José Cabañas González Ourense, octubre de 2008.
=============================================================================================“En el mes de abril de 1936 la paz y quietud de nuestras gentes labradoras y alfareras se vio turbada por el triste suceso de la profanación de la imagen del santo Cristo de la Vera Cruz que presidía el altar mayor de la ermita de este mismo nombre, y cuya distancia de la iglesia parroquial hacia la zona del puente es de unos 400 metros aproximadamente.
Gentes incultas y malévolas arrojaron la sagrada imagen en el pozo-noria del Sr. Natalio. Al día siguiente los buenos vecinos con el párroco Don Pedro Montiel Sarmiento recogieron la imagen y fue llevada en procesión solemne hasta el templo parroquial donde se le tributó al Crucificado un acto de desagravio. La fábrica de la ermita también sufrió un conato de incendio, el cual fue rápidamente sofocado por los vecinos”.
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Lo que antecede constituye cuanta referencia se halla en el libro de quien fue nuestro convecino Don Pedro Alonso Álvarez “Jiménez de Jamuz. Su historia”, publicado en 1997 por nuestro Ilmo. Ayuntamiento con la colaboración de la Excma. Diputación Provincial de León, a lo sucedido en nuestro pueblo en el año 1936.
Ya en 1999, en esta misma Revista, dimos cumplida respuesta al autor y a su olvido selectivo y parcial de otros hechos que también ocurrieron aquí en aquel aciago año, y al ocultamiento interesado de una parte de nuestra historia que en dicha obra, muy valiosa en otros aspectos y para el conocimiento de otros periodos, se perpetraba.
Siempre nos pareció aquella historia de la profanación y del incendio truculenta y tremendista. Por otra parte, desde el Ministerio de Justicia franquista se ocuparon, a la altura de 1941 y con la pretensión de justificar la necesidad del Alzamiento Nacional sobre el que se había asentado el Nuevo Estado, de instruir un mastodóntico Procedimiento, un inmenso sumario, sobre los “desmanes cometidos bajo la dominación roja”; fue la que llamaron Causa General[1]. En tal proceso se inventaron, en ese afán de justificación, numerosos hechos y se exageraron convenientemente para tales intereses otros. Disponemos del cuestionario que para su instrucción entonces se remitió a un Ayuntamiento como el de La Bañeza, en el que, entre otros detalles, se solicita “información sobre otros atropellos sectarios y cuanto se pueda aportar sobre esto”. Parecidos debieron de ser los datos reclamados de nuestro Ayuntamiento, en un tiempo en el que continuaba de párroco en nuestro pueblo quien ya lo era en 1936, y en el que seguía siendo Secretario del mismo, ya desde antes del periodo republicano, Pedro del Palacio, ahora también Jefe Local de Falange en el Municipio.
Pues bien, así las cosas, nada se consigna para nuestro Ayuntamiento sobre tales supuestos desmanes[2], ni sobre ningún otro, en la mencionada Causa General. Tampoco aparece referencia alguna a tales hechos ni a sus circunstancias en ninguna de las Actas Municipales de 1936, como no hemos hallado noticia de los mismos en los ejemplares de aquellos meses del semanario católico independiente El Adelanto Bañezano, tan atento y proclive a publicar entonces las crónicas de los sucesos religiosos y devocionales de nuestro pueblo.
Nos importa acercar aquí ahora otra versión sobre los hechos de aquella primavera que el libro de Don Pedro nos narraba: la de los perdedores de la guerra civil que unos meses más tarde se desataría; la de quienes fueron después del triunfo de la sublevación que la originó duramente represaliados a cuenta de aquellos sucesos, versión que, sin duda, el autor no desconocería[3], al igual que no es desconocida aún hoy en nuestro pueblo para tantos de nuestros mayores.
