mes regresando a Oviedo desde Burgos en tren– tras realizar a las órdenes del Jefe de la Junta de Mando Provisional Manuel Hedilla servicios de reorganización de las JONS y los sindicatos obreros falangistas, en tanto se toma Madrid” y se hace lo mismo en todas las provincias.  

        Declara al ser interrogado que estuvo detenido en mayo de 1936 en la prisión ponferradina, de la que le concedieron luego la libertad provisional, trasladándose a una fonda y huyendo después de la ciudad con la ayuda de falangistas de la misma, recorriendo varias poblaciones castellanas y reuniéndose en Santander con Leopoldo Panizo (con quien siempre tuvo inmejorables relaciones), empleando el dinero que aquellos le entregaron para fines particulares y olvidándose de las armas puesto que no podía volver a Ponferrada. Después de la amnistía del Frente Popular le ordenaron sus superiores  contactar  con  elementos  de  la  cuenca  minera,  haciéndolo  con  Leoncio  Villanueva, concejal del Ayuntamiento de Mieres, que le prometía infiltrar directa o indirectamente el espíritu falangista en los lugares en los que él gozaba de ascendiente, al que encontró luego eLeón, temeroso de ser detenido por sus antecedentes, y al que, dadas sus relaciones con Falange, inscribió en el Sindicato de Oficios Varios de la CONS y otorgó el oportuno carnet. ade que a quien lo denuncia (“inconcebiblemente, dado lo mucho que lo persiguieron los marxistas antes del Movimiento, su decidida y leal cooperación a este, y que dos de sus hermanos han sido en Santander asesinados por los rojos”), Cayo ez Tirado, lo depuso él de su cargo de Jefe local de León cumpliendo lo mandado por Panizo.

Manifiesta a su vez don Miguel ez Gutiérrez Canseco5 que para comunicarle su propósito de organizar en León el sindicalismo falangista varias veces lo visitó en su casa el Jefe nacional sindicalista de Oviedo Rodríguez Sañudo (muy útil a Falange, muy afecto al Movimiento Nacional a pesar de sus antecedentes ideológicos, arrepentido de sus actuaciones en 1934 y gran entusiasta de la causa en las reuniones secretas que los falangistas celebraban antes del alzamiento), interesándole en una de ellas en la conveniencia de atraer a Falange a Leoncio Villanueva, que participó con los revolucionarios en los sucesos de octubre de 1934, en Turón sobre todo (como integrante del Comité encargado del transporte de heridos), “avisándolo él de que se manejara en ello con prudencia, pues se exponía a que el Villanueva fuera un traidor, como por lo visto ha resultado.

            Parece que de traidores iba el juego (a lo que se ve, alguno de ellos traicionado), o tal vez de espías de unas organizaciones infiltrados en las opuestas, o de agentes dobles (si no triples), pues declara el camisa vieja Cayo Garrido Martínez6, desde 1935 Agente de enlace y organización de los Sindicatos obreros de Falange por orden de José Antonio a Leopoldo Panizo, que Antonio Rodríguez Sañudo, del todo fiel a la causa (preparado por el mismo José Antonio para entregarle la Secretaría Nacional de los Sindicatos cuando la dejara su segundo titular, también de procedencia comunista) militó como él mismo– en partidos de extrema izquierda, de los que se separó en 1934 estando en la cárcel, y vino a León días antes del alzamiento mandado por Panizo para reorganizar aquí la Falange y nombrar Jefe local (a Juan Carbajal), pues al que haa, Cayo ez Tirado, no se le encontraba por ningún sitio. Opuso este alguna resistencia a dejar el cargo cuando, regresado a León, se enteró de su remoción, vencida con la intervención del Jefe provincial Manuel Marqués y algunos otros. Enterado después de que fue cesado por Sañudo, y sabiendo que aquel había dado un carnet sindical y otro de Falange al extremista Leoncio Villanueva venido de Asturias diciéndose arrepentido, puso la denuncia que motivó la detención del Jefe Sañudo, asunto zanjado ante el Delegado de Orden Público de León al no presentarse nadie a formular cargos contra el detenido.

Asegura Cayo ez en su declaración al día siguiente que su denuncia se debe únicamente a los contactos de Sañudo con el marxista Villanueva, y añade que también los tuvo en 1935— con Victoriano López Rubio el alcalde comunista de Valderas (según puede confirmar Ponciano rez Alonso, Jefe local de aquella villa), y con los extremistas de Sahagún en 1934–, como puede acreditar Fecitos Placer Altier, Jefe del Sindicato Español Universitario (SEU) de León7, quien además le oyó hablar mal de la represión de la revuelta de Asturias” (en Sahagún, y al poco de sofocada aquella, dijo que en el Cuartel de Pelayo de Oviedo se fusiló a obreros), extremos todos ellos que también puede aclarar Julián Herreros Rueda8, secretario judicial de Castrocalbón. Conoció este a Sañudo y a Panizo en el año 1934 en Sahagún cuando ambos hacían propaganda por los pueblos, y manifiesta que en julio de 1936, en los as iniciales del Movimiento organizaba él el fichero de Falange y se destituía a Cayo ez Tirado al denunciarlo Sañudo por una malversación de fondos que no se comprobó en la reunión presidida por el Jefe provincial Manuel Marqués, el ingeniero Sterling9 y otros, y que el carnet entregado por Sañudo a Villanueva, con el que se pasó a la zona roja, lo recog en Turón un sacerdote (cuyo nombre ignora y desconoce por qué medios) y lo adjuntó a la denuncia que el mismo clérigo interpuso (ni el uno ni la otra aparecen luego en Falange de León).

<<<<<<<< Voluntarios leoneses, peones en la trama negra (Aeroplano nº 27. 2009)

Aporta al sumario nuevos datos el testigo Bernardo González Moncaubeig10, quien por mediación de don Miguel Canseco conoció a Rodríguez Sañudo cuando trataba de organizar en la mina de Matarrosa del Sil propiedad del industrial un sindicato falangista que contrarrestase la cada vez mayor adhesión a las ideas comunistas de los obreros, entre los que los había aprovechables para los fines perseguidos, proyecto al que Sañudo se entregó con entusiasmo, pero para el que hacían falta  dinero  armas,  cuatro  mil  pesetas  con  las  que  las  compraría  en  Portugal.  Ya  en  las negociaciones para ello pudo prescindirse de los fondos, pues dijo aquel que sabía por una confidencia que los marxistas de León escondían en las proximidades de San Francisco un depósito de armas11 que por la noche custodiaba un solo guarda, siendo fácil dar un golpe de audacia y apoderarse  de  ellas.  Cuando  lo  preparaban  surg el  Movimiento  Nacional,  de de  serles necesario para armarse. A organizar sindicatos de Falange (atraer a ellos a obreros extremistas afiliados al marxismo era su misión12) había ido en mayo Sañudo a Ponferrada, y al llegar fue reconocido y apresado, fingiéndose más tarde enfermo y pasando de la cárcel a ser custodiado en una pensión, de la que huyó en un taxi con ocasión de celebrarse en la ciudad un mitin extremista y disminuir la vigilancia.

            En el domicilio del padre del Ingeniero se alojó Rodríguez Sañudo en compañía del Jefe de Milicias de Asturias Mario Fernández Peña García13, “el día antes del levantamiento preparando las posibles eventualidades de este”, y también lo hizo aquel solo entre el 18 y el 21 de julio. Alarmado por los acontecimientos de aquellos días, llegó Bernardo González a preparar el traslado de su familia a un pueblo retirado de la montaña de Riaño, cesando su temor y desistiendo al ver claro el triunfo del Ejército “cuando los mineros abandonaron León sin haber cometido en la ciudad violencia alguna”. En su vivienda se reunieron con Sañudo para lo relacionado con la intervención del Ejército en la ciudad” Donato Díez y otros más.

