---:::---   Actualizado:  18-02-2009   ---:::---

        La Diáspora Alfarera     

                                     José Cabañas González                                                                                  Enero de 2009

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    A lo largo de los siglos de tradición y de práctica alfarera en nuestro pueblo debió de darse en repetidas ocasiones la situación de que, proliferando en demasía los artesanos de un oficio cuyo saber y profesión se iban transmitiendo de padres a hijos, su número venía a resultar excesivo en nuestra tierra, y la abundancia de artífices del barro originaba que se redujeran aquí para todos las posibilidades de vivir con la necesaria dignidad de estos quehaceres y de sacar con sus frutos adelante a sus familias. Cuando en una actividad como la del alfarero, familiarmente heredada casi siempre, esto sucedía, la necesidad y la supervivencia imponían a algunos de ellos la emigración a otros lugares, la dispersión y el asentamiento en nuevos territorios en los que, sin presión y sin competencia, o con menos de las que aquí se daban, poder implantar su industria y ganarse con ella la vida, modelándola desde el torno, desde “la rueda”, al tiempo que lo hacían con las piezas y cacharros cuyos modelos y formas ancestrales los acompañaban en el desplazamiento.

    Sucesivas y numerosas debieron de ser las ocasiones en las que este obligado éxodo laboral y vital, esta diáspora alfarera, se produjo, y variados hubieron de ser también sus resultados: coronados a veces por el éxito y por la satisfacción de poder cimentar, aunque lejos de las raíces, una vida razonablemente feliz y basada en “el oficio”, originando incluso nuevas y perdurables sagas de alfareros, y culminando otras en el fracaso y la frustración de no lograr tal objetivo. En todas se difundió más allá de nuestros lindes lo peculiar de nuestro pueblo y se desperdigaron por aquellos mundos algunos de los jiminiegos de entonces.

    De cuatro de estas diásporas, sucedidas en diferentes épocas, vamos por esta vez a ocuparnos. Las cuatro fueron exitosas, a su modo cada cual, aunque no igual de perdurables, y en las cuatro se dieron evidentes muestras de algunos de los rasgos que naturales de lugares cercanos al nuestro aún hoy nos achacan, como son ser industriosos, emprendedores e innovadores, y poseer sobradas dotes de invención e iniciativa.        

pieza esmaltada. 1929/1931 (fotografía cedida por Eduardo Velasco Merino) >>>

 ALFAREROS EN ZAMORA DESDE EL SIGLO XVIII.-

       En torno a los años 1749 o 1750 se asienta en la ciudad de Zamora el alfarero Antonio Cabañas Prieto, casado con Agueda Vivas Pérez, ambos naturales de Jiménez de Jamuz. Ellos iban a dar allí origen a una tradición de artesanos zamoranos del barro que se habría de prolongar hasta casi la mitad del siglo XX, en un desplazamiento familiar, sin duda largo y azaroso en aquellos tiempos, que antes de conducirlos al popular barrio de Olivares de la capital zamorana los hace recalar por un tiempo en el pueblo de Pozoantiguo, a unos 15 kilómetros de Toro y 35 de Zamora.

    Ya en la ciudad, debieron de insertarse en unas actividades alfareras en ella arraigadas desde la Alta Edad Media, contribuyendo a transformarlas, y no les debió de ir muy mal a nuestros paisanos en su nuevo lugar de residencia, hasta el punto de que perdieron al poco y para los restos todos los vínculos que los unían a la tierra de sus antepasados, a la vez que no se prodigaron mucho en sus lazos con la sociedad que los acogió; más bien fueron llamativamente endogámicos al establecer sus relaciones de parentesco, consumando la mayor parte de las veces sus uniones con otros descendientes del mismo y compartido linaje, en el que desde luego debieron de abundar los alfareros, hasta el extremo de que su actividad, peculiar y entroncada con la secular y propia de nuestro pueblo y nuestros maestros de la arcilla, vino a conformar y a diferenciar la singular y específica alfarería de Olivares, desaparecida en la posguerra, y en la que los actuales estudiosos reconocen las maneras, los modelos y las características de la nuestra jiminiega que por su influencia la modeló y la hizo reconocible y propia.