Es uno de ellos, Don Miguel Bolaños Peñín, el Señor Miguel “el Panadero”, que por entonces había cumplido ya los doce años, quien en entrevista que le hacemos en su casa el pasado 1 de julio nos cuenta lo que él sabe de lo entonces sucedido:
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Señor Miguel, me interesa mucho conocer lo que pasó en nuestro pueblo en la primavera de 1936, debió de ser entre abril y junio, con el famoso incendio de la Ermita y el suceso de haber tirado al Cristo de la Vera Cruz a un pozo..; ¿cuál de los dos hechos fue primero, el incendio, del que parece ser que le echaron la culpa a los “rojos”, o el arrojar el Cristo al pozo del tío Natalio?
Primero ocurrió lo de echar el Cristo al pozo, en la primavera, que yo sé quien lo tiró, por mandado del cura que entonces estaba en Jiménez. El pozo estaba, y está, por la zona cercana a la Ermita; hoy es de Nemesio, y de siempre tuvo noria, aunque entonces la habían quitado, como retiraban muchas, para que no les robaran los calderos. El Cristo era el mismo que estaba en la Ermita, el de la Vera Cruz. El pozo amaneció un día de abril con el Cristo dentro, y le echaron la culpa a Primitivo Posada Ríos, que tenía 21 años recién cumplidos, y a Crestencio González Pérez, a punto de cumplir los 19, a los dos[4], pero eso se quedó así, sin más, no le dieron entonces mucha importancia; es decir, se la dieron en un sentido[5], pero como después hablaron los socialistas, y se oyó decir: “vamos a ver, ¿por dónde sacaron al Cristo, si la puerta estaba cerrada?”. La llave de la Ermita la tenía Miguel el “Carreto”. Por las ventanas no podían haberlo sacado; para cogerlo tuvieron que abrir la puerta, el que entro, que sabemos que fue el tío “Moreno” (VJ.V. P.). A él le adjudicaron el hecho los socialistas[6], que lo supieron, como lo supo entonces todo el pueblo, porque alguno se “chivó”.
¿Por qué tenía tanto interés el cura Don Pedro Montiel Sarmiento, en que de esos hechos le cayeran las culpas a los socialistas, a los “rojos” del pueblo?[*]
Porque no los podía ver. El cura era muy de derechas. Los curas, todos lo eran, y aquél, más; por eso le interesaba cargarles todas las culpas a los socialistas[7].
Después ocurrió lo del incendio de la Ermita; ¿transcurrió mucho tiempo entre un suceso y el otro?...; el fuego en la Ermita ¿fue muy grande?
Pasó poco tiempo, no más de un mes o dos; fue a la altura de junio. Se quemó donde estaba el Cristo, el retablo, la zona del altar. Ardió lo cubierto; cuando quisieron apagarlo ya había ardido el tejado, con sus maderas y todo. Cuando quemaron la Ermita era Guarda del campo Agustín Fernández García (que después lo mataron), conocido como “zurdo”, porque así lo era. Alguno, como el ti Esteban, que sería Alcalde al cabo de unos años, acudió a sofocar el fuego, como lo hizo todo el pueblo. Eran familias él y Agustín, pero no sé quien le metería la palabra mal, que alguien dijo: “fue Zurdo”, y cuando el ti Esteban llegó al puente sentenció: “no tenéis cojones si no lo tiráis al río”, y hubo quien le contestó: “oye, Esteban, no se puede hablar así, porque no se sabe quien fue”, a lo que respondió: “¿y quién iba a ser no siendo él?”. Y aquello, pues pasó y quedó entonces así…