 

ade el Jefe de las asturianas Milicias de Falange que Sañudo, destacado comunista antes de octubre de 1934 y procesado y absuelto por los sucesos revolucionarios de entonces, entró después en Falange al adjurar de sus ideas y por recomendarlo el comandante de la Guardia Civil Enrique Cotter Chacel (nacido en febrero de 1889, que intervino en la represión de la revuelta, y hoy preso o fusilado en Santander”, informa Manuel Hedilla el 20 de febrero de 1937) a quien le merecía absoluta confianza, sujeto aún así por la organización a estrechísimo control y mostndose siempre leal, tratando de acercar al falangismo14 a Leoncio Villanueva, extremista de Turón, por considerarlo desengañado de los marxistas y aprovechable por la CONS, y que fue él, Mario Fernández, que tenía atribuciones para ello, quien por razones que no vienen al caso” suspendió a Cayo ez Tirado.

Voluntarios facciosos en Zamora en los días del golpe militar  >>>>>

 

Se dispone el 10 de marzo de 1937 el sobreseimiento del Sumario, pues acredita el primer mandatario de Falange (sustituto de “el Ausente) que el camarada Francisco Rodríguez Sañudo, que hasta octubre de 1934 pertenec a partidos obreristas avanzados, prestó desde los puestos que le haan otorgado excelentes servicios como confidente (lo que certificaría el comandante Cotter si pudiera), y perseguido por sus antiguos compañeros ingre en Falange Española al vencimiento de la huelga revolucionaria de aquella fecha, desde la que estuvo hasta el inicio de julio de 1936 en constante comunicación  con él  y a sus  órdenes directas,  cumpliendo  a satisfacción  y con total fidelidad a Falange y a la Causa Nacional sus cometidos.

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1 Nacido en Linares (Tun, Asturias) en septiembre de 1890, socialista dueño de un pequeño comercio de ferretería y desde 1928 miembro del Trngulo Costa. Se le procesaba en rebeldía en 1944 por delito de masonería en el Sumario 1.094 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo.

2  Detenido desde el 28 de mayo, le enviaba una carta el 8 de julio de 1936 desde el Pabellón de Políticos de dicha Cárcel Modelo solicitándole información del movimiento sindical para dar cuenta al Mando, encomendándole aprovechar a los nuevos elementos que vienen a Falange pero sin adulterar nuestra doctrina revolucionaria y nacional- sindicalista”, y significándole que nuestro triunfo es próximo y no importan las persecuciones”.

3 Soltero, industrial, quien afirma que en una ocasión dijo Sañudo que había que detener a Cayo porque estaba cometiendo por la parte de Riaño inmoralidades como registros a mujeres atentando a su pudor”.

Industrial de 40 años, soltero. Afiliado a Falange desde el mismo día del Movimiento Nacional, conociendo entonces a Rodríguez Sañudo, que tenía orden del capitán Alberto Herrero Tomé de reunir a los afectos al mismo (afirma en su declaración).

                    5 Como Miguel Canseco aparece en 1927, doctor en Derecho e industrial minero, fabril y de construcción de vías férreas nacido en 1876 en Busdongo y vecino de León, soltero. Ministro de Fomento en la dictadura de Primo de Rivera, presidente de la Diputación y luego diputado, fundador en 1922 de la Cultural y Deportiva Leonesa, director del Hospicio, presidente provincial de Unión Patriótica y cabo del Somatén del partido de León. Conozco y me conoce bien Miguel Canseco. Estuve en su finca (de Armunia) con motivo de una concentración de somatenes de León (antiguos, pues la República había disuelto el Soman). Es hombre que puede ayudar bastante a la Falange”, decía Panizo a Sañudo en la citada carta del 8 de julio de 1936.

6 Natural de Calahorra, de 39 años, viudo, metalúrgico. En la prisión de Oviedo en las fechas de la sublevación, trasladado desde la de Santander. Es a mediados de febrero de 1937 (cuando depone en el Sumario 58/37) Inspector de la CONS en el servicio secreto de investigación”.

                            7 Sería alcalde de la villa-ciudad de Sahagún entre 1949 y 1956.

Nacido en Calzadilla de los Hermanillos (El Burgo Ranero), soltero. Nombrado por Cayo Díez Tirado como secretario provisional de la Falange de León, y más tarde por Agustín Revuelta secretario del servicio social político (afirma).

9 Roberto Sterling Álvarez, nacido en Biarritz (Francia), en septiembre de 1907, Ingeniero de minas en Hulleras de Sabero residente en León desde 1932. Nombrado vocal patn suplente del Jurado mixto de Minería de León en marzo de 1933. Conspiró para el apoyo de algunos compañeros de profesión al golpe militar, y al producirse formó parte de losprimeros jóvenes presentados en el Cuartel del Cid para alistarse como soldados voluntarios (Prieto Tercero, Secundino. Obituario. Roberto Sterling, Ingeniero de Minas”. Diario de León. 23-02-2006). Designado en julio de 1944 concejal- gestor del Ayuntamiento de León [Rodríguez González, 2003: 475].

10 Natural de Gijón, de 30 años, soltero, Ingeniero de minas. Residía en León, en el domicilio de su padre, Victoriano González.

11 Se trataba seguramente de las varias decenas de fusiles de los que se hablaba desde el oto de 1934 y que ni en octubre de aquel año ni en julio de 1936 aparecerían por parte alguna. La procura de armas por Falange deb de pretenderse en las fechas previas al golpe militar, cuando desde la rcel de Alicante José Antonio urgía a Mola a iniciarlo, y a los suyos a armarse para su propia sedición si aquel no la emprendía.

12  Para Falange, que se decía nacional-sindicalista, penetrar en el mundo sindical asturiano era prioritario para mostrar su vocación obrerista, y se encargó a Sañudo contactar a ugetistas sin ingresos tras la revolución asturiana y ofrecerles continuar su actividad en los sindicatos falangistas, cuya dirección pretendieron encomendar a trabajadores con previa experiencia sindical, antiguos cenetistas preferentemente, comunistas, ugetistas y provenientes de sindicatos católicos y libres”. Aún así, la CONS asturiana no llegó a disponer de un solo sindicato antes de la Guerra Civil (Bernal García, Francisco. El sindicalismo vertical. Control laboral y representación de intereses en la España franquista. La Delegación Nacional de Sindicatos. 1936-1945. Tesis doctoral. European University Institute. Florence. 2008, p. 166).

13 Nacido y domiciliado en Oviedo, de 24 años, soltero, estudiante de Ingeniería.

            14 El día de San Juan de 1936 coincidía Sañudo en León con Ponciano Pérez, y le encargaba visitar al comunista Victoriano López Rubio para tratar de conquistarlo para la Falange por considerarlo muy útil para la propaganda sindical, misión que no pudo realizar (declara el falangista de Valderas).

https://www.ileon.com/actualidad/120471/leon-julio-de-1936-los-hilos-de-la-trama-negra-falangista


 

Cuadro de texto:  
 

LOS ASESINADOS DE COYANZA EN VILLADANGOS DEL PÁRAMO EN 1936.

