---:::---   Actualizado: 19-07-2018   ---:::---

Las rendijas de la desmemoria

Traemos hoy a este espacio la reseña de un libro de ahora sobre lo que, principalmente en La Bañeza y en Astorga, ocurrió antaño. Se trata de la obra Las rendijas de la desmemoria, de la antropóloga de raíces bañezanas y astorganas Lala Isla Ortiz (descendiente de una familia de la pequeña burguesía comercial de La Bañeza marcadamente conservadora, y de otra de Astorga no menos pequeñoburguesa, aunque más liberal), un muy meritorio y enjundioso trabajo que, después de no pocos años de minuciosa y cuidada artesanía, ve ahora la luz.

Estamos ante el esmerado fruto de una labor arriesgada, valiente, y también dolorosa, como sin duda es el ejercicio de introspección y desnudez personal y familiar que la autora practica, a la vez que magistralmente enfrenta y contrapone al menos dos de las diversas memorias existentes (lo que en su familia le contaron y lo que más tarde y por sí misma descubrió) sobre lo acontecido –esencialmente en las dos ciudades de sus orígenes- en la pasada guerra civil y la posguerra: la durante tanto tiempo oficial y única de los vencedores y los usufructuarios de la victoria, y la de los vencidos y olvidados, un contraste del que, con verbo ágil, ameno y acertado, hace surgir un libro que es, por cierto, comparable en importancia y calidad a los titulados Habíamos ganado la guerra y Confesiones de una vieja dama indigna, brotados hace ya años de la crítica pluma y los recuerdos y vivencias de otra significada hija de familia vencedora, como fue la catalana Esther Tusquets, criada también a la sombra del régimen nacido del golpe de Estado del 18 de julio de 1936.

Poco más cabe decir de la obra que ahora nos regala Lala Isla, sobre todo después de lo que el insigne historiador e hispanista Paul Preston remarca en el Prólogo de la misma, sobrada garantía de que nos hallamos ante un libro excelentemente concebido, riguroso y solvente, de interés para tantos, especialmente –pero no solo- en La Bañeza y Astorga, y digno de ser leído. Con los  merecimientos que semejante maestro de historiadores le señala dejamos al lector:

 

Las rendijas de la desmemoria (Prólogo de Paul Preston)

Hace ya más de quince años, me llegó un libro de Lala Isla.  Se trataba de un trozo de autobiografía con el título intrigante Londres, pastel sin receta.  En ella contaba las peripecias de una joven española que aterrizó en el Reino Unido en los años setenta, pero el libro alcanzaba mucho más que eso.  A lo largo de una narrativa graciosísima, presentada con un estilo que vibraba de vida y color, ofrecía unas observaciones agudas de las inmensas diferencias sociales y culturales entre la España del tardofranquismo y la Gran Bretaña del primitivo Thatcherismo.  Lo que logró aquel libro tan divertido fue hacer que una materia seria llegara a mucha más gente que lo usual en un tema de esa índole. Al describir las enormes diferencias entre las dos sociedades, sobre todo en cuestiones relacionadas con el matrimonio, la familia y la educación, logró confeccionar un estudio sociológico de gran utilidad, además de una crónica de la decadencia británica, el descenso de la grandeza imperial hacia un país con rasgos del tercer mundo.  Fue un estudio en el cual sustituía con humanidad y humor el tono paternal y el estilo seco de los textos académicos.  Además se trataba de un libro muy profético que anticipaba ciertos aspectos de la sociedad británica empobrecida cultural, social y económicamente que se vería años después por todo el proceso del Brexit.

Conociendo lo que acabo de contar, no tenía la más mínima duda de que Las rendijas de la desmemoria, esta segunda entrega de la autobiografía de una mujer extraordinaria, sería igualmente esclarecedora y ocurrente aunque necesariamente bastante menos humorística.  Y así es.  La capacidad de observación de la autora se moviliza ahora para contar lo que vio y lo que vivió al criarse en el seno de una familia extendida procedente de Astorga y La Bañeza a partir de mediados de los años cuarenta.  Considerándose tanto su familia paterna como la materna fiel a la causa denominada nacional, la historia contada por Lala Isla refleja, por una parte, el ambiente de silencio de su niñez y adolescencia y, por otra, el proceso a través del cual empezó a cuestionar lo que le habían contado como la historia real de sus familiares y de sus dos ciudades.