Transcurrió un tiempo, y después estalló la guerra el 18 de julio; pero antes, le echaron la culpa a Agustín, y no se habló por el pueblo más que “a ver quién podría haber sido el incendiario, estando la puerta cerrada…”, esto era lo que se comentaba en el pueblo; se decía: “vamos a ver, ¿por dónde metieron la leña?, ¿cómo metieron los fejes de urces?...” Y alguno, de los primeros que llegaron a apagar el fuego, encontró un “cachín” de vela…; se conoce que metieron la leña, pusieron un cacho de vela encendida encima de las urces, y cuando se terminó de quemar, o se cayó, prendieron…; bueno, prendieron, pero ¡la puerta estaba cerrada¡. Cuando fueron a entrar los que acudieron para apagar las llamas, la puerta de la Ermita estaba cerrada, así que, el que prende el fuego entra, mete la leña, pone la vela, la enciende, y se va; y el que lo hubiera hecho con mala intención, hubiera dejado la puerta abierta; y el que lo hizo con muy mala idea o peor intención deja, como así quedó, la puerta cerrada…, (porque ahí tuvieron -cómo llamarle- el descuido de cerrar la puerta otra vez). Cuando el personal llegó allí, que yo fui uno de ellos, la puerta estaba cerrada, que no pudieron entrar, y tuvieron que ir con escaleras a apagar el fuego, que era en la parte de atrás. Pero yo no oí nunca que estuviera el Cristo; yo creo que antes de meter fuego lo sacaron, pero con certeza no lo sé…; como yo no lo vi, no lo puedo decir…; no escuché nunca hablar de si estaba o no el Cristo en la Ermita cuando la incendiaron…; y el Cristo estaba en la Iglesia, porque hubo quien lo vio. Entonces, ¿quién lo sacó de allí?, y ¿quién lo llevó a la Iglesia?...; ahí ya empezó la gente a preguntarse sobre lo que de verdad había pasado, y a sospechar algo raro y extraño en aquel suceso…
… Pero, cuando vino el 18 de julio, lo primero que hicieron los de Franco fue lo siguiente: los socialistas (que mi padre fue uno de ellos) tuvieron que ir, un día de jornal éste; otro día aquél otro...; el tío “Chavetas”, que era albañil, y aunque no estaba afiliado a nada, también tuvo que ir un día a trabajar para el Cristo, porque andaba con mi padre, que era socialista; el ti “Cristobalín” y Vitorino el “Chorizo”, también; a otros que estaban en la Unión General de Trabajadores, la UGT, y que eran muchos, como mi padre y mis tíos Miguel y Herminio el sastre (de los primeros socialistas en el pueblo, junto con mi tío Rafael Mateos y su hermano Miguel); el ti “Mecha”…; dijeron que la Ermita tenían que rehacerla los socialistas de Jiménez, los obligaron a volver a dejar lo que se quemó como estaba…; la orden la dio, cuando vino la guerra, el Alcalde, que era el ti “Churaca”; el Jefe de Falange era el tío Justo el “Malonga”, y el cura era Don Pedro…; y “entre todos la mataron, y ella sola se murió…”. Obligaron también a algunas mujeres, a cuatro, a encalarla, que fueron: María la “Peluyas”; la hermana de Valentín el herrero y de José Alonso, que vive en Redelga o Miñambres, que se llamaba María (la “Herrera” le decían), que se casó después con el tío Celedonio, el que más tarde fue camarero en el Café de Celso; una prima mía que se llamaba Ángeles, y mi otra prima Adoración, la que después fue mujer de Anibal. Las castigaron así por ser novias o salir con muchachos de las Juventudes Socialistas: Celso iba con mi prima Ángeles, Crestencio iba con María, Andrés el “Lena” iba con Adoración…
Además de las represalias que me refiere, ¿hubo otras?; ¿les pusieron, a cuenta del incendio de la Ermita, también multas?