(En memoria y reconocimiento de Rufino Juárez García, fallecido el 1 de septiembre de 2021. Toda una vida de lucha por encontrar y dar digna sepultura a los restos de su padre, Rufino Juárez Fernández, de 39 años, labrador, presidente de la Junta vecinal de Vegas del Condado, uno de los al menos 85 asesinados y desaparecidos por el fascismo en los montes de Villadangos del Páramo en el otoño de 1936. ¡¡Qué la tierra te sea leve, Rufino, compañero y amigo!!)  

Ourense, 30 de agosto de 2021.

Día internacional en recuerdo de las víctimas de desapariciones forzadas.

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De seis vecinos de Valencia de Don Juan y de uno más, también como desconocido, se asienta su defunción en el Registro Civil de Villadangos del Páramo el día 20 de septiembre de 1936, trasladados desde la villa en un camión Ford de cuatro cilindros de la Fábrica de Harinas Industrial Valenciana, de Anastasio Ortiz (que había sido requisado) en la muy ventosa tarde del sábado 19, aprovechando al parecer que en la misma fecha hace con aquel vehículo su mudanza a León, donde se avecindaba, Argimiro Astorga Núñez, chofer que lo conduce, y a quien acompaña su esposa en el viaje (que no tardaría en fallecer, pues aparece aquel en 1937 como viudo, y destinado en el cuartel coyantino después de que ingresara en la Benemérita tras la muerte de su mujer y de clausurar el negocio del Bar La Unión que estableciera con aquella, para transitar por otros diversos destinos –entre ellos el Cuerpo de Persecución de Huidos que actuaba en los años cuarenta por El Bierzo y La Cabrera- acabando en El Barco de Valdeorras, donde finaría después de regentar un hotel en sus afueras).    

Transportaba la camioneta entre algunos otros ajuares y muebles en su parte delantera un armario de luna de una sola hoja o puerta, y en la trasera fueron echados los lacerados prisioneros. Enfila con su doliente carga la carretera hacia Villamañán dejando atrás el mesón que a su vera se levanta y seguida a una cierta distancia por un coche en el que van tres familiares de Moisés Rodríguez Martínez, a quienes han indicado que los llevan a San Marcos y a la cárcel leonesa, y que observan como en Villamañán han sumado a los seis coyantinos otro infeliz preso que custodiado por dos guardias civiles de su cuartel los espera al borde de la calzada, y que será el séptimo en compartir desde aquel punto con ellos su fatal destino (se nos asegura que pudieran haber recogido a algún apresado más a su paso por Santa María del Páramo –desde donde se habrían dirigido hacia León-, destinado solo a San Marcos o también a ser desaparecido desde allí, quizá los vecinos de aquella villa Regino de Paz López o Lucio Rebaque Val, al parecer también asesinados en las cercanías de Villadangos en estas fechas). Pierden aquellos de vista al camión en algún recodo de la ruta, y no lo verán ni en uno ni en otro reclusorio de León cuando a ellos llegan, ni tampoco en sus inmediaciones. Hay otra versión que varía en algo el relato de lo sucedido, según la cual los coyantinos conducidos a la capital lo serían en compañía de un joven de 16 ó 17 años, al que por su corta edad no admitieron para ser preso en San Marcos y que contaba más tarde del añadido que en Villamañán se había hecho.

Al día siguiente las familias de los victimados ya conocen que han sido hallados sin vida en un predio del Monte Campazas de Villadangos, una hondonada conocida como el Pozo Mulgar en la que los ejecutores los dejaron semienterrados por la noche, y que fueron sepultados en una fosa común “de su camposanto” (que llegaría a acoger en los meses siguientes los cuerpos de al menos 71 asesinados, paseados y desaparecidos, y sobre la que con el paso de los años se alzarían numerosos panteones), después de que les hiciera llegar la macabra nueva un vecino de Villar del Yermo, hermano del alcalde, que vio los cadáveres al pasar en su burro por allí y avisó a las autoridades en el pueblo, que dispusieron fueran recogidos los restos de los siete desdichados y arrojados a la fosa, y cuando se reunieron para tratar de conseguir un coche de punto en el que desplazarse a la localidad en la que yacían ya sus deudos no pudieron realizarlo, pues se encontraron con la negativa de los responsables del Ayuntamiento a facilitarles el salvoconducto necesario y obligado para dirigirse a Villadangos o a cualquier otro lugar. Más tarde allí se desplazaría José Pérez Guayo en bicicleta, y preguntando coincide con el de Villar del Yermo, quien le da razón de la ropa que vestía su padre, Víctor Pérez Barrientos, al ser asesinado.

De izquierda a derecha, Víctor Pérez Barrientos y Marcelino Quintano Fernández; Urbano González Soto; Moisés Rodríguez Martínez; Jesús Luengo Martínez (centro) y Fridiberto Pérez Manovel, cuatro concejales socialistas y dos ugetistas de Valencia de Don Juan ‘paseados’ en Villadangos en septiembre de 1936.  CORTESÍA DE JAVIER REVILLA.

Ya habrían comenzado a ocuparse en Villadangos de menesteres como aquellos en hacendera de vecinos, “lo que hubo de terminar haciéndose dada la frecuencia con la que aparecerían en sus campos aquel otoño carretadas de cadáveres de paseados cuyas desesperadas e inatendidas peticiones de clemencia rasgaban las noches y el atemorizado sueño de los vecinos del lugar”, según nos testimoniaba en abril de 2003 la señora Laureana Martínez, que pasaba ya de los noventa años, quien también nos contaba del desagradecimiento que el franquismo tuvo con su marido, uno más de los muchos enrolados a la fuerza en el ejército rebelde para contribuir a su victoria, herido en la toma de Bilbao, retornado y muerto al poco por causa de esas heridas que (por sus antecedentes izquierdistas) nadie –comenzando por el médico del municipio– le reconoció como de guerra ni compensó con paga ni pensión alguna, condenada ella así a sacar a sus hijos adelante en la soledad de las estrecheces y miserias en parte parecidas a las que penaban los vencidos.

Era aquella tragedia personal y familiar de los de Coyanza en muchos de sus detalles parecida a tantas otras como en otros muchos pueblos entonces se vivían y morían, y muy similar a la que en la misma noche de aquel sábado 19 de septiembre se desarrollaba en uno no muy alejado, Jiménez de Jamuz, en el que once de sus vecinos, no menos infelices e inocentes que los malhadados coyantinos, eran desaparecidos para siempre tras ser sacados de sus casas y arrebatados de los suyos. (Cinco días antes se había referido el pontífice Pío XI al “odio satánico hacia Dios de los republicanos españoles”, y el anterior un bombardeo de los leales causaba graves daños al Alcázar de Toledo –asediados sus sediciosos defensores desde el 22 de julio–, sin que consiguieran tomarlo, y revanchas por reveses como aquellos, avivadas por los agrandados rencores que sin duda esparcirían semejantes prédicas desde la cúspide católica, pudieran haber motivado o influido la abundante y mortal violencia desatada en la retaguardia franquista leonesa por entonces).