       Destacada rama de aquel tronco fue en el céntrico barrio zamorano de Olivares, ribereño al río Duero, Lucas Cabañas, prócer o notable local en los tiempos que corrieron a caballo del pasado siglo y del que le precedió, quien tiene como tal aún asignado un pasaje en dicho barrio a su consideración y honra, seguramente a cuenta del agradecimiento de sus contemporáneos vecinos por cuanto desde la Corporación de la ciudad o desde la alcaldía de la barriada promovió allí el establecimiento de una industria de producción de cerámica, un avance técnico considerable y una mejora del artesanal producto alfarero que vendría a sumarse a la tradicional del barrio de la molienda de cereales en las múltiples aceñas que bordeaban el cauce del río.

       Llegados los años del último golpe militar y de la guerra civil que le sobrevino, muchos de los varones de aquellas familias de ancestros jiminiegos, emparentadas por múltiples lazos, fueron alcanzados por la represión de los vencedores de variadas maneras, y dos de ellos por la más brutal y despiadada, la de las desapariciones después de los viles asesinatos o “paseos”. Así fue ejecutado, el día 2 de septiembre de 1936, probablemente en el cementerio Municipal de Zamora después de ser sacado de la Prisión Provincial, Antonio Ángel Cabañas Bernardino, zapatero de 47 años, casado con Candelas de la Iglesia, hijo de Lucas y Decorosa, y con domicilio en la calle Abrazamozas del barrio de Olivares, y también lo sería, el 3 de noviembre del mismo año, Benito Cabañas Jambrina, casado de 44 años, seguramente y a lo que parece en un traslado de presos de Zamora a Bermillo de Sayago. Ambos estaban afiliados a la Unión General de Trabajadores (UGT)[1].

 ALFAREROS EN MONFORTE (LUGO).-

    Sobre 1863 el jiminiego Juan Vidal es aún niño en nuestro pueblo. Algunos años más tarde, ya casado con Lorenza García, se ve en la necesidad de emigrar con ella y con los hijos de ambos, Ventura y Felisa, a Monforte de Lemos por causa de la hambruna que por aquí siguió a una extensa sequía. Juan Vidal era alfarero y continuó su oficio en su nuevo lugar de promisión. A la altura de 1895 conoció allí a quien sería al cabo de pocos años, y por un largo periodo, una señera figura en nuestro pueblo: el misionero evangélico don Eduardo Turral, hecho del que derivó que nuestro paisano y su familia abrazaran desde entonces  la fe protestante, y que de alguna manera influiría en que unos diez años más tarde construyera aquí don Eduardo la capilla evangélica que aún perdura y que conocemos como “El Culto”.

    Ventura Vidal García, alfarero como su padre, y evangélico-protestante como él y  como otros sucesivos vástagos en una genealogía que dura hasta hoy, se incorporó a la tarea familiar a su vuelta del Servicio Militar en Cuba, embarcándose a la sazón en iniciar en Monforte un proyecto de mejora de la tradicional industria artesana que allí habían llevado, una innovación que era a la vez un salto tecnólogico y cualitativo, decidido a establecer lo preciso para la fabricación de loza blanca. El éxito no acompañó a su iniciativa y hubo de abandonar tal empresa comercial al tiempo que junto con su esposa Estrella Somoza y con su padre Juan Vidal dejan las tierras de Lemos y regresan a León, al pueblo de Ardón, donde el último fallece en 1914. Parece ser que no se continuaron las labores alfareras emprendidas en Monforte por esta rama de los Vidal de nuestro pueblo, ya que Felisa, la hija de Juan, casó con Antonio García, con el cual fijó su residencia en Los Castros de Quiroga (Lugo), dedicándose los dos a las faenas campesinas[2]. 