A todos los socialistas; y sin ser a cuenta de la Ermita. Las multas se las echaron porque les dio la gana…; a los que mataron no pudieron echarles multas, porque, claro, sus mujeres no las pagaban…, que bastante les habían hecho ya… No eran multas, les llamaban “repartos”, y no creas que fue una sola. Decían: “hay que hacer un reparto de cien pesetas cada vecino”; bueno, es decir, cada vecino de izquierdas…; mi padre pagó dos o tres… No decían para que eran, si para sostener la guerra o para crear el nuevo régimen…; como solo se las echaban a los socialistas, pues eran multas por ser socialistas… Y veinte duros era mucho dinero entonces, que valía un kilo de azúcar un real, y mi padre ganaba de aquella seis pesetas en los cacharros. Cuando yo empecé “a la rueda” e hice porrones se pagaban a seis reales la docena, y el jornal eran cuatro docenas, o sea, seis pesetas al día, esto el que más ganaba… A las familias de los que castigaban con esas multas las arruinaban… A mi tío Pedro Cardo le echaron multas solo porque tenía sus ideas, porque había votado a las izquierdas, como le hicieron al tío Serafín…
Las multas había que pagarlas aquí, al Alcalde, y además ponía también otras la Guardia Civil de La Bañeza, por trabajar los domingos, que después privaron también de eso…; ni arar, ni regar, ni los alfareros… A mi padre, siendo ya Alcalde el ti Esteban (con él ya no había los “repartos” de los primeros años del franquismo), le echó por lo menos cuatro o cinco multas, de veinte duros, y no había pagado ninguna; pero un día fueron a casa él y V. F. V.; estábamos “a la rueda”, nos pillaron trabajando, y le dijo; “vas a pagar todas las multas que tienes pendientes” (habían pedido para la Iglesia, y mi padre no había dado nada); mi padre le respondió: “bueno, si tengo que pagarlas lo haré..; que te lo pongo en duda…”. “Las mandaré a León”, replicó el Alcalde, y yo le contesté: “mándelas a donde quiera”. Me puse y le escribí una carta a una chica de Astorga, Emilia (que después se casó mi hermano el pequeño con ella, que viven en Vitoria, y era hija de la casa donde mi padre metía los cacharros para la venta), que estaba de criada con el Gobernador, contándole lo que pasaba y las multas que le habían echado a mi padre “por política”, así se lo dije, y pidiéndole si podía hacer algo. Me contestó, y me dijo que no me preocupara, que se atrevía a decirle al Gobernador lo que hiciera falta, así que pasó más de un mes, y el Gobernador no mandó respuesta al Alcalde de multa ninguna de aquellas; no las pagó, y tampoco le volvieron a echar más. El Alcalde quedó muy intrigado sobre la influencia que mi padre pudiera tener en León, y también V. F. V. (trabajábamos también para él, le hacíamos porrones y “crecido”)…
Después, ¿llegó a saberse más sobre el incendio de la Ermita?
Llegué yo a saber más: Merayo, el de Castrocalbón, que después tuvo una Autoescuela en La Bañeza, era de las Juventudes Socialistas cuando la guerra, y me lo contó. Yo, con diez u once años estaba afiliado al Grupo Infantil de los socialistas. Un día, vinieron los del Grupo Infantil de Castrocalbón, que había allí aún más socialistas que en Jiménez (habiendo aquí muchos), y nos llevaron Crestencio, Primitivo, y Salvador de Blas, el “Poza”,[8] hasta la Sierra, y en la Portilla, en el medio de la raya, estuvimos comiendo, que trajeron la merienda los de Castrocalbón, y de aquí llevamos también lo que cuadró…