Vinieron luego a conocer los familiares de los asesinados Marcelino Quintano Fernández, Frideberto Pérez Manovel, Moisés Rodríguez Martínez, Jesús Luengo Martínez, Víctor Pérez Barrientos, y Urbano González Soto (y así lo cuenta Josefa Rodríguez, hija de Moisés) que la camioneta llegó a presentarse con sus ocupantes en San Marcos y allí fueron tirados en una de las celdonas que habían sido antes cuadras de los caballos del Depósito de Sementales, en la que recibirían otra descomunal paliza, tras la cual, en el mismo camión después de descargar en algún lugar de León los muebles y enseres transportados, o en otro vehículo distinto (lo que nos parece más probable), serían los siete conducidos al que ya por entonces era cotidiano matadero en Villadangos del Páramo (y sus pedanías de Fojedo y Celadilla, en fosas de cuyos cementerios terminaban 14 ultimados más, del total de 85 que lo fueron en los campos del municipio), donde durante años creyeron que aquellos paseados eran vecinos de Valderas. De San Marcos avisarían al cabo de un tiempo a los allegados de Moisés Rodríguez para que recogieran una pelliza que allí había a su nombre y que aquel llevaba cuando fue conducido a León con los demás, lo que no hicieron, dado el inmenso miedo a “significarse” como desafectos que aún sentían. Nada más supo nunca la familia de Víctor Pérez de la manta que mitigaba el frío y el dolor de sus maltrechos huesos cuando lo encaminaron a la capital con los que serían sus compañeros de martirio. 

Sus despojos, como los de los otros numerosos pobladores de la fosa común, situada a lo largo de uno de los muros del cementerio de San Juan, y en la que se cavaban correlativos nuevos hoyos a medida que iban apareciendo más cadáveres, colocados a continuación de los anteriores, no habrían sido nunca retirados de la misma, construyendo los mausoleos encima de ellos (se nos aseguró en abril del año 2003 cuando indagamos sobre estos pormenores en el pueblo), una apreciación que parecía diferir de la obtenida por Rufino Juárez García, hijo de otro de los tirados a la zanja (Rufino Juárez Fernández, paseado el 22 de octubre de 1936 junto a Epifanio Llamazares Cármenes, de 55 años, vocal de la misma Junta), en las pesquisas que él hizo muchos años antes que nosotros –en los cincuenta– de los eclesiásticos responsables del cementerio, quienes le dijeron que tales restos habrían terminado en algún momento (posiblemente al erigir los mausoleos) recogidos y echados al osario, al parecer con escaso respeto y sin ningún cuidado.  

Consideramos importante señalar que las personas de edades avanzadas que en Villadangos nos informaron sobre aquellos hechos, de los que habían sido coetáneos, lo hicieron tan solo a medias sobre las particularidades relativas a la fosa común en la que tantos acabaron, omitiendo, tal vez porque lo consideraban a aquellas alturas de la historia detalle poco virtuoso o que pudiera resultar de alguna manera vergonzante para la localidad, que, como más tarde tuvimos ocasión de conocer, dicha fosa o zanja se situaba ciertamente “a lo largo de una de sus tapias”, pero fuera del camposanto y ajena al mismo (los “rojos” asesinados no eran tampoco allí merecedores de ser sepultados en tierra sagrada), de tal modo que vino a quedar en su interior cuando años más tarde este se amplió por su zona sur para erigir los panteones sobre ella (así nos lo aseguraba Bernardino Gago Pérez, sobrino de uno de los asesinados, Frideberto Pérez, en octubre de 2014, según le había testimoniado hace años un empleado del Ayuntamiento que ya sumaba mucha edad).    

De los caminos que de la carretera León-Astorga que atravesaba el monte desembocaban en los predios Val de Hulleros, Vallemedio, Las Bogueras, Vereda de Raposeras y Camino de la Estación –además del Mulgar, junto a la Senda de la Sortija-, en cuyos bordes se perpetraron tantos crímenes, recuerdan aún gentes ancianas de Villadangos haber visto de niños pasar camino del cementerio algún carro cargado de cadáveres, que se retiraban del campo por disposición del presidente de la Junta vecinal (al que los mismos empleados de la estación de ferrocarril avisaban cuando en sus cercanías aparecían al alba asesinados), mediando en ello “la compasiva coordinación del vecindario y la labor humanitaria y conciliadora del médico del pueblo, Tomás del Riego Cabezas (natural de San Féliz de Órbigo, ejercía desde 1929), y del párroco Manuel García Arias (nacido en León, lo fue de 1906 a 1945), que propiciaron que todos los ejecutados recibieran cristiana sepultura y contribuyeron a que no sufrieran represalias ninguno de los vecinos del pueblo, haciendo frente en ocasiones a elementos forasteros que pretendían castigar a algunos de ellos”. Tal es el relato que oficialmente hoy se hace en Villadangos (Historia y testimonios sobre los hechos. Ayuntamiento de Villadangos del Páramo. 21-09-2020), discordante en algunos puntos del que antes hemos presentado, y parece que puesto en entredicho por la primitiva ubicación de la fosa común extramuros del sagrado y cristiano recinto.   

Sobre los mismos hechos hay otro relato que difiere del anterior, sobre todo en lo referido a la actuación del sacerdote. Es el que hace Marina Cid (en Twitter (@MarinaCid1). 26-09-2020):

Mi bisabuelo Ramón Martínez Farrapeira fue maestro republicano (de la Promoción 1913-1914) entusiasta de la Institución Libre de Enseñanza, primero en Villafranca del Bierzo y más tarde en Villadangos con el fin de acercarse más a León, durante la Guerra Civil. Se dedicaba a enseñar tanto a niños como a adultos; a medir las tierras, a contar; promovió la creación de un embalse para dar de beber a los animales y regar las tierras en verano. Él era ateo, aunque siempre llevaba a los alumnos a misa y los esperaba en la puerta de la iglesia, surgiendo así ciertas “discrepancias” con el cura del pueblo... Empezaron los fusilamientos, con carros cargados de gente por las noches. No sabían dónde los llevaban y el miedo los hacía estar en silencio, hasta que un día lo descubrieron. A partir de entonces mi bisabuelo y el médico Tomás del Riego cuando escuchaban marcharse a los militares acudían al lugar para comprobar si alguno seguía con vida y para recoger botones, fragmentos de tela..., algo que pudiera resultar singular y sirviera a las familias de aquellas personas para saber que había sido de sus seres queridos. Con todo ello hicieron un registro ordenado que mantuvieron escondido.

Posteriormente, mi bisabuelo fue denunciado por estas actividades. Entre los denunciantes siempre se dijo que estaba el cura párroco, aunque no se pudo demostrar. Tuvo que huir a León con su mujer y tres hijos, donde hubo de permanecer escondido durante largo tiempo en un sótano de la cocina. Por mediación de la familia de su mujer, consiguió no ser detenido y probablemente evitó su asesinato. Fue destituido de su cargo en Villadangos y como castigo quisieron enviarle de maestro a un pueblo perdido en La Cabrera, a lo que renunció por no llevar allá a su familia y por coherencia con sus ideales, siendo entonces apartado de la enseñanza para siempre.

 https://www.diariodeleon.es/articulo/coronavirus-leon/asesinados-coyanza-villadangos/202109060334182143746.html

            Los “elementos forasteros” a los que se alude en la citada narración serían quienes, después de que los componentes de la Gestora municipal frentepopulista de Villadangos del Páramo, o parte de ellos, hubieran sido apresados en el calabozo o depósito del pueblo, se presentaron allí con una camioneta en la que pretendían llevarse a aquellos para darles el paseo, a lo que se opuso el nuevo alcalde designado días antes por los sublevados (Máximo Argüello), impidiéndoselo y alegando en su favor que “no habían hecho daño a nadie”, y que, “no debía de enlutarse la fiesta mayor del 25 de julio próxima a celebrarse”. De esta manera, “no se mató a nadie de este municipio”, afirman en el mismo, aunque sí parece que se dieron otras represiones de vecinos vencedores con el golpe militar sobre los derrotados, al menos la que en abril de 1937 dirigían contra el convecino Blas Fuertes Ballesteros (de 31 años), acusado “de ser de ideas comunistas, recibir folletos de tal ideología, y estar afiliado a la CNT”, y condenado en mayo en consejo de guerra a seis años de prisión y a ser incautado de sus bienes por insulto a fuerza armada, la constituida por Pedro Arias Díez, juez municipal, y David Martínez, presidente de la Junta vecinal, pertenecientes ambos a las Milicias de Falange Española (falangistas eran también entonces Manuel López y Arsenio Lanero Villadangos, de 36 años, casado, labrador). El padre del sentenciado, Miguel Fuertes Rodríguez (viudo, jornalero, como su hijo), y su esposa, Josefa Sarmiento Ordás, fueron también encarcelados unos meses en San Marcos. A todos ellos los relacionan con “el exsacerdote Valentín Cardeñoso González”, cuya casa en Villadangos visitaban (como muchas otras gentes, del pueblo y de los contiguos, para consultarle sobre leyes, “ignorantes y pacíficos campesinos a los que solivianta”)[1].