       Una de las hijas de Ventura, Abigail Vidal Somoza, casaría en 1927 con Audelino González Villa, de Puente de Villarente, convertido con tal ocasión al protestantismo, y que llegaría a ser Veterinario de renombre y destacado bibliófilo (se le conoció en León, por su bonhomía y sus caridades, como “el Obispo Protestante”, y alcanzó a poseer una de las más completas e importantes colecciones de Biblias). Ejerció en Quiroga, Fuentes de Ropel, Benavente, Pola de Gordón, y algunos otros lugares, y en todos dejó grato recuerdo. Fue represaliado en 1936 por causa de su religión, y apresado desde finales de agosto de aquel año a principios de 1937, además de desposeído de sus bienes e impedido para practicar su profesión, en la que no se le rehabilita hasta 1951. Falleció en 1984, a los 83 años, habiendo sido admirado y querido por señalados y preclaros personajes que lo trataron asiduamente, como Justino de Azcárate, Miguel de Unamuno, Félix Gordón Ordás o Benito Pérez Galdós, quienes dedicaron a este excelso profesional y mejor persona que vino a entroncar con una singular rama jiminiega, algunas de sus obras más significativas.           

Colportores en 1901. De dcha. a izda.:Galo Páramo, Ventura Vidal García, Severo, Bouza y Belda.- (Archivo histórico de la familia Carnicero. Fotografía de la revista Echoes of service)  >>>


 
UN SIGLO DE ALFARERÍA EN COCA (SEGOVIA).-

    En ocasiones nuestros alfareros se desplazaban a otras geografías porque desde ellas los buscaban. Así sucedió con los abuelos de los actuales artesanos de Coca (Segovia), los hermanos Gabriel y Luís Murciego, activos aún hoy a sus 82 y 74 años, quienes fueron llevados allí en 1907 por la sociedad Unión Resinera para fabricar los más de 90.000 potes de resina que precisaba al año para la explotación de los extensos pinares diseminados por  la comarca.

    Establecidos con sus familias, los Murciego realizaron además, en una labor de ajustado sincretismo entre las formas alfareras ya existentes en la zona y las que ellos importaron, los cántaros, pucheros, botijos y otras piezas domésticas de su tierra (la nuestra) y a su usanza, que cocían en el horno árabe (tan singular y tan de aquí y que ellos han estado usando hasta hace tan solo ocho años) y vendían con carro y burro por los pueblos aledaños[3], según cuenta Gabriel, quien “comenzó a amasar el barro con su padre a los siete años”, y aún trabaja en el torno clásico, en la “rueda” que hace girar al vigoroso golpe de su pie.

 ALFAREROS EN VALDEORRAS (OURENSE).-

       En mayo del año 2006 tuve ocasión de conocer, también de manera harto azarosa, de la existencia de emigrados jiminiegos a la comarca de Valdeorras, en los límites de nuestra provincia con la de Ourense: una familia de "oleiros"[4] establecida en la aldea de Rubiá, y otras dos ramas procedentes de nuestro pueblo y asentadas en la villa y cabeza comarcana de O Barco, la una de prósperos comerciantes hoy y antes cacharreros, de apellido Lobato y de más antiguo asentamiento, y de apellido Sanjuán la otra y sin relación con la alfarería[5]. Sería la de Santiago Fernández Vidal la que hará que con el tiempo se conozca y se distinga la cerámica de Rubiá como “de implantación y de origen leonés y jiminiego”, propia de este enclave en el que funcionaron los alfares hasta los años sesenta, con producciones que eran a veces competencia de las que llegaban desde nuestro pueblo y se distribuían en la comarca por almacenistas del mismo O Barco o de A Rua.  

     A finales de los años veinte desaparecía del cercano lugar de O Seixo-Portomourisco  su cerámica autóctona, tan diferente a la nuestra en la composición de las arcillas, en las piezas y su decoración, en el tipo de torno (aquí bajo y manejado por mujeres en cuclillas), y en los hornos (toscos y de piedra los de aquí), y apenas una decena de años más tarde, al inicio de la guerra civil, se establece en Rubiá  nuestro alfarero Santiago Fernández, y con él los modos y las formas de nuestra alfarería, adaptadas a los gustos de sus nuevos clientes al tiempo que se galleguizaban él mismo y su familia.  