Al hacer esto, Lala Isla consigue construir una antropología social de la España de los años de su infancia y adolescencia vista desde la atalaya de una familia de derechas.  Uno de los ejemplos chocantes del control social de la clase dominante que nos ofrece es la reacción de su abuela paterna cuando un día una de sus empleadas domésticas llegó llevando un sombrero, prenda que no solían llevar las obreras.  La abuela la despidió en el acto.  La primera parte del libro está llena de semejantes anécdotas ilustrativas mientras la segunda se centra en algo mucho más dramático. Lo que descubrió Lala Isla al husmear en la historia de su familia y sus pueblos puede colocarse al lado de los estudios minuciosos de José Cabañas González sobre los horrores de la guerra civil en La Bañeza y el libro espeluznante de Ramón Sender Barayón -Muerte en Zamora- sobre la matanza de su madre, Amparo Barayón, la esposa de Ramón J. Sender, (uno de los ejemplos más extremos de la represión sobre los inocentes en Zamora, como en tantos lugares de Castilla y León).

Lala cita la frase de su padre ‘aquí no pasó nada durante la guerra’ que planta la duda de si reflejaba más bien un deseo suyo de que no hubiera pasado nada o un deseo de que no se descubriera lo que había pasado de verdad.  Esta frase recuerda el título irónico de otro de los libros más impresionantes sobre la represión franquista durante la guerra y después.  Me refiero a Aquí nunca pasó nada, de Jesús Vicente Aguirre González sobre La Rioja, provincia tan conservadora como Zamora, no muy lejos de León, con un elevado grado de soterrada tensión social, y con unas experiencias semejantes.  Allí, como en León, la derecha se hizo con el control con pasmosa facilidad ya que solamente tuvo en frente la débil resistencia de grupos de izquierdas desarmados y luego se llevaron a cabo muchas matanzas, la mayor parte de ellas extrajudiciales.

Con una ambición, como ella dice, de descerrajar el silencio, la autora nos lleva al fondo de lo nunca dicho, de lo escondido o silenciado, no solamente en su familia y en su entorno sino en docenas de miles de familias en las cuales, por diferentes razones, se consideró más prudente callar lo que se había visto y sufrido.  No sé si es apropiado para un libro tan perturbador hablar del encanto de su estilo tan ameno.  Sí se puede elogiar su originalidad, que se encuentra en ese contrapunto de dos tipos de realidad, lo que a Lala Isla le contaron durante su infancia y adolescencia y lo que a base de muchas lecturas y entrevistas conseguidas a veces con alguna dificultad ha podido averiguar. Así ilumina lo que pasó en términos de las palizas y tortura, prisión y muerte, que fueron el destino de izquierdistas, de los asesinatos de mujeres republicanas, y de las experiencias de las esposas de los leales ejecutados sometidas a frecuentes vejaciones como afeitarles la cabeza, obligarlas a beber aceite de ricino y otras formas de humillación sexual.

Cuando el lector de este libro sigue los descubrimientos de Lala Isla, comprende inmediatamente que su padre decía ‘aquí no pasó nada durante la guerra’ porque tenía razones de sobra para que no se descubriera lo que había pasado de verdad.  Entre las cosas dolorosas que reconstruye minuciosamente se cuenta la participación de su padre, su abuelo y uno de sus tíos en una algarada callejera muy violenta en la primavera de 1936. Los tres, falangistas de pro, después de haber atacado a unos obreros dejando a uno medio muerto, fueron a su vez agredidos por izquierdistas del pueblo.  El padre de Lala siempre había dicho que ‘los rojos’ les habían atacado a los tres simplemente porque eran señoritos.  Ella ha desentrañado ahora la verdadera historia.