A las represalias señaladas habría que añadir las que sufrieron el mismo Valentín Cardeñoso y el también convecino Francisco Villadangos González (de 53 años, casado, labrador), detenidos a mediados de febrero de 1939 en la Prisión Provincial (de la que trasladan al primero al Hospital de San Antonio Abad, dados su avanzada edad y su escasa visión por sufrir de cataratas) y procesados por injurias al Ejército y a la justicia militar vertidas en la (jurídicamente bien fundamentada) instancia que, redactada por el exclérigo[2], el segundo dirige a finales de 1938 al Capitán General de la Octava Región Militar en solicitud de que se le indemnice por el atropello en el verano de 1937 por un camión militar que le causó a él heridas y la muerte de su hija quinceañera Victorina Villadangos Martínez (“y de un pollino”), suceso por el que se incoaba el Sumario 683/37, sobreseido provisionalmente en junio de 1938 por desconocer el instructor los datos del vehículo y la identidad de los posibles responsables que lo conducían y ocupaban. Libertad provisional en espera del consejo de guerra decretaban el 6 de mayo para el labrador, conceptuado por las autoridades locales (el alcalde, Máximo Argüello, y el Delegado de FET y de las JONS, el referido Tomás del Riego) y tres “solventes convecinos” como derechista y de total afección al Movimiento Nacional, habiendo ejercido a su inicio y como tal un cargo en la Junta vecinal. No así para el exsacerdote (que viste sotana), del que informan ser “indeseable y de pésima conducta que nunca ha mostrado adhesión al Movimiento; que para ninguna de las Suscripciones ha aportado el más insignificante donativo; y que no cumple los preceptos de nuestra Religión”, al que hasta el 1 de junio se mantenía hospitalizado y preso.   


[1] Según lo manifestado por Emilio Argüello García, hijo de aquel alcalde (que lo era a finales de febrero de 1937 y en 1939), y los datos del Sumario 209/37.

[2] Apodado “el Curín”, de 70 años de edad, nacido en Valladolid, sacerdote en Astorga hasta hacía unos 14 años, en que se trasladó a Villadangos para vivir allí precariamente. Antes, por su pertinaz rebeldía a la Autoridad eclesiástica (y “por escribir en un periódico contrario a la religión que profesaba y de la que era ministro”, afirman desde la astorgana Inspección de Investigación y Vigilancia), le imponía aquella la suspensión canónica que lo inhabilitaba como sacerdote, y en abril de 1908 lo procesaban “por publicación clandestina del número 1 de ‘El Evangelio en Astorga’, injurias a los Tribunales, ofensa al pudor, y desacato al obispo”. A los Tribunales eclesiásticos y al prelado desacataba de nuevo, por escrito, en mayo de 1909, y en 1923, tras el golpe de Primo de Rivera, en el pleno de constitución del Ayuntamiento de Astorga el 8 de noviembre, por la diatriba sobre la a su entender ilegal conformación del mismo se le instruía un expediente después sobreseído. De “inclinado a pendencias y litigios, y harto conocido de las Autoridades judiciales, ya alguna vez encarcelado por ofenderlas injuriosamente”, lo califica ahora el obispo Antonio Senso Lázaro (Sumario 118/39). En la década de 1940 celebraba misa, y estaba prácticamente ciego (Sánchez Fuertes, Cayetano. La villa de Villadangos del Páramo. Historia y tradición en el Camino de Santiago. Ayto. 2012).

 


FOSAS COMUNES EN VILLADANGOS DEL PÁRAMO

Ourense, 5 de septiembre de 2021

“…convendría desterrar la idea de que, en una futura ampliación del Polígono Industrial al norte y noreste del actual, pudieran encontrarse fosas comunes. (…) Una «posibilidad» que a la luz de los datos que tenemos en la actualidad se antoja más que improbable”.

A propósito de las gestiones emprendidas por familiares de asesinados por el franquismo en Villadangos para localizar las fosas en las que terminaron y recuperar sus restos para llevarlos con los demás de sus seres queridos, se decía en septiembre del pasado año 2020 lo anteriormente señalado en el Informe oficial al respecto del Ayuntamiento de Villadangos del Páramo, asumido por su actual alcalde, parece que más interesado y preocupado por tal ampliación que por el cumplimiento del derecho humanitario, y aún por la compasiva práctica de la caridad cristiana con los sufridos deudos de los muchos infelices que injusta e inmerecidamente acabaron asesinados y desaparecidos en los predios del municipio e indignamente enterrados en algunos de sus cementerios, Informe en el que se afirma y se sostiene que de aquellas desventuradas víctimas “nadie quedó sin enterrar en el camposanto”.   

Pues bien: en abril del año 2003, en mi búsqueda tratando de saber el paradero de los once varones “sacados” de mi pueblo Jiménez de Jamuz en la noche del 19 al 20 de septiembre de 1936 por falangistas y desaparecidos desde entonces sin que hasta hoy nada más de ellos se supiera (mi abuelo materno entre ellos), me dirigí a Villadangos del Páramo, donde, por cierto, fui muy bien acogido y ayudado por la señora Laureana Martínez, por algunas otras personas de edad, y por el señor párroco de entonces. Las indagaciones allí realizadas me permitieron, en principio, desechar la posibilidad de que entre los numerosos paseados en sus campos se hubieran encontrado aquellos antiguos vecinos de mi pueblo.   

Continuando con mis investigaciones, indagué en el verano del mismo año 2003 en los Registros Civiles de Sariegos, León, Cuadros y Garrafe de Torío, en los que hallé asentamientos de defunciones de personas desconocidas encontradas en el verano y otoño de 1936 en los descampados de aquellos lugares. Hablé también en Carbajal de la Legua con algunas personas mayores del pueblo, y estudié, acompañado por uno de los sacerdotes a cargo de la iglesia de este pueblo, del que también obtuve toda clase de facilidades, los libros de enterramientos de aquellos años. Todas las pesquisas referidas continuaron resultando infructuosas en mi particular búsqueda.

En Carbajal de la Legua me manifestó don Ángel Lorenzano Flórez, quien tenía unos doce años en 1936, que en el otoño de aquel año aparecían con frecuencia cadáveres en el monte de este término. Recordaba el grupo de los encontrados a primeros de octubre (cuyas anotaciones yo había contemplado en el libro de defunciones de Sariegos). Me contó de tres grupos de cadáveres hallados al menos en aquellos meses, uno llevado en carretas y enterrado en una fosa extramuros del cementerio, que al ampliar este quedó más o menos en su centro (algo muy parecido a lo que por entonces sucedía en Villadangos y en tantos otros lugares), y otros dos grupos que por estar ya sus restos en avanzada descomposición fueron inhumados en el mismo lugar de su hallazgo, que aún recordaba. También me refirió como el responsable de la Junta Vecinal del pueblo obligó, por razones sanitarias, a establecer turnos de hacenderas entre los vecinos para recoger los cadáveres que aparecían en sus montes….., un procedimiento similar al que también se seguía en Villadangos.