    Es su hijo, Santiago Fernández Mallo, alfarero también en Rubiá (el último) hasta que, mediados los sesenta, el progreso y sus nuevos materiales hicieron ya inviable continuar ejerciendo aquí “el oficio”, quien narra haber llegado con su familia a los seis años y procedentes de Jiménez de Jamuz cuando su padre, empleado entonces en la Cementera berciana de Toral de los Vados, se había quedado sin trabajo, trayendo a resultas de ello a Valdeorras este arte. Deducimos de sus palabras, cuando se refiere a la ubicación de los alfares en el pueblo, a la existencia de un yacimiento de arcilla (“barrero”) comunal, o a que “cada ‘oleiro’ tenía su propio horno próximo al lugar de trabajo”, que debieron de ser varias las familias que se dedicaron en la aldea ourensana a este artesano menester. En la comercialización, algunas piezas hacían un camino de vuelta (que suponía también devolver la competencia), un regreso a las raíces, ya que según sigue contando, “¡vendíamos carros y camiones de cacharros! Mucho de ese material iba para Castilla y para el pueblo de mi padre. Entonces se vendía mucho en las ferias de León”.

    Aunque las piezas de los alfareros de Rubiá respondían a los modelos propios de nuestra alfarería, la variedad de sus formas fue menor y mucho más utilitaristas y austeras aquí, menos decoradas, a causa de la reducida economía y de los diferentes gustos de las gentes del lugar y de la época, y con todas acabaron diversos factores, la llegada del plástico entre ellos: “El plástico fue una ruina. El plástico remató con nuestro oficio”, dice Santiago, quien lo dejó hace ya 38 años.

Quienes en la comarca de Valdeorras se interesan por la conservación de la cultura autóctona, los oficios ancestrales, y las tradiciones, sienten hoy y desde hace tiempo una sana envidia por el tratamiento que a la nuestra alfarera se ha venido dando desde el Museo Alfar de Jiménez de Jamuz, al que toman como deseable y vivo referente y como eficiente muestra de lo que con la alfarería valdeorresa debió de haberse hecho y no se hizo.  

 

[1] Según información y datos aportados por Eduardo Velasco Merino, investigador de la socio-demografía de los alfareros zamoranos, y por Jhon Palmer, responsable de la ARMH y estudioso de la represión franquista en la provincia de Zamora.

<<<<  Aceñas del barrio zamorano de Olivares  >>>>

[2] Según aportaciones de Xosé Manuel Carballés, profesor de la Universidad de Santiago y estudioso de la alfarería de Galicia, con informaciones de los responsables evangélicos Manuel Corral y Rodolfo González Vidal, el último Inspector Provincial de Sanidad Veterinaria de Zamora (jubilado), hijo de Audelino, nieto de Ventura, y bisnieto del jiminiego Juan Vidal.

[3] El amigo Porfirio Gordón  nos informó hace algún tiempo de haber tenido casual conocimiento del trasvase de nuestra alfarería a este lugar de Segovia por una rama de portadores del apellido Murciego, tan abundante entre nosotros.- A los hermanos Gabriel y Luís ha dedicado El Norte de Castilla el artículo “El último alfarero” el 07-01-2009.- A ellos y a su alfar, y a la alfarería de nuestro pueblo y a otras,  hay referencias también en el nº 131 de la Revista de Folclore de la Fundación Joaquín Díaz (1991), en el trabajo “Reflexiones en torno a la alfarería tradicional”.

[4] Así llaman en Galicia a los alfareros o cacharreros.

[5] Fue Gustavo Docampo, técnico de cultura del Ayuntamiento de O Barco, quien me informó de ello y me facilitó más tarde los datos (procedentes algunos de sus investigaciones, y otros de las de Ana Iglesias) que me han permitido elaborar ahora este artículo.

Nota.- Sobre Alfareros en Valdeorras (Ourense), véase Alfarería de origen jiminiego en Rubiá


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