La cosa de saber cómo fue lo de la Ermita, quién fue el que la quemó, vino porque me dijo Merayo (nos tratábamos bien, porque nosotros éramos unos críos, pero ellos, en las Juventudes, ya tenían cuando aquello veinte años y más), ya tiempo después de acabada la guerra, pero cuando aún seguía de cura aquí Don Pedro: “¿tú sabes lo que pasó en Jiménez cuando la Ermita?”. “Si, cómo no lo voy a saber si tenía ya doce años, camino de los trece –le respondí-, que le echaron la culpa a “Zurdo” (él conocía a todos los socialistas de este pueblo), y después de llevar a los de aquí para matarlos, al día siguiente, domingo 20 de septiembre de 1936, vinieron a buscarlo a él, que vino un “coche de punto” de los que habían requisado en La Bañeza para ir a buscar a la gente por los pueblos, con un falangista o dos…; que eso fue cosa del cura, que es como si hubiera dicho: ‘…que os dejasteis ayer a este’; y ¡que fuera el mismo cura el que la quemó o la mandó quemar, y que consintiera que mataran a un hombre por eso¡…” Y Merayo me dijo: “el ti Argüello, el Sacristán[9], fue quien metió fuego a la Ermita”. El ti Argüello estaba casado con una hija del tío “Pichuta”, y la madre de esa mujer era de Castrocalbón, e iban allí a vender cacharros, y paraban en la casa de la madre de Merayo… Ahí yo no sé lo que haría él, si le dio un poco más de vino, o lo que fuera, el caso es que me dijo a mí Merayo que el Sacristán había “cantado”; que había dicho: “que fue él quien quemó la Ermita, pero mandado por Don Pedro, el cura: ‘el me dio la llave; yo metí la leña; yo cerré la puerta, y yo le entregué otra vez la llave”. Y dijo Merayo, y dije yo también: “…!! Pero tuvo sangre fría ese criminal¡¡…
… Todos los que mataron de Jiménez eran unas bellas personas...; capaces de dar lo que fuera a quien le hiciera falta… Aquí, en este pueblo, si cuando la guerra hubiera habido un cura como Don Emilio[10] (el que estaba antes de Don Pedro, que falleció de repente, y por eso vino éste en su lugar), no habría pasado lo que pasó. Don Emilio dejó muy buen recuerdo aquí: se trataba y se llevaba bien con todos, también con los socialistas… Era un hombretón, y cuando había un fuego, el primero que llegaba a ayudar, sin sotana, era él; aquel cura era el primero que subía a los tejados a cortar madera para que las llamas no pasaran de una casa a la otra…; de haber vivido Don Emilio, aquí no hubiera pasado nada, como, por la intervención del cura de allí, nada, prácticamente, ocurrió en Castrocalbón[11], y eso que en aquel pueblo había más socialistas que en Jiménez…
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Resulta evidente que tanto a cuenta de la pretendida profanación del Cristo de la Vera Cruz, de su arrojamiento al pozo-noria del tío Natalio, como del incendio de la Ermita del mismo nombre, se produjeron en nuestro pueblo unos meses después, en el otoño, algunas víctimas, inocentes, a lo que parece y a la luz de lo que el Señor Miguel nos ha contado. Son derechos mínimos y elementales de toda víctima de hechos injustos (reconocidos, por cierto, por múltiple legislación, incluida la internacional sobre Derechos Humanos, y también en el reciente Auto del juez Garzón basado en ella), y más de las de tremendos atropellos a tales Derechos como los que aquí se habrían cometido, los de Verdad, Justicia y Reparación, y a obtenerlos y alcanzarlos, respecto de lo sucedido, son tales víctimas legítimas acreedoras. Por nuestra parte, hoy, tantos años después de los trágicos hechos, con la publicación de estas líneas tan solo pretendemos “despabilar la memoria de los olvidadizos y documentar la de quienes no logran recordar que los vencedores fueron los sublevados y que ya va siendo hora de que triunfen los vencidos”; y, en cuanto a las víctimas, contribuir a facilitar el cumplimiento para ellas de, al menos, uno de aquellos Derechos: el de que la verdad de lo entonces sucedido, por fin pueda imponerse.
[*] Parece ser que también se hizo objeto de sospechas o se señalo la culpabilidad en los sucesos de "los Protestantes" del pueblo (los seguidores de los Hermanos Evangélicos", con Capilla y presencia en Jiménez de Jamuz desde 1906). En aquellos años la feligresía protestante en nuestro pueblo era extensa, e incluso se daba en bastantes personas, y familias, la doble condición de ser socialistas, es decir: "rojos", y protestantes.