Dadas unas y otras similitudes:  

¿¿PUEDE ALGUIEN AFIRMAR ROTUNDAMENTE HOY (incluidos el redactor del citado Informe oficial del Ayuntamiento de Villadangos y su alcalde) QUE ALGO PARECIDO A LO QUE SE DIO EN CARBAJAL DE LA LEGUA NO SUCEDIERA EN NINGÚN CASO CON ALGUNOS ASESINADOS EN LOS MONTES DE VILLADANGOS DEL PÁRAMO??

 https://www.diariodeleon.es/articulo/tribunas/fosas-comunes-villadangos-paramo/202109171412372146742.html

 

De cuando en junio de 1937 Piedad Álvarez Rubio La Peñina (primera mujer taxista de León y de España) y su familia fueron encarcelados en San Marcos.

___________________________________________________________________________Ourense, julio de 2021 

 

 

        Efectivos  del  Noveno  Batallón  del  Regimiento  de  Infantería  Mérida  35,  radicado  en  Ferrol, ocupaban en junio de 1937 el conocido como Cuartel del Hospicio, alojado en la parte que daba a la calle o carretera de la Independencia. El día 26 de aquel mes, por la tarde, unos muchachos, jugando a la pelota, encontraban en el tejado de la casa sita en el número 19 de dicha calle (una de las adosadas a la cerca medieval), frente a la puerta del Cuartel y habitada por Alejandra Álvarez Rubio, dos cargadores de pistola completos del calibre 7,65, muy deteriorados y con aspecto de llevar allí mucho tiempo, y una granada de mano Laffite. Tiene el alrez Avelino Fernández Millares (de 24 años, soltero, destacado en León con el batallón al que pertenece) en su poder los cargadores, e ignora qué ha sido de la bomba.            

                 Al día siguiente, provisto de una escalera de mano, pretendía el oficial comprobar si en el tejado se hallaban otras armas, y al subir al mismo salió a un corral interior la dueña de la vivienda (Alejandra, desconocedora de aquel hallazgo, como toda su familia, a la que no se dio aviso alguno de ello ni de tal comprobación), tindole piedras, insultándolo y mandándole bajar, ante lo cual se personó en la Comisaría para que el agente José María Franganillo Barrios lo acompañara a registrar el domicilio, lo que impidió cuando a él se dirigieron, no permitiéndoles entrar, la inquilina de la vivienda (Francisca Fernández Dueñas, de 27 años, nacida en Benavides de Órbigo, cada de Alejandra), que fue en busca de la propietaria. Regresada esta, también se opuso a la entrada de los uniformados, salvo que lo hicieran por la puerta del corral, accediendo luego a abrirles la principal de la casa (“dio a esta una patada y entró, declara el policía), tras lo que a la busca de más armamento o municiones realizaban aquellos el registro, que resultaba infructuoso. A su final se negaba rotundamente Alejandra Álvarez a acompañar al agente de Investigación y Vigilancia a la Comisaría, y con brusquedad le arrebata de las manos el teléfono cuando este se disponía a llamar a sus superiores (“pues la maltrataron antes, dirá Alejandra), teniendo que hacerlo desde el cuerpo de guardia del Cuartel. Más tarde, con la ayuda de otros dos agentes policiales (Fernando Martínez y Bernardo az Caro) se detuvo y se trasla a Comisaría   a Alejandra Álvarez Rubio (natural de León, de 35 años, soltera, sus labores), que recriminaba a los militares “abusar del elemento civil aprovechándose del Estado de Guerra, pero pronto lo pagan, y no ser de los mejores, aunque lleven muchas medallas en el pecho.

 

<<<<<< León. Hospicio y Avda. de la Independencia

        Cuando se instran diligencias por lo antes sucedido se presentan en la Comisaría los hermanos de la detenida Lucio Álvarez Rubio (de 37 años, casado, chófer, residente en el mismo domicilio) y Piedad Álvarez Rubio (de la misma edad y estado, vecina de la calle de la Rua y “choferesa desde 1932), pretendiendo, “en tono violento e irrespetuoso, una vez que se ultime la denuncia de Alejandra, denunciar a su vez ellos al alférez, a otros oficiales y a varios soldados por haber saltado ayer una tapia de su casa, causando daños y dejando abierta la puerta que da a un patio, sin pedir permiso a nadie y sin que el capitán (Juan Pérez Pardo) hiciera caso de sus quejas. Los policías los llaman al orden por su actitud, que fundamentan –dicen “en ser toda la familia Álvarez Rubio (apodados los Peñines) de marcada ideología izquierdista –los culpan de haber pertenecido a Unión Republicana y mostrar desagrado y antipatía por los militares, agregan a las diligencias iniciadas a Piedad, Lucio, y su esposa Francisca, y a disposición del general gobernador y comandante militar a todos los encierran en San Marcos en la siguiente fecha (a Alejandra desde la prevención de la Comisaría, y a sus hermanos y cada después de apresarlos en sus domicilios) y los encausan por el procedimiento sumarísimo 309/37 por auxilio a la rebelión militar que instruye el teniente de Infantería Ricardo Aguilar Martínez.

 

En el antiguo convento, prisión y campo de concentración de prisioneros ahora, los interrogan a primeros de julio, y manifiesta Piedad que en la Comisaría los trataron muy descortésmente cuando, conociendo la detención de Alejandra, allí se personaron Lucio y ella. Se toma declaración a otras personas, entre ellas (a la mitad del mes) a José Peláez Zapatero, secretario de la Diputación Provincial, quien cuenta como cuando las elecciones de febrero de 1936 requir particularmente, y pagándolos, entre otros veculos dos coches situados en el punto de la Iglesia de San Marcelo, el de Lucio Álvarez “el Peñín” y otro, para traer de los pueblos a la capital personas de derechas en ellos residentes pero que tean el voto aquí, negándose ambos  a complacerlo y dándole a entender que para la derecha no hacían tal servicio.

 

Desde el Juzgado municipal se desempolvan los antecedentes penales de los hermanos Peñines, incluso los legalmente cancelados: daños por imprudencia de Lucio en 1926; maltrato y lesiones producidas por Rita y Lucio en 1932 a su anterior esposa Agustina Fernández Gutiérrez; daños causados en junio de 1934 con su coche a otro automóvil, y en diciembre mutuo maltrato entre Alejandra, Lucio, Lázaro Rodríguez Cordero y su esposa Piedad, y lesiones leves de esta; y en agosto de 1936 desobediencia de Lucio a varios guardias municipales y negativa a cumplir una prestación urgente impuesta por el gobernador civil. Francisca Fernández, la actual esposa de Lucio, no los tiene.