Narra luego otros detalles de la represión de la guerra en La Bañeza que me recuerdan muchas historias semejantes que me indignaron mientras escribía mi libro El holocausto español.  Especialmente triste, aunque lejos de ser descomunal, es lo que cuenta de la detención del republicano, inocente de cualquier crimen, Joaquín Perandones cuando iba por la calle con su mujer y su hija pequeña.  Pidió llevarlas antes a casa y el guardia le respondió fríamente con un comentario que expresaba la crueldad usual de los represores: ‘Déjelas, que vayan solas, que así se van acostumbrando’.  Entre las historias realmente espeluznantes contadas sobre la brutalidad contra las mujeres figura la que pasó a un matrimonio de maestros del pueblo zamorano de Benavente, al sur de La Bañeza.  Fueron asesinados por unos falangistas bañezanos y luego tirados al río Órbigo.  Antes de hacerlo, le cortaron un pezón a la mujer y el mismo día uno de los asesinos que lo hizo paseaba por la cárcel con el pezón pinchado en la solapa, recién cortado con la sangre casi fresca.

Una muestra de lo minucioso del trabajo de desmitificación llevado a cabo por Lala Isla es cómo desmonta la leyenda franquista respecto a las tres enfermeras astorganas que murieron en el frente de Somiedo, tema que también está investigando Mercedes Unzeta, sobrina de una de ellas.  Siendo tres mujeres jóvenes y guapas de la burguesía de Astorga, la manera de su muerte fue tergiversada para explotarla como una leyenda del martirologio político-religioso.  De hecho, como muestra nuestra autora, las tres, hechas prisioneras, sí que sufrieron una muerte horrible, ametralladas con otros presos por una mujer republicana enloquecida por la muerte de su marido.  Sin embargo, la muerte de las tres inocentes enfermeras fue convertida por la propaganda franquista en una muestra de la supuesta bestialidad de ‘las hordas rojas’.  Se inventaba una historia en la cual las tres mujeres fueron violadas repetidamente para luego ser fusiladas desnudas.  Esto no solamente fue la versión ventilada por la prensa local sino que fue la base de un libro de Concha Espina, Princesas del Martirio, publicado en Barcelona en 1940, un libro que la novelista escribió bajo el enorme chantaje de las autoridades franquistas, que habían detenido a un hijo suyo al que amenazaban con fusilar.  El sobrino de una de las enfermeras, apoyado por la Iglesia de Astorga, trata ahora de beatificar a las tres, intento al que no se ha sumado al menos una de las familias.  Como muestra Lala Isla con su característica sensibilidad, todo el proceso fue muy doloroso para las tres familias respectivas.

A pesar de la gravedad tremenda del contenido, y la seriedad con que está contado, Las rendijas de la desmemoria no deja de ser un libro de Lala Isla.  Por tanto, no faltan los destellos de humor o los brotes de nostalgia por el pasado, como por las bragas de perlé.  Entre cientos de detalles reveladores que llaman la atención está la anécdota de escuchar a su madre y una tía hablar de Franco ‘sin un respeto o cariño especial pero tampoco con miedo o aprensión’.  Y esto ¿por qué?  Porque aparte de haber ganado la guerra y ‘tranquilizado al país’, a ojos de muchas mujeres de ‘buena familia’, Franco no dejó de ser un provinciano que había dado un braguetazo, casándose por encima de sus posibilidades con una señorita de pretensiones aristocráticas que a fin de cuentas usaba la misma modista que ellas. También nos evocan Londres, pastel sin receta los irónicos comentarios feministas que alumbran sobre el papel doméstico de la  mujer en el franquismo (por no decir en la actualidad).  Se trata, en fin, de un libro magnífico basado en la historia personal pero que arroja muy lejos su luz, máxime por la originalidad de su enfoque.

Paul Preston

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El libro de Lala Isla, Las rendijas de la desmemoria, publicado en la leonesa Ediciones del Lobo Sapiens, se presentó por su autora en León, en la Biblioteca Pública (calle Santa Nonia, 5), el  día 11 de mayo, viernes, a las 19.30 horas. Desde dicha fecha está presente en librerías. Está prevista su presentación en agosto en La Bañeza y Astorga.


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