[1] A pesar de las falsedades y las exageraciones en los desmanes y de la pretensión de justificar con ellos el desgobierno republicano y la necesidad de alzarse frente a ellos, la magna Causa General no se llegó a publicar, más allá de unos avances y resumen, porque, de hacerlo, la misma hubiera resultado contraproducente para los fines que con ella perseguía el régimen franquista: los desmanes de los “rojos” no habían sido tales ni tantos como la propaganda del franquismo pretendía y había publicitado.
[2] En escrito, contestación al suyo, al Fiscal Instructor de la Causa General de Oviedo y León, de fecha 29 de mayo de 1941, siendo Alcalde Valentín Rodríguez.
[3] El autor había sido monaguillo del cura Don Pedro Montiel Sarmiento, quien tuvo, como veremos, un destacado papel en esta historia.
[4] Los dos fueron muertos, en diferentes lugares y fechas, en noviembre de aquel año (Crestencio, Secretario de las Juventudes Socialistas, en Villamañán, y Primitivo en Villafer). Formaron parte de la nómina de 18 jiminiegos asesinados-desaparecidos en el otoño de 1936.
[5] Se asoció, en el imaginario popular construido en torno al suceso, con la lluvia que, desde entonces, acompañaría las fiestas del lugar en honor de este Cristo. Así se recoge en La Crónica-El Mundo el 10-06-2000, y se dice sobre el hecho que “…todas las gentes mayores saben quien fue, pero prefieren no decirlo…” (Revista JAMUZ, nº 60, pág. 67).
[6] Tenemos, sin embargo, otra información complementaria, según la cual, “el tío “Moreno” habría jurado, en su lecho de muerte, no haber sido él quien arrojo el Cristo al pozo”.
[7] Aquella primavera, después de perdida por la derecha en las Elecciones de febrero su oportunidad de alcanzar el poder desde las urnas, se practicaron en muchos lugares estrategias parecidas, propiciadas e impulsadas en ocasiones por clérigos filofascistas y exaltados, a veces ligados a la emergente Falange. Fue la estrategia de la tensión y del “cuanto peor, mejor”, creadora de disturbios que después achacaba a sus oponentes políticos, al tiempo que los exageraba y culpaba al gobierno del Frente Popular de incapacidad para impedirlos, tratando de crear la necesidad y la justificación de un “golpe de fuerza” que “encauzara” la situación.
[8] Salvador de Blas Peñín era en 1936 el Presidente de las Juventudes Socialistas de nuestro pueblo. Fue también, junto con su padre, Francisco de Blas Fernández, y otros, como los hermanos Rafael y Miguel Mateos Cela, y un hijo de éste, Rafael Mateos Martínez, asesinado y desaparecido el 20 de septiembre de aquel año.
[9] “José Argüello padre de Celedino, también Sacristán al cabo de los años, primo carnal del ti “Piñeras”, padre de Celso, e hijo de Isidro, abuelo de Clara la “Carta”, y también Sacristán antes que él. Hermanos de Isidro eran Cristobal y Marcelino, el padre” del ti “Piñeras” a los que llamaban los tíos “Cristobalón” y “Marcelinón porque eran, como también Isidro, unos hombrones…”
[10] Se refiere a Don Emilio Ferrero Cobrero, natural de Morales del Rey (Zamora), quien fue párroco de Jiménez de Jamuz desde 1915 hasta 1931. A su fallecimiento lo sustituyó como párroco Don Pedro Montiel Sarmiento, natural de Laguna Dalga, desde enero de 1931 hasta enero de 1946; de aquí pasó a Santa Colomba de la Vega y Posadilla. Falleció en Astorga.
[11] El párroco de Castrocalbón era Don Constantino Román Carracedo. En este pueblo solo hubo entonces una víctima, un joven asesinado el 23 de julio en la calle por uno de los derechistas del lugar, además de un Maestro fusilado en marzo de 1937 en León, David Escudero Martínez, residente en la capital pero natural de aquí. (Véase "La Escuela Fusilada")