Piedad Álvarez Rubio con su Fiat Balilla. Mundo Gráfico. 1935  >>>>

 

Informa  Cipriano  Acero,  comisario  de  Investigación  y  Vigilancia,  de  sus  antecedentes político-sociales, calificando a la familia de los Peñines” de izquierdistas y francamente desafectos al Movimiento Nacional, y afirma que en octubre de 1934 sus coches de alquiler, conducidos por ellos o por otros de confianza y de su misma ideología, se usaron por el Comité revolucionario de la provincia para llevar el aviso escrito del día y hora de la revolución y las consignas a los comités de otras poblaciones, a veces solos, y otras en compañía de un elemento marxista (para la zona de La Bañeza lo hizo Piedad Álvarez, percibiendo por ello cien pesetas). Entre los as 3 y 6 de octubre de aquel año los revolucionarios de la capital y de los pueblos aledaños fueron muy activos. Los 19 fusiles con que contaban en la Casa del Pueblo se llevaron al Barrio de la Vega para usarlos en la toma de la Estación del Norte, en contra del acuerdo previo de que los ferroviarios tan solo se llevarían seis u ocho, por lo que Antonio Fernández Martínez (“fusilado, se apunta; lo había sido con  trece  más  el  22  de  noviembre),  miembro  del  Comité  y  secretario  del  Sindicato  Minero Castellano, se trasla a la Estación en el coche de Piedad para averiguar dónde estaban aquellas armas y recoger algunas para ser empleadas en otros sectores. Como agentes de enlace actuaron en aquellas fechas los Peñines, circulando con sus coches con el pretexto de supuestos viajes y transmitiendo órdenes de los elementos revolucionarios a las masas.

 

Acusa a Piedad Álvarez y a su marido, ya en el actual y Glorioso Movimiento Nacional de responder, a los pocos día de ser liberada La Robla, “al saludo fascista de ahora de otro taxista con el que se cruzan con el brazo en alto y el puño cerrado (lo que corrobora el conductor y niegan ellos y todos los pasajeros de ambos autos, sin que aclare nada el careo al que los someten), y a Lucio de haber sido furibundo propagandista de Gordón Ordás, de ser provocador de huelgas ilegales del transporte y de arrojar en una de ellas en 1935 junto a otros dos y para impedir la circulación gran cantidad de clavos por la Plaza de Santo Domingo y otros lugares y carreteras de salida de León, y de negarse cuando los pasados comicios generales a dar con su coche servicio a derechistas que viajaban para hacer propaganda electoral, y a los que lo hacían para votar en otras localidades, imputación que también hace a Piedad y su marido (que estos rechazan, pues todo el último periodo electoral alquilaron un coche al candidato católico independiente Valeriano Bautista ez-Arias, y en otros anteriores han trabajado con sus dos automóviles del punto’ para el canigo de la Colegiata de San Isidoro Julián García ez bajando gente derechista de los pueblos a votar”, extremos que los aludidos ratifican, añadiendo el sacerdote que Piedad evitó en uno de tales viajes, entre Piedrafita y Canseco, que varios izquierdistas que les salieron al paso impidieran votar a los de derechas ). ade el comisario que en 1936 los tres hermanos, con ocasión de un mitin en el que participó Calvo Sotelo (“el gran tribuno y mártir de la Patria), agredieron en unión de otro chófer a un joven derechista que intentaba expulsar a un interruptor”, que hay fundadas sospechas de que aprovechando sus desplazamientos por la provincia y regiones de la España liberada espían al servicio de los rojos, y que son, sin duda alguna, peligrosos para la Causa Nacional. De afectos al Frente Popular y de mala conducta y proceder los cataloga desde la Comandancia de la Guardia Civil el capitán Bernardo Venta Venta.

 

A la Prisión Provincial pasaban el 10 de agosto a Francisca Fernández, consorte de Lucio, continuando en San Marcos él y sus hermanas. Dos as más tarde notificaban a Alejandra su procesamiento por los delitos de desobediencia e insultos a Fuerza armada, y se ordena el siguiente el traslado de Francisca del caserón de Puerta Castillo a la Casa de Maternidad (en el Hospicio Provincial), ya que se halla en el octavo mes de embarazo. Ella y los también sobreseídos Lucio y Piedad continuarán no obstante presos a disposición del Delegado de Orden Público, el militar Ángel Fernández (lo era desde el pasado marzo), a efectos gubernativos” y por tiempo indefinido, seguramente hasta abonar las considerables multas que como a tantos en parecida situación les impondrían.

 

El 30 de agosto era juzgada Alejandra Álvarez Rubio en consejo de guerra celebrado a las siete y media de la tarde en la Sala de Justicia del Cuartel del Cid (el tercero del día en el mismo lugar), presidido por Luis Salas Caballero (teniente coronel de Caballería retirado) y en el que actúan como vocales los capitanes Pablo Gago Alonso, José del Arco García, Juan Carnicero Méndez, Sergio Martínez Mantecón, y Miguel Mosset y Sánchez Carpio (todos de Infantería menos el último, que lo es de la Guardia Civil), vocal ponente Gonzalo Fernández Valladares) oficial del Cuerpo Jurídico  Militar),  fiscal  Manuel  Junquera  Fernández  Carvajal  (oficial  del  mismo  Cuerpo),  y defensor Higinio Guerra Valcarce (teniente de Infantería). La acusada (de izquierdista e impetuosa de carácter la caracteriza la sentencia) resultaba condenada a la pena de seis meses de arresto mayor, y para cumplirla era conducida a la Prisión Provincial el mismo día.

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                                    Dos apuntes a propósito de lo tratado:

            En el Hospicio, convertido en otro de los campos de concentración de prisioneros de guerra que en Ln dependían del campo matriz” de San Marcos, junto a los cautivos y a su amparo en evitación de posibles bombardeos de la aviación republicana, se alojaron tropas del batallón de Infantería desde el otoño de 1936 hasta 1949, y se almacenaron proyectiles y explosivos, sin que se vaciara de hospicianos.

 

            El que era Jefe de la Comisaría de Investigación y Vigilancia, Cipriano Acero Calvo, había llegado a Ln después de la toma de Badajoz el 14 de agosto de 1936 (allí ejercía el mismo cargo, y habría favorecido la fuga del gobernador civil a Portugal dos días antes de la misma). Hombre inmoral y de pocos escrúpulos, que durante la guerra se apropiaba, al parecer en connivencia con el delegado de Orden Público, de los fondos  destinados  al  Subsidio  Pro  Combatiente  procedentes  de  los  impuestos  sobre  artículos  de  lujo (incluidas las bebidas que se servían en los lupanares), y también de objetos procedentes de requisas, prestándose (bajo precio) a retirar a algunos de las listas cuando se confeccionaban las de los antiguos componentes del Frente Popular, antes de ser trasladado a Oviedo, donde continuó con sus indignidades, sen sendos informes de la Dirección General de Seguridad de junio y julio de 1941, recogidos en 1987 en el libro Manuscritos de silencio en la paz de España que, con pseudónimo, publica quien era sobrino del antiguo gobernador civil de Ln (en 1940-41), el falangista zamorano Carlos Pinilla Turiño.

 

  https://www.diariodeleon.es/articulo/sociedad/penina-presa-san-marcos/202107110333422129343.html

 

 

https://www.lanuevacronica.com/la-rebeldia-de-la-penina-choferesa-desde-1932

 

 


La Bañeza, 1970. Cuando el Programa de las Fiestas Patronales no gustó a la Benemérita.

 Ourense, julio de 2021

 

                    Leandro Sarmiento Fidalgo era en agosto de 1970 alcalde desde el inicio de aquel año, tras sustituir en el cargo a su hermano Fidel, que lo había ejercido a lo largo de los cuatro anteriores, y llegado el mes de agosto, a su comienzo publicaba el Ayuntamiento el programa oficial de festejos en honor de la patrona de la ciudad, la Virgen de la Asunción, cuya festividad del día 15 caía en está ocasión en sábado.  

            En el colorista cuadernillo que daba cuenta de las celebraciones y actividades con tal motivo programadas se incluían, además de anuncios de las industrias y comercios locales, algunas colaboraciones literarias, una de estas el siguiente relato, acompañado de una imagen de la Iglesia del Salvador, firmado por “Chencho” y titulado

Con “sabor”

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Eran las tres. Las tres de la madrugada paridera de quietud. No se oía, en ese instante, ni el eco del silencio. Nada. La Bañeza dormía.

Decidí pasear por sus calles a esa hora. Desenterrar, estudiar a una ciudad en la profunda soledad de la noche. Me levanté de la cama, me duché y salí con el ánimo dispuesto a la meditación.

Respiré hondo. Con paso lento y lento llegué a la Plaza Mayor. Solo dos guardias civiles, con cara hierática y tricornio calado hasta las orejas, departían amigablemente. Me acerqué a ellos.

–Buenas noches.

–¡Qué hay! Buenas noches. Contestaron al unísono clavándome sus ojos analíticos.

–Hermosa noche, ¿verdad? Les dije al tiempo que les ofrecía un cigarrillo.

–Espléndida.

–Sí ciertamente. Es espléndida. Voy a dar un paseo largo, tranquilo, sin pararme con nadie. ¡Hasta luego!

–Adiós. Respondieron.

Me alejé. Nunca me han gustado los guardias civiles. Son secos, escuetos, lacónicos, espartanos. No son simpáticos. Al menos a mi, desde niño, nunca me lo han parecido.

Sin saber por qué, seguí la dirección de la calle Gral. Franco. La Plaza los Churros apareció urgentemente ante mis ojos. Me acordé entonces de Casio, ese hombre del minúsculo metro, que tantos y tantos años colaboró en el desayuno de los bañezanos. También de Nistal, fumador empedernido, 20 puros pequeños y cuatro farias cada jornada, quien diariamente nos sirve la prensa con las noticias mundiales.

Continué por la calle José Antonio. Me consideraba a mi mismo, esa madrugada, como una soledad poblada de memoria. Recordé facetas de mi vida: estudiante, periodista, novio, marido…

Sumido en mis pensamientos llegué al Seminario. Acacias frondosas, en solemne posición de firme, me recibieron.

Empezaba a amanecer. Desde allí contemplaba a La Bañeza y quería desgranar lo que veía: la eternidad de sus casas envueltas aún en sombras, la torre de la iglesia, la cúpula del Ayuntamiento, la chimenea de la Azucarera…

Pero detrás de los cristales de sus casas, rezando en sus iglesias, paseando por las calles, hay gentes que ríen y que sufren y dan una fisonomía propia a cada lugar.

Efectivamente los pueblos tienen “alma”. Hay pueblos tristes o alegres, trabajadores o uraños. Igual que las personas.

¿Cómo es La Bañeza?... Dentro de unas horas, cuando ya se haya desperezado del sueño, cuando la ciudad comience a bullir, cuando los cohetes surquen el espacio anunciando fiesta y alegría, con el abrazo y el saludo presto al forastero, departiendo, en inagotable “alterne”, la sal y pimienta de su carácter.

Aquel que dijo: “Los bañezanos todos gitanos”, debía ser una persona muy inteligente. Sí, tenía que ser muy listo. Acertó plenamente en la definición.

Porque los bañezanos somos gitanos. Pero no lo  que entiende el vulgo por gitanos, no. Nosotros somos gitanos con “casta”, con salero, con gracia, fuerza, temperamento, autenticidad, “sabor”.

Así somos los bañezanos: Con “sabor”.

Chencho

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Comandaba entonces el cuartel o puesto de la Línea de La Bañeza el teniente guardia civil  Alfredo Álvarez Álvarez-Fernández, perteneciente a la 612ª Comandancia de León, quien, llegado a sus manos el día 6 de agosto el programa de las fiestas patronales, vio al examinarlo, con sorpresa poco grata, el artículo firmado con pseudónimo en el que aparecen las frases poco afectivas (sic) para el Cuerpo “Nunca me han gustado los guardias civiles. Son secos, escuetos, lacónicos, espartanos. No son simpáticos. Al menos a mí, desde niño, nunca me lo han parecido”, que el benemérito subraya (como hace con las referidas al tricornio y a la cara hierática de la pareja que por la noche patrulla en La Bañeza) en el ejemplar que como prueba y junto con el atestado instruido remite al general gobernador militar de León.

La autoridad castrense provincial, realizadas averiguaciones que determinan que el tal Chencho es Florencio Pérez García, natural de Oteruelo de la Vega, de 26 años, casado, domiciliado en La Bañeza, de profesión periodista (“en 1967 estudiaba en León Magisterio, carrera que aún no finalizó, llevando en la capital vida bohemia”, apunta el informe policial), que citado a comparecer en el cuartel lo hace y reconoce ser por propia iniciativa el autor de aquel escrito, que –afirma– “nunca creyó que molestaría a nadie”, a pesar de lo cual el teniente lo detiene por el delito de insulto e injurias a Fuerza Armada y, a disposición de la citada autoridad, lo conduce a la Prisión Provincial (en el Paseo del Parque desde junio de 1965, clausurada entonces “la carcelona de Puerta Castillo”), en la que queda recluido.

Desde el Gobierno Militar ordenaban al día siguiente al comandante de Infantería Albino Casares Garrido, titular del Juzgado militar eventual de León, proceder a la incoación de las Diligencias previas 67/70, determinando este a finales de septiembre que las frases vertidas en el artículo, susceptibles de ser consideras injuriosas para un organismo militar y expresivas de opinión desfavorable para el de la Guardia Civil, emitida con publicidad, pudieran constituir una falta de ligera irrespetuosidad y ofensa para esta, no habiendo existido en el encartado ánimo de injuria, elevando por medio del Auditor de Guerra de la Séptima Región Militar tal propuesta al Capitán General de la misma, junto con la de imposición al periodista del correctivo de ocho días de arresto, que “en atención a la carencia de aquel ánimo, a ser casado, y a su arrepentimiento, podrá ser domiciliario”.

En Valladolid se acordaba el 23 de enero de 1971 que “ni del conjunto del artículo de referencia,  ni de sus frases literales, se desprende que el paisano Florencio Pérez García haya atribuido a la Guardia Civil conceptos ofensivos, por lo que se termina el presente procedimiento sin declaración de responsabilidad”.

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Juan Florencio Pérez García (“Chencho”, o “Pérez Chencho”), nacido en 1946, fallecía en León el 24 de marzo de 2008. Titular de una larga trayectoria profesional, había ejercido el periodismo en Proa (más tarde, y hasta su desaparición La Hora Leonesa) y como cronista deportivo (con el pseudónimo de “Johan Gamper”) en La Hoja del Lunes. Desarrolló labores en el servicio de prensa de la Universidad de León, y fue columnista de La Crónica, y comentarista deportivo, en sus primeros años. En Diario de León firmaba desde hacía más de una década la columna de opinión Balcón del pueblo. Publicó libros como Política y armonía y Hablando de León sin ira.

http://www.ibaneza.es/cuando-el-programa-de-las-fiestas-patronales-no-gusto-a-la-benemerita-i/

http://www.ibaneza.es/cuando-el-programa-de-las-fiestas-patronales-no-gusto-a-la-benemerita-y-ii/

https://www.lanuevacronica.com/chencho-el-texto-festivo-y-el-teniente-que-le-enchirono


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